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Zapatero subprime

Para los países de nuestro entorno, Zapatero es Zapatero subprime. Su crédito era justito, y ahora, cuanto peor vienen dadas, la confianza que genera se desploma y se hunde alejándole de los centros de decisión.

La confianza, derivada de la seriedad de los planteamientos, de su consistencia y de su mantenimiento en el tiempo, es lo que hace respetable a un país y sus instituciones. Y sin confianza, no hay reconocimiento. Por eso lo más triste de la ausencia de España en la cumbre que el sábado celebran en París Francia, Alemania, Italia y Gran Bretaña con el presidente de la Unión Europea y el del BCE es la constatación de que Zapatero ni genera confianza, ni consistencia ni reconocimiento.

Para analistas, políticos y empresarios internacionales, tomarse en serio a Zapatero empieza a ser un problema. En relación con la crisis, primero se lanzó a negar que pudiese existir, circunscribiéndola a un problema interno de Estados Unidos. Cuando los nubarrones se cernían sobre las economías occidentales y sus instituciones comenzaban a alertar sobre las consecuencias, Zapatero seguía negando que algo así fuese posible. Era antes de las elecciones y durante meses él y Solbes se esforzaron por repetir una y otra vez que no había nada que temer.

Lo cual cambió tan pronto como el PSOE ganó en marzo. Nada más ganar las elecciones, el Gobierno comenzó a introducir progresivamente en la agenda el reconocimiento de la crisis. Con alergia política a lo que ocurría en realidad, depositó la culpa otra vez en los Estados Unidos. Convirtió el problema económico en un asunto ideológico, donde se mezclaban Bush, el progresismo, los derechos sociales y la paz en el mundo. De nuevo se quedó muy por debajo de lo que los diagnósticos que realizaban expertos, instituciones y analistas. O no se dio cuenta de cómo su imagen se devaluaba o no le importó.

En un último momento, con la economía española resintiéndose claramente, el Gobierno ha repetido dos cosas. En primer lugar, que los españoles no debían preocuparse, porque la crisis afectaría a toda Europa menos a nuestra economía, lo cual provoca carcajadas en cualquier economista serio. Y en segundo lugar, como si semejante cosa no fuese ya motivo de estupor en nuestro entorno, fue más lejos, convirtiendo la crisis en una supuesta oportunidad de España para superar a Francia e Italia en renta per-cápita. Esto, dicho entre bromas y risitas, aún erosionó aún más la imagen del presidente.

La sucesión de cambios de postura, de interpretaciones irreales y de brindis al sol en medio de la tormenta menoscaban gravemente la credibilidad de un gobernante y la confianza en un país. Lo queramos o no, carece de sentido invitar a Zapatero si como éste decía no hay crisis; si como decía también, ésta no iba con España; y si como dice ahora, no sólo afectará a los demás sino que nos permitirá cogerles con rapidez. En buena lógica, si la cosa no va con él, ningún motivo había para invitarlo.

Más allá de esto, la cuestión es que el inflado análisis de Zapatero ha podido funcionar y puede aún hacerlo en nuestro país. Pero a la hora de afrontar una grave crisis internacional, lo que cuenta es la seriedad. Zapatero ha vendido humo, ha anunciado grandes beneficios, enormes éxitos, históricas oportunidades. Pero la realidad ha ido por otro lado y ahora se muestra cruelmente. Para los países de nuestro entorno, Zapatero es Zapaterosubprime. Su crédito era justito, y ahora, cuanto peor vienen dadas, la confianza que genera se desploma y se hunde alejándole de los centros de decisión.

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