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GEES

A tumba abierta

Sara Barracuda, le llamaban de estudiante; debe seguir siéndolo. Su función de rebañar algún voto entre las clintonistas decepcionadas es muy secundaria. Es su historial de enérgica reformadora dentro de su propio partido lo que le avala.

Si la selección de su vicepresidenta resultase tan hábil como el momento para anunciarla, McCain habría aplastado a Obama y tendría la Casa Blanca en el bolsillo. Lo segundo, el momento, es evidente. El impacto mediático del discurso de Obama aceptando la candidatura demócrata en la espectacular convención de Denver duró una mañana. Por la tarde había sido barrido por el anuncio de la número dos en el tándem republicano, desatándose al instante una apasionada polémica, en la que demócratas de todo pelaje se han lanzado como un solo hombre, más bien una sola fiera, muy feroz por cierto, contra Sarah Palin (pronunciado peilin), la gobernadora de Alaska, el estado demográficamente más minúsculo y físicamente distante del corazón de América, casi tan ajeno a éste como el Hawai en el que se educó Obama, no digamos la Indonesia de su escuela primaria.

La furibundia de la izquierda presenta la forma de un regodeo por la inmensamente disparatada decisión del republicano. Las manos les arden de frotárselas. No podían haber recibido mejor regalo que este peso ligerísimo, esta doña Nadie procedente de casi ninguna parte. Ante tanto jolgorio, no se puede soslayar la sospecha de que quizás estén confundiendo sus deseos con la realidad y estén sepultando desesperadamente su desasosiego. Están, desde luego, haciendo un alarde de sus altivas inclinaciones socio-intelectuales: ¡Cómo América va a preferir a esta rústica paletilla antes que al deslumbrador Obama! Con su decisión, los retrógrados republicanos habrían dejado al aire su primitiva zafiedad.

La artillería pesada se dirige contra la inexperiencia de la dama, la acusación que, hasta ahora, aparentemente, más pupa le ha hecho a su propio campeón. Sin embargo la señora ha dedicado los últimos 20 de sus 44 años a la política, gran parte en cargos ejecutivos en los que la experiencia del senador es cero. Pero hay un problema real de escala. Es una alcaldesa pueblerina con sólo dos años de gobernadora de ya sabemos qué estado. Nada en política nacional, nada en internacional. Por mucho descaro que suponga la réplica demócrata, la preocupación por que la Palin pueda tener que hacerse cargo del despacho oval en cualquier momento, con un McCain que cumplió anteayer los 72, es genuina y justificada. En sólo dos meses se enfrenta con la tarea hercúlea de aplacar tales inquietudes, contando casi exclusivamente con su talento natural y cualidades innatas, amén de una importante experiencia política llena de admirables logros, por más que sea a pequeña pero no inútil escala. Y tiene enfrente unos grandes medios cerradamente hostiles, dispuestos a explotar el menor fallo.

Pero la gran mayoría de los republicanos cruzan los dedos y se sienten felices. Reconocen que es una opción plagada de riesgos, pero la adecuada. Una agradable sorpresa. La dama rebosa energía y empuje, es mujer de principios con los que ha vivido coherentemente. Heroicamente incluso. Desde el comienzo de su último embarazo el matrimonio sabía que se trataba de un síndrome de Down. Podían haberse deshecho de su hijo sin que nadie se enterase, pero hace unos meses tuvieron a su bebé mongólico. El mayor, voluntario, ha sido destinado a Irak el próximo mes. Es una pequeña David que se ha hecho derribando a un encumbrado Goliat después de otro. Sara Barracuda, le llamaban de estudiante; debe seguir siéndolo. Su función de rebañar algún voto entre las clintonistas decepcionadas es muy secundaria. Es su historial de enérgica reformadora dentro de su propio partido lo que le avala y lo que McCain ha buscado. No ofrece esperanzas en las que creer, sino audaces realidades.

Veremos cómo se desenvuelve. Puede ser un cohete para McCain o una piedra de molino al cuello. No tiene por qué salir mal. Lástima que no haya quedado espacio para hablar de Obama. Los deméritos de su discurso se lo merecían. Otra vez será.

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