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Ignacio Cosidó

Aspirinas para la crisis

El temporal ha cogido a Zapatero, como a la cigarra de la fábula, presumiendo de ser el mejor del mundo, pero sin haber aprovechado los años de bonanza para preparar el duro invierno económico que se nos avecina

El Gobierno plantea pasar la crisis económica como si fuera una gripe importada de América. Su estrategia es meterse en la cama, tomarse un par de aspirinas y esperar a que pase. El problema es que la crisis que padece la economía española se parece mucho más a una peligrosa neumonía que a un mero constipado causado por las frías corrientes financieras que vienen de fuera. El temporal ha cogido a Zapatero, como a la cigarra de la fábula, presumiendo de ser el mejor del mundo, pero sin haber aprovechado los años de bonanza para preparar el duro invierno económico que se nos avecina.

Los Presupuestos Generales del Estado (PGE) presentados esta semana son el mejor ejemplo del tratamiento meramente analgésico con el que el Gobierno pretende combatir esta crisis. Los PGE tratan de paliar algunos de los efectos más dolorosos de la enfermedad, pero en ningún caso atacan las verdaderas causas de la misma y en muchos aspectos la agravan aún más. Es un tratamiento muy peligroso porque cuando se está ante una enfermedad grave, lo peor que se puede hacer es camuflar los síntomas sin acabar con el origen del problema.

El presupuesto aprobado por el Gobierno para 2009 camina en la dirección opuesta a la correcta. Primero, sube los impuestos, más de 400 euros de media a todos los españoles, al no deflactar el impuesto sobre la renta. Segundo, aumenta el déficit público, porque lejos de aplicar un severo plan de austeridad a las administraciones públicas ha disparado el gasto en altos cargos creando nuevos ministerios, secretarias de estado y todo tipo de nuevos organismos administrativos. Tercero, porque lo único que reduce es lo que debería aumentar, las inversiones y el gasto en I+D y en educación, los factores que más necesita nuestro país para mejorar su competitividad.

La medicina que necesita nuestra economía es justo la contraria. Habría que bajar impuestos, especialmente el de sociedades, para contribuir a reactivar una economía en recesión; debería contenerse el gasto público, fundamentalmente el corriente, para evitar deslizarnos por la senda de un déficit público galopante que mine aún más la confianza de nuestra economía y estrangule aún en mayor medida el crédito al sector privado; y por último, es necesario priorizar al máximo las inversiones en infraestructuras y en educación, así como las deducciones fiscales a la investigación, el desarrollo y la innovación (esos déficit son las verdaderas causas de nuestra falta de competividad, el más grave problema de nuestra economía).

Es evidente que junto con una política presupuestaria radicalmente opuesta a la aplicada por el Gobierno, también resultan imprescindibles reformas estructurales para mejorar nuestro mercado laboral, para aumentar la competencia en muchos sectores y para mejorar la eficiencia de nuestro sector público. Pero el Gobierno no sólo no tiene voluntad política para afrontar estas reformas imprescindibles, sino que basa su discurso precisamente en negarlas. Es más, Zapatero responde a las reiteras ofertas de colaboración del PP para salir de la crisis con ataques demagógicos. 

Mientras el jefe del Ejecutivo no tome conciencia de la verdadera dimensión de la crisis que padecemos, en vez de dedicarse a cantar por todo el mundo su "We are the champions", será imposible que adopte las medidas adecuadas. El problema es que el tiempo se nos acaba y lo que podría ser una crisis económica coyuntural se puede transformar, ante la pasividad y la irresponsabilidad de este Gobierno, en una larga y dolorosa recesión económica de nefastas consecuencias para nuestra sociedad.

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