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Fundación Heritage

Las debilidades del Estado niñera

Brown se ha revelado como un rancio socialista británico de toda la vida, del tipo que el mundo no veía desde los años 70 cuando el poder de los sindicatos logró subyugar la voluntad del país con huelgas y disturbios.

El destino del primer ministro británico y líder del Partido Laborista Gordon Brown debería servir de saludable ejemplo para los políticos que abogan por la vuelta del "Estado niñera". El Partido Laborista se reunió en Manchester para su convención anual y, oh, cómo cambian las cosas en un año.

El año pasado, Brown había asumido el cargo de primer ministro que había dejado su socio político Tony Blair y en ese entonces disfrutaba de enormes índices de aprobación popular. Este año, su suerte pende de un hilo, con un índice de aprobación del 22% y una revuelta que se ha ido caldeando entre las bases del partido y que apenas sí se ha sofocado. Según ciertas versiones, a Brown le han dado nueve meses para que le dé la vuelta a la situación del Partido Laborista o para que renuncie y dé a un nuevo líder una oportunidad antes de las elecciones que se celebrarán en junio de 2010.

La causa inmediata de los problemas de Brown es la desconfianza del electorado británico al que Brown se echó al bolsillo el otoño pasado después de prometer elecciones inmediatas sólo para cambiar de opinión de forma muy pública, pero inspirando muy poca confianza debido a que las encuestas mostraban que los laboristas iban a perder. La situación del partido ha sido problemática desde la salida de Blair y por la sombría personalidad de Brown que no está a la altura del nuevo líder conservador David Cameron, tan ducho con los medios de comunicación. En la actualidad, los conservadores aventajan a los laboristas en 28 puntos en las encuestas.

También está la retractación de Brown a la promesa hecha por su predecesor de que el pueblo británico tendría la ocasión de votar sobre el Tratado de Lisboa, la versión más reciente del tratado constitucional de la Unión Europea. Los británicos están entre los "europeos" menos entusiastas y verse privados de la oportunidad de votar sobre una cuestión de crítica importancia para su soberanía como nación ha dejado un sabor amargo entre muchos de ellos.

Pero más allá de estos importantes fallos políticos, hay verdaderos asuntos públicos que preocupan a la ciudadanía británica y de hecho en esto hay una lección para todo aquel que quiera aprender algo del estancamiento de Brown. En realidad, cuanto más lo piensa uno, los paralelos entre Estados Unidos y Gran Bretaña, las dos economías más grandes del G-8, empiezan a parecer proféticos.

Al contrario de su predecesor, Brown se ha revelado como un rancio socialista británico de toda la vida, del tipo que el mundo no veía desde los años 70 cuando el poder de los sindicatos logró subyugar la voluntad del país con huelgas y disturbios. Desde entonces, el socialismo que éstos representaban se ha convertido en una fuerza desacreditada y, en realidad, Blair llegó al poder en 1994 usando lemas sobre la nueva política laborista, inspirándose en los nuevos demócratas del presidente Clinton que se basaban esencialmente en principios conservadores de libre comercio y desregulación.

Brown desempeñó el importante cargo de ministro de Hacienda en el Gobierno de Blair y reclamó para sí la autoría del boom financiero de la última década. Pero al verse libre de sus antiguas ataduras cuando asumió el liderazgo laborista, sacó a relucir una vena muy distinta. Las promesas que Brown hizo en la convención laborista del año pasado dicen mucho sobre el personaje. Para aquellos que sigan las elecciones americanas, esas promesas les sonarán familiares al entrar la campaña presidencial en la recta final.

Brown prometió entonces guardería gratuita para todos los niños hasta los dos años, clases gratuitas de recuperación en ciencias y matemáticas con profesor particular para cientos de miles de alumnos de las escuelas públicas, educación gratuita hasta los 18 años (incluyendo a escuelas de formación profesional) y educación universitaria gratuita para todo aquel que no pueda pagársela. Desde mejorar el sistema de atención sanitaria, la lucha contra el botellón entre adolescentes, hasta más ordenadores para la policía local, ningún asunto era demasiado insignificante como para que el Gobierno no interviniese.

Cuando la economía británica andaba sobrada de dinero, todas estas promesas podrían no haber parecido tan extravagantes, pero indudablemente sí lo son ahora. Y lo típico ha sido la respuesta de Brown a la agitación de los mercados que está afectando a Europa como a Estados Unidos: que el sistema financiero mundial necesita regulación más estricta y un sistema de alerta que avise con antelación acerca de las prácticas de negocio de instituciones como Lehman Brothers y otras similares. Ha propuesto que el sistema de alerta contra tsunamis financieros tenga como sede, de entre todos los lugares del mundo, el Fondo Monetario Internacional (FMI). Brown propuso esta malísima idea suya en la Asamblea General de la ONU.

Este tipo de control financiero internacional sin duda conseguirá como ninguna otra cosa matar la prosperidad global que la desregulación ha fomentado en las últimas décadas. Al igual que en el pasado lo hizo la fracasada política del socialismo, ya fuera el que se aplicara en Gran Bretaña o en Estados Unidos.

 

©2008 The Heritage Foundation

* Traducido por Miryam Lindberg

Helle Dalees directora del Centro Douglas y Sarah Allison para Estudios de Asuntos Exteriores y de Defensa de laFundación Heritage. Sus artículos se pueden leer en elWall Street Journal, Washington Times.

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