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Amando de Miguel

El buen uso de las palabras

Lo interesante no es la noción física de la dimensión vertical sino su traducción psicológica o social. Ahí es donde entra la noción de "jerarquía" o de "mando". Simplemente, los que mandan son los de arriba.

Francisco García de Guadiana (Madrid) se lamenta del abuso que se hace del "voluntariado". Cita el caso de un reportaje de la televisión sobre la fiesta de la Virgen de la Paloma (15 de agosto) en Madrid. La locutora se refería a las personas que portaban solemnemente el cuadro de la Virgen como "voluntarias". Don Francisco sostiene que mejor sería llamarlas "devotas". Tiene razón, aunque podrían ser también "fieles".

En efecto, lo del "voluntariado" empieza a ser un concepto demasiado difuso. Hay muchos "voluntarios" a sueldo de distintas instituciones. Resulta dudoso que esa noción de "voluntarios" se pudiera aplicar al ejército de extras o comparsas que salían en los fastos de los Juegos Olímpicos pequineses. Más forzado resulta lo de "interrupción voluntaria del embarazo", un circunloquio para no tener que mencionar la vergonzante palabra de aborto. La acción de interrumpir es "hacer que algo deje de existir o producirse durante cierto tiempo o espacio". Pero en la acción de abortar no se interrumpe nada sino que simplemente se destruye el feto o la criatura. Es decir, no hay una interrupción momentánea para luego continuar el proceso. Lo de calificar esa acción como "voluntaria" no deja de ser un sarcasmo, puesto que se impone como un remedio último, no por un deseo.

Un libertario anónimo se pregunta si su madre va a pasar por abortista cuando la realidad es que desgraciadamente tuvo tres abortos. Es claro que no fueron "interrupciones voluntarias de embarazo". Estamos ante un caso más de polisemia y de eufemismo, esto es, de posibles confusiones de la lengua. En inglés distinguen entre abortion (= aborto provocado) y miscarriage (= aborto espontáneo). Pero en español ambos sucesos son "abortos", quizá por lo difícil que podía ser determinar la distinción entre lo provocado y lo espontáneo, entre otras razones, porque el aborto provocado era un delito. Digo era porque el aborto provocado empieza a ser oficialmente un derecho. Desde luego, no es, como se dice, una "interrupción voluntaria del embarazo" sino más bien una "terminación forzosa del embarazo". En buena lógica se destruye algo que tenía una continuidad en el tiempo o el espacio, pero para reanudar más tarde la secuencia anterior. En el aborto no cabe reanudar nada. Es notorio que, en torno a la sexualidad y a la reproducción, son legión los eufemismos. Otro ejemplo. A la "ablación del clítoris", nuestros políticos no la llaman así, sino "mutilación genital", que no es lo mismo.

Seguimos con lo de "arriba y abajo", conceptos más difíciles de lo que parece. Eduardo Fungairiño comenta que, "en términos ferroviarios, el tren ascendente es el que se dirige a la capital o a la ciudad más importante, y el tren descendente es el que va en sentido inverso". Así, el tren Madrid-Segovia es ascendente cuando va a Madrid a pesar de que Segovia está a mayor altitud y latitud que Madrid. Por mi parte repito la expresión usual de los barceloneses que dicen "bajar a Madrid" cuando se dirigen a la capital de España, simplemente porque parten de la posición convencional del mapa, en el que el Norte está en la parte de arriba. Don Eduardo precisa que en la antigüedad los primeros mapas se orientaban hacia el Oriente, porque en ese punto se situaba el Paraíso Terrenal. Desde luego, para los astronautas que se afanan en la estación espacial la noción de "arriba" o "abajo" debe de ser sumamente relativa. Quizá siga subsistiendo la inercia de considerar "arriba" lo que se visualice por encima de la cabeza, mientras que "abajo" es el polo opuesto, en dirección a los pies. Pero con una gravedad terrestre tan debilitada (no con "gravedad cero", como suele decirse erróneamente), el cuerpo humano da volatines con facilidad, La consecuencia es que también se altera esa inercia del "arriba" y del "abajo". En cambio, las continuas cabriolas del astronauta no le impiden apreciar lo que está a su derecha o a su izquierda.

Lo interesante no es la noción física de la dimensión vertical sino su traducción psicológica o social. Ahí es donde entra la noción de "jerarquía" o de "mando". Simplemente, los que mandan son los de arriba. La distinción se aprecia mínimamente en el símbolo del estrado o el podio donde se colocan las posiciones de poder, respeto o influencia. Es el caso del jefe del Estado en un acto oficial, el del juez en un juicio, o del sacerdote en la iglesia, el del deportista que recoge la copa o la medalla alzado sobre el podio. Todos se suben a una plataforma para parecer encumbrados sobre el plano del público. Todas esas situaciones se traducen en el lenguaje. Recuérdese los tratamientos tradicionales de "excelencia", "eminencia", "alteza", etc. Incluso el profesor tradicionalmente perora subido a una modesta tarima. Todos esos símbolos están para recalcar que la noción vertical de "arriba" o "abajo" debe mantenerse en el plano del orden social. Se recordarán los famosos versos del Tenorio:

Yo a las cabezas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
recuerdo amargo de mí.

El que los palacios o los edificios eclesiásticos estuvieran en alto, reforzados además por los muros que los rodeaban, era un hecho con una traducción sanitaria. Las epidemias del pasado diezmaban a la población de los arrabales, de los barrios bajos, donde confluían las aguas fecales. La calle era simplemente el "arroyo". La realeza, la aristocracia o las dignidades eclesiásticas se situaban en la parte alta de las ciudades. Era difícil que sus mansiones se inundaran y, al menos idealmente, se libraban de la peste.

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