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Emilio J. González

La crisis llega a la economía real

La acción coordinada de los bancos centrales le ofrece a Zapatero la excusa perfecta para sentarse a dialogar con el PP y, conjuntamente con él, dar un vuelco radical al proyecto de cuentas públicas que Solbes acaba de presentar al Parlamento.

Lo venían avisando las Bolsas con fuertes caídas que no tenían explicación ante las medidas tomadas en Estados Unidos y la Unión Europea para salvar a la banca de la crisis financiera, y se ha confirmado con el recorte coordinado de tipos de interés que han acordado la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra, el Banco de Canadá, el Riksbank sueco y el Banco de Suiza. Se trata, pura y simplemente, de que la crisis financiera está llegando a la economía real. Los datos no dejan lugar a dudas. Estados Unidos se encamina a la recesión, Francia entrará en ella este trimestre, Alemania ya lo está y España probablemente también.

¿Es esta la respuesta que cabía esperar? El comportamiento de las Bolsas tras conocerse la noticia, con un cambio de tendencia después de haber abierto la jornada del miércoles con fuertes caídas, siguiendo la estela del desplome de Wall Street el pasado martes, pone de manifiesto que los mercados consideran necesaria esta medida. En cierto modo, pueden tener razón. Hasta hace unos meses, el principal problema para las economías europeas, y en buena medida también para la estadounidense, era la inflación. El petróleo no hacía más que batir récord tras récord, llegando su cotización a superar los 150 dólares por barril. A ello había que añadir un comportamiento similar de los alimentos, derivado de la crisis alimentaria internacional. Sin embargo, el recrudecimiento de la crisis financiera que se ha registrado a lo largo de los últimos meses ha cambiado radicalmente el panorama. Su intensidad y duración han provocado su traslado a la economía real, lo que va a aliviar los problemas inflacionistas. En situación de crisis, el consumo de petróleo es mucho menor, lo que explica que su precio haya caído hasta los cerca de 84 dólares de la actualidad, aliviando las presiones inflacionistas. Este es el argumento expuesto por los bancos centrales al explicar el recorte coordinado de tipos: la crisis reduce las tensiones inflacionistas y abre margen para una bajada del precio oficial del dinero. La decisión, por tanto, parece acertada.

Otra cosa es el impacto que la bajada de tipos pueda tener. Eso depende, esencialmente, de qué medidas se sigan tomando para afrontar la crisis financiera porque de poco sirve, al menos en la zona euro, que el BCE abarate el precio oficial del dinero si luego dicho recorte no lo recoge el euribor, el tipo de interés del mercado interbancario. Esa es la clave para la Unión Europea porque a lo largo de los últimos meses hemos asistido a una situación harto difícil: el euribor estaba en el 5,4% mientras que el tipo de intervención del BCE se encontraba en el 4,25%. En circunstancias normales, el euribor suele estar una décima por encima del tipo de intervención. Ese diferencial de 1,2 puntos es la prima de riesgo que se exige en el mercado interbancario como consecuencia de la crisis financiera internacional. Lo lógico, después de la bajada de tipos del BCE, sería que el euribor también cayese. La cuestión es si lo hará en la misma cuantía que el precio oficial del dinero o reducirá ese amplio diferencial con el tipo de intervención. Y ello dependerá tanto de si los mercados creen que las medidas que están tomando la Unión Europea y sus Estados miembros para paliar la crisis bancaria son efectivas y suficientes como de si los Gobiernos van a ir más allá de aprobar fondos para salvar a los bancos y de inyectar liquidez para que el crédito a la economía real vuelva a fluir. Este es el desafío que tienen en estos momentos las autoridades económicas de la UE, un desafío que va más allá de la crisis financiera porque ésta ya se ha trasladado a la economía real.

Por supuesto, lo que vale para la UE vale igualmente, o más si cabe, para España. El Gobierno, por fin, ha empezado a tomar medidas con la creación del fondo de 30.000 millones de euros para que bancos y cajas faciliten créditos a las familias y con la subida hasta 100.000 euros de la cobertura de depósitos del Fondo de Garantía de Depósitos. Dichas medidas, sin duda, son acertadas, incluso aunque el fondo para salvar a los bancos no se transforme en créditos y simplemente sirva para sanear los balances de las entidades crediticias. Ahora, el Ejecutivo debe ir más allá. La bajada coordinada de tipos de interés pone de manifiesto hasta qué punto están mal las cosas en el panorama internacional. Pero aquí llueve sobre mojado porque ese deterioro de la economía real a nivel mundial no hace sino añadir más problemas a una economía, la española, que desde hace un año viene padeciendo su propia y grave crisis tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y la caída drástica del consumo.

El tiempo de negar la realidad ha pasado. Ahora toca llamar a las cosas por su nombre y actuar en consecuencia. Zapatero, en este sentido, lo ha hecho bien con las decisiones que acaba de tomar respecto a la crisis del sector bancario, pero no puede quedarse ahí. Tiene también que adoptar medidas para frenar la dramática escalada del paro, para evitar que, más adelante, el resurgir de la inflación provoque que nuestra crisis sea más intensa y duradera que en otros Estados miembros de la UE; para impedir que las empresas sigan sufriendo y, sobre todo las PYMES, cerrando sus puertas. Y ello pasa, entre otras cosas, por adoptar cambios profundos en los presupuestos para el próximo ejercicio. La acción coordinada de los bancos centrales le ofrece la excusa perfecta para sentarse a dialogar con el PP y, conjuntamente con él, dar un vuelco radical al proyecto de cuentas públicas que Solbes acaba de presentar al Parlamento, con el fin de adaptarlo a los difíciles tiempos que corren para la economía española y a las medidas que hay que tomar para superarlos, por ejemplo, una bajada de impuestos a las empresas.

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