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EDITORIAL

La política bananera nos pasa factura

Visto lo visto, el único consuelo que podemos encontrar es que, con mandatarios como los que padecemos, tal vez no resulte mala cosa, ni para la economía de España ni para la del resto del mundo, la ausencia de nuestro Gobierno en la cumbre de marras.

"Seguro que Sarkozy hará bien su trabajo y España estará en la Cumbre". Con estas palabras el presidente del Gobierno español ha mostrado este martes su confianza en que nuestro país será finalmente invitado a la Cumbre que pretende reformar el sistema financiero internacional. Lo cierto, sin embargo, es que España acaba de ser excluida, en principio, de esa trascendental e histórica cita internacional, tal y como se deduce de la declaración que, por la mañana, hacía el presidente galo en el Parlamento Europeo, donde sólo ha citado como participantes a los miembros del G-8 y los del G-5 de las economías emergentes, México, Brasil, China, India y Sudáfrica.

Por otra parte, no es Sarkozy, sino Zapatero quien debía y debe "hacer bien su trabajo" para que España esté presente en una cumbre tan decisiva como la que nos ocupa. Lo cierto es que, hasta el momento, Zapatero no lo ha hecho. Antes al contrario, el presidente del Gobierno ha protagonizado una política exterior absolutamente bananera, caracterizada por habernos alejado de países y áreas de influencia decisivas para acercarnos, por el contrario, a los regímenes más abyectos del planeta. Y es que, tras haber dejado en la estacada a nuestros aliados con una precipitada e irresponsable retirada de Irak, Zapatero no dudó en dinamitar por completo una política proatlantista que nos había permitido una relación privilegiada con los Estados Unidos al tiempo que una influencia en el seno de Europa que España no conocía desde hacía siglos. En su lugar, Zapatero trató estérilmente de poner en marcha el llamado "acercamiento al corazón de Europa", justo en un momento en que Francia y Alemania, tras la salida de Chirac y Schröder de sus respectivos Gobiernos, reconducían y estrechaban sus relaciones con los Estados Unidos

De forma más concreta, también debemos recordar que hace escasos dos años, Zapatero, con tal de criticar a Aznar, no dudó en quitar importancia al G-8 señalando que el ingreso de España en ese grupo no era prioritario para su Ejecutivo. ZP podría haberse entonces limitado a reprochar a Aznar el no haber logrado finalmente el ingreso de España en ese selecto club al que pertenecen los países más prósperos e influyentes de la tierra; pero sabía, en primer lugar, que España nunca había estado tan cerca de conseguirlo como en tiempos de Aznar y que semejante reproche a su antecesor, además de injusto, le hubiera obligado a él a conseguir lo propio. Esa es la razón por la que Zapatero, fiel a su ética indolora, prefirió mantenerse ajeno a todo compromiso y criticar irresponsablemente a Aznar, aunque de ese reproche salieran mal parados tanto el G-8 como las posibilidades de España de ingresar en él.

Más recientemente, y ya con la cumbre financiera internacional en el horizonte, Zapatero no ha tenido empacho en pavonearse señalando como únicos culpables de la crisis a los Estados Unidos y a los europeos como los destinados a encontrar la solución. Semejantes declaraciones no sólo han constituido una maniquea falsificación de los hechos, sino un error diplomático de primera magnitud.

En primer lugar, el BCE y los Gobiernos europeos no han sido ajenos sino coparticipes de esa intervencionista e irresponsable política monetaria y crediticia expansiva que está en el origen de la crisis. España tiene, además, unos desajustes en la economía real que, al margen de la financiera, nos sitúa a la cola en el crecimiento económico y al frente de la destrucción del empleo en Europea. Con semejantes credenciales, nuestro Gobierno ya no puede, como en tiempos de Aznar, ponerse como ejemplo ni dar lecciones a nadie en materia económica. Eso, al margen de que semejantes declaraciones de Zapatero han metido gratuitamente el dedo en el ojo a un país como Estados Unidos, cuya presencia y visto bueno serán condiciones sine qua non tanto para que la Cumbre se celebre como para designar a los países que participen en la misma.

Finalmente, y como remate de tanto espectáculo bananero, no podemos dejarnos en el tintero el hecho de que el mismo día y, prácticamente, a la misma hora en que Zapatero mostraba su deseo y su confianza en que España sea invitada a esa cumbre "decisiva", el vicepresidente y ministro de Economía de nuestro país Pedro Solbes quitaba toda importancia al hecho de que España no haya sido invitada.

Así las cosas, el único consuelo que podemos encontrar es que, con mandatarios como los que padecemos, tal vez no resulte mala cosa, ni para la economía de España ni para la del resto del mundo, la ausencia de nuestro Gobierno en la cumbre de marras.

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