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Saúl Hernández Bolívar

Secretos de guardar

En días recientes, la prestigiosa ONG holandesa Pax Christi denunció que Europa ha sido complaciente con el secuestro en Colombia; se ha disfrazado de un humanitarismo que no es más que complicidad con las guerrillas.

Con respecto a conceptos como "verdad" y "mentira", hay unos tópicos concebidos desde la órbita de la moral que no sólo son quiméricos, sino que están reñidos con el orden psicológico y el plano existencial de las personas; es decir, es claramente imposible que un individuo diga toda la verdad todo el tiempo a todo el mundo. Todos hemos dicho alguna mentira alguna vez y no por eso somos mentirosos. Las sociedades establecen implícitamente sobre qué se debe decir toda la verdad –y en qué momento y circunstancia– y sobre qué puede mentirse, máxime si se trata de mentiras oficiosas que no implican perjuicios a terceros. Eso incluye guardar secretos.

En el caso de la cosa pública, pasa lo mismo que con las personas. Es válido ocultar la verdad –y hasta mentir– para preservar secretos de Estado cuya divulgación puede poner en peligro la seguridad nacional. Por eso su difusión es un delito en casi todos los países del mundo. En el campo militar, que es política por otros medios, el secreto es el elemento más importante de la confrontación; el factor sorpresa es básico en cualquier estrategia militar y hasta en otros campos –como el deportivo– que se nutren de teorías castrenses. Incluso en el ámbito empresarial se guardan con sigilo los llamados secretos industriales, como la fórmula de la Coca-Cola, pues de ellos dependen las principales corporaciones.

Es por todo esto que las críticas por el uso "premeditado" del símbolo del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en la Operación Jaque no tienen validez ni su ocultamiento deja al Gobierno colombiano por mentiroso. En primer lugar, si el operativo funcionó perfectamente fue, como dijo Ingrid, porque parecía un circo de las Farc, verbigracia: camisetas del Che Guevara, helicópteros idénticos en modelo y color a los que Hugo Chávez dispuso para el espectáculo de las liberaciones a cuenta gotas de comienzos del año, cámaras de Telesur y Ecuavisa, logotipos de una misión humanitaria internacional y, aunque Íngrid negó haberlos visto, símbolos del CICR.

En segundo lugar, en el operativo no se disparó un solo tiro. Es más, los integrantes de la misión no llevaron armas, lo cual demuestra que si bien se usaron petos o chalecos con el símbolo del CICR, también se dispuso que en ningún momento fueran mancillados cometiendo el delito de perfidia al atacar al enemigo, a diferencia de lo que hacen las guerrillas que, en innumerables oportunidades, han atacado misiones humanitarias y han rematado civiles y militares heridos que eran transportados en vehículos claramente identificados con símbolos de la Cruz Roja.

En tercer lugar, la neutralidad del CICR es tan cuestionable como la de algunos mediadores y gobiernos europeos –además de Venezuela y Ecuador– a los que la memoria del computador de Reyes deja en evidencia. En días recientes, la prestigiosa ONG holandesa Pax Christi denunció que Europa ha sido complaciente con el secuestro en Colombia; se ha disfrazado de un humanitarismo que no es más que complicidad con las guerrillas.

Ahora, dada la manera aséptica como se usó el símbolo y la trascendencia del propósito (liberar a 15 personas que llevaban años de secuestro), carece de importancia si el Gobierno sabía del asunto o si se trató de una decisión inconsulta de los militares que planearon la misión. Los críticos que han satanizado la misión pretenden que todos ignoremos los padecimientos de los secuestrados, la incómoda posición del Gobierno –a quien muchos despistados en Europa lo acusaban de ser el secuestrador de Íngrid– y el chantaje al que se ha querido someter a mi país con el cuento del "intercambio humanitario". Son amargados que pretenden maniatar al Estado colombiano con normas que constituyen cartas marcadas para las Farc.

De lo único que se puede culpar en este caso a las autoridades colombianas es de haber permitido que los protagonistas de la Operación Jaque se grabaran y fotografiaran tan prolijamente como si estuvieran de paseo, y que ese material no se hubiera archivado con el mayor rigor. Además, cualquier país habría cancelado el asunto con un escueto comunicado en el que ofreciera excusas a las entidades que se sintieran perjudicadas. No habría caído en el intríngulis de perorar sobre temas que son de reserva absoluta e inviolable discreción.

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