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Juan Carlos Girauta

Confiar o no confiar

¿Hay que creer a Rubalcaba cuando, además de dar por hecha la detención de los terroristas, sugiere que la ley se aplicará?

Si creer en la palabra de alguien constituyera un dilema y no una inclinación del espíritu, la ciudadanía española estaría ahora mismo en este serio aprieto: ¿Hay que creer al ministro del Interior cuando, a unas horas del asesinato del brigada Luis Conde de la Cruz, nos comunica, siguiendo el protocolo de rigor, que los autores del atentado acabarán "ante el juez y en la cárcel"? Dado que en España es posible acabar ante el juez y en la cárcel para luego pagar una pena ridícula, o acabar ante el juez y en la cárcel manteniendo la razonable expectativa de salir de allí como un héroe tras una orgía de togas y barro del camino, seré más específico: ¿hay que creer a Rubalcaba cuando, además de dar por hecha la detención de los terroristas, sugiere que la ley se aplicará?

Los terroristas serán probablemente detenidos y, si este fuera un país normal, nadie dudaría, en efecto, de la aplicación de la ley como consecuencia automática. Pero media una decepcionante falta de crédito en el personaje. Demasiados vaivenes históricos: del Gobierno de los GAL al desgobierno de la claudicación, y de allí a esta nueva etapa de aparente normalización de la lucha contraterrorista. Pero esta lucha normalizada, la que corresponde a un Estado de Derecho donde se aplica la ley y no existen delitos políticos, sólo la ha conocido España bajo Gobierno de Aznar, cuando Rubalcaba no era ministro. ¿Ha comprendido por fin el Ejecutivo de Rodríguez? ¿Descarta el PSOE cualquier futura negociación política con los terroristas?

Demasiadas dudas para algo que, como dijimos, ni siquiera constituye un dilema. A Rubalcaba, con tantas tablas, se le cree o no se le cree, sin más. Es algo que no depende de la voluntad sino de la experiencia. Y uno, lamentándolo mucho, no le cree. Ni una palabra. Sus méritos, que existen, no pasan por ahí. Es elocuente, sistemático en sus exposiciones, trabajador. Seguramente ama el poder y, con él, la asunción de responsabilidades. Pero no hay manera de confiar en su palabra.

Fíjense en esta frase: "A veces la mayor debilidad se expresa con estos atentados enloquecidos". Está llena de falsedad, de intenciones oscuras, de propaganda. Quiere presentar a una ETA casi extinta. Pero esa no es la ETA de hoy sino la del último aznarismo, la que al llegar Rodríguez fue legitimada, recibió esperanzas de obtener sus objetivos y se constituyó en parte –en pie de igualdad con el Estado– de una negociación política. Hoy es más fuerte por culpa de la estrategia enloquecida del Gobierno socialista, único a quien le conviene el adjetivo. Porque estos atentados, diga lo que diga Rubalcaba, no son enloquecidos. Son actos de fuerza perfectamente calculados para volver a negociar un día con quienes saben débiles y erráticos.

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