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ETA, el PNV y la democracia

El Pacto de Lizarra no sólo no fue algo excepcional, sino que constituye el último de muchos episodios de colaboración entre el PNV y los terroristas de ETA.

"Nosotros no queremos que ETA sea derrotada, no es bueno para Euskal Herria. El enemigo no es ETA. Es el de siempre". Las palabras fueron pronunciadas por Xavier Arzallus en una reunión con miembros de Herri Batasuna. Y no fue pronunciada durante el Pacto de Lizarra, del que se cumplen diez años, sino mucho antes, en la primavera de 1991, en una reunión con dirigentes de ETA-HB.

No olvidemos que las relaciones entre ETA y el PNV vienen de lejos. La primera unidad se dio en el mismo nacimiento de ETA: a la unión de las juventudes peneuvistas (EGI) con el grupo Ekin en el seno del PNV siguió la escisión con el nombre de ETA. Pero por no alejarnos mucho, convendrá recordar unos pocos datos de cómo el Pacto de Lizarra no sólo no fue algo excepcional, sino que constituye el último de muchos episodios de colaboración entre el PNV y los terroristas de ETA.

Durante la transición a la democracia, las relaciones entre ETA y el PNV fueron de estrecha unidad. En primavera de 1977, se produce la famosa reunión en Anglet (Francia) del PNV, la ETA y el resto del nacionalismo con el objeto de crear un Frente Nacional Vasco contra la naciente constitución española. Todos juntos, crímenes de por medio, presionaron a Adolfo Suárez para conseguir un Estatuto panvasquista y una amnistía general. Claro que entonces una rutilante ETA acabó por eclipsar al PNV, que al final optó no por la ruptura, sino por la participación en las elecciones de ese año. Los contactos, sin embargo, se mantuvieron.

El siguiente episodio reseñable fue en 1979. Los diputados del PNV abandonaron teatralmente el Congreso de los Diputados para el que habían sido elegidos. Según contaba Arzallus entonces "sólo negociaremos a Madrid cuando tengamos que negociar las transferencias". Pero lo que no dijo es que de ahí el PNV fue a negociar directamente con ETA, y los dirigentes peneuvistas se entrevistan con lo mejor de la casa etarra: Antxon, Josu Ternera y Txomin para negociar presión hacia la naciente democracia española.

Poco después se producen las peticiones a ETA (pm) para que no abandone las armas. Así cuenta Mario Onaindía:

PNV: ¿Es cierto el rumor de que los "pm" van a dejar las armas?
Onaindía: Creo que sí, esta vez lo lograremos.
PNV: Pues es la peor época para hacer una tregua. La peor época.

Tanto presionó el PNV para evitar la disolución de ETA (pm), que los etarras partidarios del abandono de las armas se encontraron con que la oposición más férrea era la del partido "nacionalista y demócrata". La razón era que querían arrancar más competencias al Estado mediante el chantaje. Una vez logradas, en 1986, cuando el PSOE cedió al PNV el Gobierno vasco, de nuevo el PNV corrió a dialogar formalmente con la banda para planificar cooperaciones futuras.

Poco después, en 1991, se produce la famosa frase de Arzallus sobre el árbol y las nueces, dirigida a miembros destacados de ETA-Herri Batasuna: "no conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas. Antes, sin un acuerdo explícito, había un cierto valor entendido de esa complementariedad entre PNV y ETA. Desde hace unos años, tras la muerte de Txomin, estamos olvidando esto. Y eso nos lleva a situaciones peligrosas". Hay más: En 1992, tras la caída de la cúpula de Bidart, PNV y ETA-HB vuelven a reunirse tras el descalabro etarra para reflotar el mundo nacionalista.

Justo lo mismo que tras el crimen de Miguel Ángel Blanco y el nacimiento del espíritu de Ermua –el que con tanto ahínco se encargan ahora Zapatero y Patxi López de aniquilar–. Pero el hecho de que un acontecimiento como el de julio de 1997 aproxime a ETA y al PNV no es nuevo. El Pacto de Lizarra ni fue ni algo novedoso ni algo excepcional. Y tampoco podemos decir que no se va a volver a repetir: tanto ETA como el PNV sueñan con la unidad del nacionalismo vasco. La única diferencia es que cada uno quiere para sí el liderazgo del proceso.

Conviene no engañarse. El Pacto de Lizarra no sólo no fue una excepción, sino que casi constituye la norma de las relaciones entre el PNV y ETA. Cuando al nacionalismo le ha hecho falta unirse contra la democracia española, lo ha hecho. Y mucho nos tememos que lo volverá a hacer.

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