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Emilio J. González

Crisis fuerte, Gobierno débil

Es preciso que Zapatero busque un amplio acuerdo con el PP. Posiblemente, es la única salida que le queda.

Basta con echar un simple vistazo a los indicadores económicos para comprender que la crisis que sufre España es fuerte. En estos mismos momentos, la economía puede estar entrando ya en recesión, según la mayoría de los análisis; la inflación sigue campando tranquilamente por sus respetos y el alivio que proporcionó el petróleo en julio y la primera mitad de agosto se ha terminado; los beneficios de las empresas caen, la tasa de paro llega al 11% y ya se ha convertido en la más alta de la Unión Europea, la actividad turística se contrae y el superávit presupuestario ya ha desaparecido para empezar a convertirse en un déficit galopante, tan galopante como el déficit exterior. Y ello por no seguir citando más datos negativos, que los hay, y muchos. Para frenar esta situación, hace falta un Gobierno fuerte, capaz de tomar las medidas necesarias para superar lo antes posible una crisis que se adivina larga y profunda. Sin embargo, lo que está caracterizando al Ejecutivo de Zapatero es su debilidad para agarrar el toro por los cuernos, una debilidad que, dicho sea de paso, se ha provocado él mismo.

Para afrontar la crisis, lo primero es llamar a las cosas por su nombre, reconocer lo que está pasando, para, de esta forma, preparar a la sociedad en su conjunto para las medidas que hay que tomar. Pero Zapatero, aunque por fin admite la existencia de la crisis, sigue empeñado en desdibujar con sus palabras los perfiles de la misma. Sin ir más lejos, acaba de decir que las dificultades se extenderán hasta mediados de 2009 cuando su vicepresidente económico, Pedro Solbes, ya dijo hace unos meses que lo peor de la crisis llegaría a finales del próximo año y principios de 2010. Y eso por no citar la ingente cantidad de informes de analistas privados que ya hablan de recesión y de una crisis de larga duración. Zapatero, por tanto, sigue perdiendo credibilidad a raudales, en vez de recuperarla, y con ella debilita su capacidad de actuación porque él mismo acaba por convertirse en prisionero de sus palabras. Si la crisis no es grave y se resolverá por sí misma de aquí a un año, según acaba de dar a entender, ¿por qué tomar las medidas que los demás consideran imprescindibles? Porque por mucho que se acabe de comprometer a dar explicaciones en el Congreso, éstas no servirán de nada si no hay un cambio de actitud por su parte tanto en lo que a la crisis se refiere como en su relación con el principal partido de la oposición, el PP, donde puede encontrar su tabla de salvación. Veámoslo.

Zapatero apenas tiene margen de actuación. El principal instrumento de política económica que podría manejar a corto y medio plazo para incidir sobre la crisis es el presupuesto, manteniéndolo en una situación de equilibrio o ligero déficit. Pero sus alegrías electorales ya han provocado que se haya comido todo lo que había en la despensa, esto es, el fuerte superávit, y ahora todo apunta a que el déficit va a ir a más, con sus efectos sobre la inflación y, sobre todo, sobre la financiación del sector privado, tan necesaria para generar crecimiento económico y empleo, porque el déficit absorberá buena parte del escaso ahorro de nuestro país.

Para complicar más las cosas, el presidente del Gobierno se enfrenta a una situación de debilidad política tan inesperada como injustificable. Después de prestar su apoyo al nuevo Estatut catalán, con su nuevo sistema de financiación a la carta para Cataluña y de relaciones bilaterales entre esta autonomía y el Estado, ahora donde dijo digo, dice Diego, y se niega a satisfacer las exigencias catalanas a las que había dado el visto bueno. Esto ha dado lugar a una situación inaudita, esto es, a que partidos como CiU, o incluso la propia ERC, que hasta ahora viene respaldando al Ejecutivo en el Parlamento, amenacen con votar en contra de los presupuestos, una opción que, incluso, se están planteando los propios socialistas catalanes.

Sobre los presupuestos se cierne, como una espada de Damocles, la posibilidad de que sean rechazados en el ámbito parlamentario. En un sentido estricto, esto no tendría nada de malo porque impediría que el déficit fuera a más pero, en un sentido más amplio, la soledad del Gobierno en estos momentos se convierte en un síntoma claro de debilidad política y de incapacidad para articular las propuestas necesarias para tomar las decisiones, algunas de ellas duras, que se precisan en estos momentos. No obstante, lo más probable es que al final la sangre no llegue al río. Es difícil pensar que los socialistas catalanes vayan a romper la disciplina de voto, porque podrían provocar incluso la caída del Gobierno. Además, a Zapatero, con sus 167 escaños, podría no resultarle tan difícil encontrar apoyos en el Grupo Mixto –6 escaños– o convencer a alguno de los grupos de la oposición para que se abstenga, en vez de votar en contra, y salvar la situación. Aún así, todo el debate sobre la financiación de Cataluña y la reacción de unos y otros ha puesto de manifiesto la situación de debilidad política del presidente y su partido.

La salida natural a esta situación sería un acuerdo con el Partido Popular, una reedición de los Pactos de la Moncloa con el principal partido de la oposición y los agentes sociales, a la que se invitaría a unirse también a los demás partidos políticos. El apoyo del PP garantizaría a Zapatero la estabilidad política necesaria para afrontar la crisis. Sin embargo, Zapatero ya ha dicho que eso son reminiscencias históricas y, con ello, él solo se ha cerrado la principal, más lógica y mejor vía de salida de esta difícil situación. El Gobierno, enfrentando con el PNV a causa del referéndum de Ibarretxe y con los partidos catalanes a cuenta de la financiación autonómica y alejado del PP, se encuentra cada vez más sólo y aislado, más débil para actuar frente a la crisis. Eso nos va a pasar factura.

En 1995, cuando el último Gobierno de Felipe González se encontraba en la misma situación de aislamiento y descrédito de la política económica española, la prima de riesgo para invertir en España se disparó, provocando que el tipo de interés a tres meses subiera hasta más del 9% (ahora el del BCE se encuentra en el 4%, en medio de un shock inflacionista provocado por el petróleo y los alimentos) y el tipo del bono a diez años superara el 15% (ahora se encuentra en el entorno del 4,5%). Son cifras que reflejan a las claras cómo se toman los mercados la inestabilidad política. Esto no quiere decir que los tipos en nuestro país vayan a dispararse hasta esos niveles como consecuencia de las circunstancias económicas y políticas actuales, pero sí reflejan a la perfección que los mercados no se andan con chiquitas y no dudan en exigir primas de riesgo, en forma de intereses más altos, si las cosas no van como deben, ni en la economía ni en la política.

Este punto es muy importante porque para empezar a poner diques que contengan la crisis hay que comenzar por el sector de la construcción que, hoy por hoy, lo que necesita, sobre todo, es acceso a la financiación. Ese acceso no sólo se ha restringido como consecuencia de la crisis financiera internacional, sino que va a ir a más porque el Banco Central Europeo ya no concede financiación barata –casi tres puntos más barata que en el mercado– a los bancos españoles con cargo a los activos que poseían los bancos, una financiación que ellos destinaban a créditos hipotecarios. Eso ya ha desaparecido, poniendo las cosas todavía peor a la economía española. La debilidad del Gobierno agrava la situación aún más si cabe. Por este motivo es preciso que Zapatero busque un amplio acuerdo con el PP. Posiblemente, es la única salida que le queda.

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