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Alberto Briceño

Democracia traicionada

Entre la flagrante indiferencia del mundo entero brilla una excepción: el nuevo alcalde de Londres, Boris Johnson, quien dignamente se negó a seguir recibiendo combustible barato para el transporte público londinense.

Entre 1959 y 1998 Venezuela tuvo gobiernos razonablemente democráticos. Fueron ocho administraciones que permitieron elecciones bastante libres y que respetaron los resultados. Lamentablemente, esos gobiernos anteriores a la llamada revolución "bolivariana" tuvieron un grave defecto: nunca entendieron de desarrollo económico, nacionalizaron la industria petrolera y politizaron tanto el Banco Central como el sistema judicial. A menudo les hicieron la guerra a inversionistas y empresarios, tanto nacionales como extranjeros, que podían generar nueva riqueza y más empleos. La situación económica empeoró con cada nuevo Gobierno. A la altura de 1998, la mayoría de los venezolanos eran pobres y sin esperanzas de salir de abajo. Tan desesperados estábamos que elegimos a un teniente coronel psicópata que sólo sabía manejar cuarteles y dar sangrientos golpes de Estado.

Desde el primer día, Hugo Chávez empezó a debilitar el sistema democrático y a todas las instituciones públicas y privadas, a crear odio entre los venezolanos y a aliarse con cuanto terrorista internacional encontró, al mismo tiemop que nos prometía el paraíso terrenal. El sistema legal ha sido rediseñado para ponerlo enteramente a su servicio. El exagerado aumento del precio del petróleo, en parte provocado por él mismo para desgracia del resto del mundo, le ha dado poder para comprar conciencias dentro y fuera de Venezuela y para disimular el trágico fracaso del "socialismo del siglo XXI". Multiplicó y agravó todos los problemas que encontró al asumir la presidencia.

La Venezuela anterior a Chávez le abría sus puertas a los perseguidos en otras naciones y combatía dictaduras en el plano diplomático, pero hoy aquí no se respetan los derechos humanos. Entonces nos preguntamos: ¿donde están los mandatarios de la comunidad internacional que rechazan a tiranos como el nuestro? ¿Cómo se permite el cinismo de Lula, quien afirma que el problema de Venezuela es "exceso" de democracia o que el despojo de RCTV, nuestro principal canal de televisión, se ajustó a derecho?

Entre tantos episodios insólitos de falta de solidaridad con los venezolanos sobresale la experiencia de dos comisarios de la Policía Metropolitana de Caracas, quienes solicitaron asilo a la embajada de El Salvador. Los comisarios Henry Vivas y Lázaro Forero pidieron asilo el 26 de noviembre 2004 porque el Gobierno de Chávez había inventado que eran responsables de asesinatos cometidos durante una protesta pacífica que marchó hacia el palacio de Gobierno el 11 de abril de 2002. Decidieron culpar a policías de un alcalde originalmente chavista pero que había dejado de serlo. El Gobierno de El Salvador no sólo les negó el asilo, sino que los entregó a las autoridades. Para aliviar su conciencia, buscó el apoyo de los representantes diplomáticos de Costa Rica, México y Argentina, advirtiendo que los gobiernos de los cuatro países se asegurarían de que el juicio fuese justo y que se respetarían los derechos humanos de los acusados.

Hoy, esos dos ex policías siguen presos en un calabozo sin ventilación, sin ventanas ni mínimos servicios sanitarios. Se sigue contra ellos el proceso más largo de la historia venezolana aunque todavía no se ha probado delito alguno. El juicio lleva 29 meses y los gobiernos de los cuatro países que iban a velar por los derechos humanos de los acusados mantienen absoluto silencio.

Otro caso notorio y reciente de falta de solidaridad con la democracia venezolana es Rodríguez Zapatero aceptando petróleo barato. Zapatero y el Gobierno español no desconocen las horribles carencias del pueblo venezolano, la situación de 26 presos políticos consumiéndose en las peores cárceles del mundo, el discurso hostil de Chávez hacia España y su abierto apoyo a grupos terroristas como las FARC y ETA.

Entre la flagrante indiferencia del mundo entero brilla una excepción: el nuevo alcalde de Londres, Boris Johnson, quien dignamente se negó a seguir recibiendo combustible barato para el transporte público londinense proveniente de un país tan pobre y donde Chávez regala lo que no le pertenece sin rendirle cuentas a nadie.

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