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Gina Montaner

Cavilaciones de última hora

Quienquiera que resulte ganador se enfrentará a una sola e inaplazable realidad: el panorama económico es del color de la hormiga brava.

Entramos en la recta final de las elecciones y la gente en la calle dice estar fatigada de una contienda electoral que parece haber comenzado hace un siglo.

Lejos quedan los primeros meses en los que Barack Obama sólo era un desconocido más lleno de interrogantes que de respuestas. Apenas recordamos unas primarias en las que John McCain volvía a evocar al eterno outsider que no podría ganarse la confianza de la base republicana. Se esfumó la sensación de que Hillary Clinton, de la mano de un siempre seductor Bill Clinton, sería la indiscutible candidata a la presidencia por el Partido Demócrata. Y el burbujeante fenómeno "Palin" perdió su efervescencia tras un par de comprometedoras entrevistas en la televisión.

Cuando apenas quedan horas para que las urnas cierren al final de la jornada del cuatro de noviembre, son más dudas y cavilaciones las que pululan en el aire que se respira en las largas colas para ejercer el voto anticipado en 30 estados del país. Si no vuelve a suceder el caos de las elecciones del año 2000, el próximo martes Estados Unidos tendrá un nuevo presidente tras una batalla política que ha sido histórica y rompedora.

Muy al gusto de un país enamorado de las modas y tendencias, las revistas y periódicos no tardaron en proclamar que este ha sido el año de la mujer por el protagonismo de la señora Clinton y Sarah Palin, antagónicas y contrapuestas en sus creencias e ideología. McCain, un septuagenario que arrastra las secuelas físicas que trajo de la Guerra de Vietnam, superó en edad a Ronald Reagan, posiblemente la figura más invocada y homenajeada en la convención republicana con el propósito de obviar el mal sabor que dejaban ocho años de la administración Bush. Y finalmente Barack Obama, un joven afroamericano cuya singular biografía rompió todos los esquemas del retrato robot de los candidatos que hasta ahora habían desfilado en este feroz concurso por ganarse el alojamiento en la Casa Blanca. Obama vino acompañado de unas dotes de orador de púlpito y un séquito que incluía a los niños prodigio de la era del Facebook y YouTube. Toda una revolución que ha ido más allá del inquietante lema de "la redistribución de la riqueza".

Según las últimas encuestas, todo apunta a que el senador Obama muy posiblemente será el próximo presidente de los Estados Unidos. Pero quienquiera que resulte ganador se enfrentará a una sola e inaplazable realidad: el panorama económico es del color de la hormiga brava. La sociedad sigue sin comprender la lógica y la utilidad de un millonario rescate financiero que tanto republicanos como demócratas suscribieron en una sesión de psicodrama al borde de un ataque de nervios. Las empresas amenazan con ejecutar despidos masivos, los ciudadanos no tienen cómo pagar sus hipotecas y los planes de retiro o 401 K se encogen como la lana en una secadora. Esas son las preocupaciones que consumen a los votantes mientras aguardan pacientemente en las largas filas antes de ejercer su derecho al voto.

El cinco de noviembre amaneceremos bajo los efectos de la pastosa resaca electoral y con un comandante en jefe que a partir de enero se encerrará a trabajar frenéticamente en el Despacho Oval, a ser posible sin las distracciones lúdicas de un Bill Clinton o la perplejidad de un George W. Bush, aconsejado desde las sombras por Dick Cheney y Karl Rove. Para entonces ya no será el año de la mujer, sino 2009 a secas.

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