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Jorge Vilches

Obama ficha por el PP

La campaña electoral se convierte en un mercado de oportunidades en el que se rivaliza por ofrecer algo más que el adversario. A la hora de votar, el elector no recuerda las cifras de las promesas, pero sí la impresión que le dejó ver a los candidatos.

El ostensible fervor de una parte de la derecha española por Obama procede, en gran medida, de ese deseo de caer simpática a la gente. No es condenable, pero sí es poca cosa, porque lo que están recogiendo de Obama no son las ideas o los planteamientos geoestratégicos, cuya mención no resulta políticamente correcta, sino la manera de ganarse al electorado.

Sin ser prolijo, podrían indicarse varias enseñanzas, que hace tiempo están en manos de José Blanco y compañía –hay que reconocerlo–, pero que son prácticamente desconocidas para la derecha. Son útiles, lo que es muy diferente de que gusten a todo el mundo o sean convenientes.

La primera lección es que el programa no importa tanto como la sensación que genera la presencia y las palabras del candidato. La razón es que la campaña electoral se convierte siempre en un mercado de oportunidades en el que se rivaliza por ofrecer algo más que el adversario. A la hora de votar, el elector no recuerda las cifras de las promesas, pero sí la impresión que le dejó ver y oír a los candidatos.

La coherencia, por otro lado, es un valor desdeñable en aras de la conveniencia coyuntural. El candidato quiere ganar en todos los distritos de una sociedad plural. En consecuencia, es preciso hacerse a la idea de que el programa debe ser multidireccional y lo que se dice en un territorio –pongamos Murcia respecto al agua y a la nación–, no tiene porque ser lo mismo que se dice en otro, digamos Andalucía o Cataluña.

Otra de las enseñanzas que se recogen de lo visto y oído es resultado de lo anterior: el pragmatismo es el eje ideológico. En el caso español, y europeo en general, esto es mucho más fácil que en Estados Unidos. No hay más valores o principios que los que quiera el elector de la circunscripción en la que se pide el voto. Un partido español, y europeo, no es, por tanto, un grupo organizado para defender un ideario moral, económico y político, sino un equipo que intenta conectar con la mentalidad tipo del electorado para tener éxito en las urnas.

La cuarta lección es también una derivada: la vía más rápida para acercarse a los votantes no es el programa electoral, sino que hablen a favor del candidato los personajes con influencia social, ya sean de la cultura o de los medios de comunicación. Al igual que una multinacional contrata a una actriz famosa para vender un champú anticaspa, un partido le pide a un cantante, periodista o director de cine que difunda el eslogan o se haga la foto correspondiente. El mensaje político llega de esta manera mejor que cualquier buzoneo, mitin, pancarta o valla publicitaria. En esto, y otra vez hay que reconocerlo, los socialistas son unos maestros.

Al hilo de lo anterior, de la campaña vivida en Estados Unidos se aprende que la teatralidad es el único saber realmente codiciado, que la asignatura "Arte y Ensayo" es más útil que cualquier doctorado o máster. Leer bien el guión, modular la voz y contener la gestualidad; y la economía se aprende en dos tardes. Porque la campaña electoral es un concurso de popularidad en el que es preciso recurrir a la emotividad, pero de forma digna. No es un ejemplo de esta actitud el cuento de "la niña de Rajoy". La frontera entre la conexión con los sentimientos más íntimos del electorado y el ridículo más espantoso es finísima y muy peligrosa.

Por último, lo que ha quedado claro es que el equipo o Gobierno en la sombra, los "fichajes estrella", no tienen peso alguno si el líder o candidato carece de popularidad. La prueba es que casi nadie conoce el nombre del segundo de Obama, mientras que el nombre de Sarah Palin ha estado muy presente en toda la campaña. Efectivamente, se vota al cabeza de lista, no al equipo, cuyos nombres suele desconocer más de un 70% del electorado incluso cuando llegan a ministro.

Estas son las únicas claves del "liberalismo simpático". No hay que darle más vueltas.

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