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José García Domínguez

Milan Kundera

El asunto podría convertir a Milan Kundera en el Rafael Alberti checo: un laureado intelectual, confidente y delator con las manos manchadas de sangre y la conciencia, de oprobio.

Aquí, en España, todavía no se ha hablado demasiado del asunto. No nos ha dejado tiempo para eso la trascendental, histórica entrevista en La Moncloa entre Bouvard y Pécuchet. El tan esperado encuentro en la cumbre de Hernández y Fernández. Clamoroso bis a bis del Solemne y El Perenne. Mariano Goteras, p´ayudar, mostrando su adhesión inquebrantable a Rodríguez Chapuzas. Mortadelo, adoctrinando sobre la Única Política Económica Posible a Filemón. Es decir, Tintin dándole el abrazo del oso a Tontón. O sea, Zapatero, como suele, tomándole el pelo a nuestro alelado Remendón.

En fin, no se ha hablado, decía, pero se hablará. El asunto al que me refiero es ese hallazgo en los archivos de la antigua policía política comunista de un expediente que, de confirmarse su autenticidad, podría convertir a Milan Kundera en el Rafael Alberti checo: un laureado intelectual, confidente y delator con las manos manchadas de sangre y la conciencia, de oprobio. Circunstancia que por otro lado nada tendría de extraña y mucho menos de novedosa. Al cabo, la historia cultural del siglo XX no es nada más que la crónica universal del arte y la inteligencia al servicio entusiasta del crimen organizado.

De ahí que si de algo ha de servir el caso Kundera, será para constatar de nuevo las dos varas de medir que gastan los inquisidores de la corrección política en estos espinosos asuntos. Y es que apenas hace nada que fue avistado otro ex joven, Günter Grass, cargando con el único pecado que nunca se perdona a un intelectual respetable: haberse equivocado de carnicero en el instante de ofrecer sus servicios profesionales a alguno de los grandes matarifes continentales especializados en la producción en serie de carne picada. Así, al tiempo que toda la escoria ética del mundo de la cultura hacía cola ante Stalin, parece que Grass aceptó un empleo subalterno en la principal firma alemana de la competencia.

Ahora, cuando dicen haber descubierto que La broma iba en serio, veremos si el establishment cultural persiste en mantener la hipócrita asimetría de siempre llegado el instante de dictar su preceptiva sentencia moral. Esa inercia que ordena un corporativo guiño de complicidad ante cualquier secuela andante y criminosa del comunismo, una de las dos caras del totalitarismo absuelta éticamente por las factorías propagandísticas de la izquierda realmente existente.

Lastima: a pesar de que sus libros solían resultarbest sellers, era un buen escritor.

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