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Joan Valls

Susurros y gasolina

Mientras detenta el poder, la izquierda española asegura la paz social y socializa el miedo. Cuando lo pierde a manos de periodistas, prende la gasolina hasta que las llamas desalojan a los okupas.

"Escalada silenciosa". Así definió Bush recientemente los planes de Estados Unidos para aumentar la presencia de tropas en Afganistán. La noticia, por supuesto, fue acogida por el frentepopulismo con pasmoso silencio. Al fin y al cabo, no hay que adelantarse a los acontecimientos; cuando Kabul haga de Bagdad un estanque dorado, bastará con inundar los hogares con publirreportajes sobre las tareas de reconstrucción llevadas a cabo por los militares españoles en Herat y Qala e Naw.

El doble discurso para Irak y Afganistán es una muestra perfecta de la impunidad discursiva frentepopulista. Y es que la izquierda española nunca ha sido partidaria del palo y la zanahoria, y mucho menos de la sofisticación. Le ha sobrado con llenar las calles de gasolina y mostrar el poderoso símbolo del puño y la cerilla. Mientras detenta el poder, asegura la paz social y socializa el miedo. Cuando lo pierde a manos de periodistas, prende la gasolina hasta que las llamas desalojan a los okupas. La derecha, en cambio, sobreactúa como un vulgar actor español: en sus fugaces apariciones monclovitas, se apresura a llenar las calles de bomberos, pero desprecia la prevención. Cuando el golpe de estado de turno la desaloja a patadas del poder, abandona a sus votantes en el Katrina de crudo y purga a los cuadros menos incompetentes, tratando de mimetizarse con los chicos de la gasolina.

¿Se puede combatir a los del puño y la cerilla echando más gasolina al fuego? No es necesario. Bastaría con reducir drásticamente la plantilla de bomberos y apostar por la Inteligencia para condenarlos de por vida a la oposición. El gran problema aquí es que el enemigo de mi enemigo es mi enemigo. Podemos pasarnos toda la vida dándole vueltas a lo mismo, aunque ya aburre. Del Pepé no se puede esperar nada, ni ahora ni antes. Llegó al poder única y exclusivamente gracias a un grupo de periodistas honrados que luchó para sacar a España del infierno. La derecha española es, en su mayor parte, desagradecida, con tendencias apátridas e infinitamente incompetente en preservar el espacio público, salvo para sus negocios personales. Ofrecerle nuestra savia es un suicidio y, sobre todo, una estupidez. Así que pongámonos manos a la obra con una iniciativa política y posibilista, que aspire a arbitrar y a civilizar. Como pido hechos, también los ofrezco, así que pongo mis humildes servicios a disposición de tal iniciativa si finalmente surge. Pienso en don Federico, don Pedro; también en los Girauta, Domínguez, Molina, Losada, incluso en los ciudadanos Marhuenda desengañados.

Mientras el tiempo confirma o desmiente nuestra pulsión suicida, en la España de la gasolina en reposo el efecto mariposa sigue sin regir. El último aleteo de Bush nos ha llegado en forma de susurro y luego nos han deseado dulces sueños.

En España

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