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Pío Moa

¿Derrotar a la ETA?

El problema de la ETA no es la ETA: es la colaboración callada e indirecta, pero no por ello menos efectiva, que la banda terrorista ha obtenido de los separatismos y de la izquierda.

Nunca hubo un lema más necio que ese, acompañado, además del "todos contra ETA". Parece que un puñado de pistoleros fuera una superpotencia que exigiría la tensa unión de todos los partidos, toda la prensa, todos los españoles para ser vencida. No es buena la petición de Rosa Díez y tantos otros al respecto: un mantra repetido incansablemente por la chusma (que no clase) política desde hace más de veinte años. Tan repetido como sistemáticamente traicionado por la nefasta mayoría política que padecemos.

La clave de la lucha contra el terrorismo la mostraron Mayor Oreja y Aznar: ante un grupo de asesinos profesionales solo cabe la aplicación rigurosa de la ley. Aunque suene increíble, eso se hizo entonces por primera vez desde la transición, tras considerables vacilaciones y, también por primera vez, con excelentes resultados. Obrar de otro modo es atacar sistemáticamente el Estado de Derecho y dar a los terroristas esperanzas y motivos para seguir, es decir, colaborar con ellos, como hizo González durante sus mandatos, combinando el terrorismo desde el Gobierno con la claudicación ante los pistoleros.

El lema de toda esta prolongadísima colaboración de los políticos con el crimen fue, sigue siendo, la "salida política": al tiempo que se negaba carácter político a la ETA se la trataba con la más exquisita consideración... política. La razón de esa actitud se encuentra en la afinidad profunda del PSOE, los separatistas y los comunistas, con la ETA. No en vano es esta una organización socialista y separatista, no habiendo preocupado nunca el segundo rasgo a una izquierda tradicionalmente "internacionalista" y despreciativa hacia España y su historia. El País ha sido, como de costumbre, el principal abanderado de la infamia.

Hay, además, otra razón de fondo para esta colaboración: la izquierda y compañía siempre sintió como una espina clavada en su hígado la renuncia a su intención originaria de ruptura en la transición, y la aceptación forzada de la reforma, que evidentemente legitimaba al franquismo como el origen real de la democracia: la ETA, precisamente, fue la organización más consecuentemente rupturista. Sus asesinatos reflejan a la perfección la naturaleza de la ruptura, pero los frustrados rupturistas nunca dejaron de sentir un sentimiento de miseria ante aquellos que persistían en la lucha, y de ahí su búsqueda de una "salida política" para ellos, siempre e inevitablemente a costa de la ley, de la democracia y de la más elemental dignidad humana.

El problema de la ETA no es la ETA: es la colaboración callada e indirecta, pero no por ello menos efectiva, que la banda terrorista ha obtenido de los separatismos y de la izquierda. Esa colaboración ha alcanzado su cenit con el actual Gobierno, hasta un grado que le habría condenado ante la opinión pública de no ser por la inexistente oposición dirigida por uno de los políticos más nefastos, a fuer de irrisorios, que ha tenido el país. Nada habremos adelantado mientras no reconozcamos los hechos más elementales, mientras no rechacemos el imperio de la trola en que se ha convertido la política en España.

En España

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