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Emilio Campmany

La culpa no es de Sanz

Así que olvídense del pobre Miguel Sanz, que no tiene culpa ninguna. Queramos verlo o no, este experimento llamado Estado de las autonomías ha salido mal.

El matrimonio que en su día contrajeron el Partido Popular y Unión del Pueblo Navarro parece definitivamente roto, pendiente sólo de firmar los papeles. Los votantes del PP le echan la culpa a Miguel Sanz, que se ha dejado chantajear por Zapatero y José Blanco, (quienes le han amenazado con echarlo del Gobierno de Navarra si su partido no respalda en Madrid los presupuestos elaborados por el PSOE). Pueden hacerlo, ya que el PSOE y Nafarroa Bai tienen los votos suficientes para ganarle una moción de censura.

¿Qué hay de sorprendente en esta historia? Es lo que nuestro sistema político estimula. Viendo las cosas que para sus respectivas comunidades vienen consiguiendo los Gobiernos nacionalistas del País Vasco y Cataluña a cambio de sus votos en Madrid, los demás han terminado por aprender a hacer lo mismo. Mucho han tardado. Hasta los Gobiernos autonómicos supuestamente controlados por los dos grandes partidos nacionales están hoy al servicio de los caciques locales para conseguir de Madrid lo que sus intereses exigen.

Rajoy no ha podido impedir que Camps y Arenas apoyen en Valencia y Andalucía sendos Estatutos de autonomía que desautorizan la argumentación del PP contra el de Cataluña. Incluso Aznar, padre de una derecha nacional y liberal hoy huérfana de líderes, no hizo nada contra la política lingüística y educativa de Fraga en Galicia, trasunto de la catalana, un día denostada por el PP.

El PSC en Cataluña opera con tal grado de autonomía que se permite el lujo de amenazar veladamente con votar contra el Gobierno en las Cortes si no se atienden sus exigencias en materia de financiación autonómica y en Galicia y Baleares los socialistas no sólo se alían con los nacionalistas locales, sino que asumen con el entusiasmo del converso su ideales separatistas.

En este ambiente, ¿cómo no va un partido que se llama Unión del Pueblo Navarro a estar a favor de unos presupuestos que incrementan la inversión en Navarra más de un treinta por ciento?

Afear la conducta de Sanz por respaldar esos presupuestos es como quejarse en una mesa de póquer de que tal o cual jugador sólo entra cuando lleva buenas cartas. El problema no es el jugador. El problema está en las reglas que se lo permiten hacer. Igual ocurre en España. El mal no está en Sanz, ni en su partido. Está en este dichoso régimen autonómico que nos dimos para resolver el problema del nacionalismo catalán y vasco y que, encima de no resolver nada, ha creado quince problemas más, cada vez más turbios y pegajosos.

Ya verán como, cuando PP y UPN se presenten por separado a las elecciones, los navarros elegirán votar al partido nacionalista frente al nacional, en la convicción de que con él podrán más fácilmente seguir chantajeando a Madrid en beneficio de su región. La única oportunidad de quienes se hagan cargo del PP navarro consistirá en prometer que ellos chantajearán más y mejor.

Así que olvídense del pobre Miguel Sanz, que no tiene culpa ninguna. Queramos verlo o no, este experimento llamado Estado de las autonomías ha salido mal. No hay más remedio que optar entre volver al unionismo o transformarnos en una genuina federación en la que ciudadanos y estados federados sean iguales ante la ley y en la que haya un Gobierno federal con competencias suficientes para ser digno de tal nombre. Pero ¿será una monarquía o una república? Eso, para bien o para mal, ha dejado de importar.

En España

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