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Agapito Maestre

La política de los EEUU

Obama es el nuevo héroe de la política. Es un personaje creado por el propio proceso político. El radical de izquierdas ha desaparecido. Sus amistades peligrosas no cuentan. Ha surgido un político. Un modelo político.

No es un sueño. Es un "New Deal": un Nuevo Acuerdo. Un renacimiento de la política. De la democracia. Obama ha conseguido con la colaboración de muchos otros, entre ellos su adversario político, McCain, que lo público, lo político, emerja sobre cualquier otro asunto humano. Nadie con sentido común deja de mirar con sana envidia el acontecimiento de Estados Unidos. Obama es el nuevo héroe de la política. Es un personaje creado por el propio proceso político. El radical de izquierdas ha desaparecido. Sus amistades peligrosas no cuentan. Ha surgido un político. Un modelo político. Ya sé, ya sé, cómo lo iba a desconsiderar, que ese proceso político está regido, o peor, condicionado por una "mercadotecnia magistral" y una "planificación milimétrica" de todas las acciones y discursos del candidato. Vale.

Pero también esos factores, desde el Renacimiento hasta hoy, han sido componentes esenciales de la política. La democracia liberal es impensable sin el "mercado" político. No es menester recurrir a Weber ni a Maquiavelo para saber que el "profesional" de la política es tan importante como la vocación surgida de un destino político. Quien lo niegue, sí, quien lo reduzca a un "resto", es decir, a algo menor y despreciable, es que no ha entendido nada de los sacrificios de los demócratas del siglo XX por acabar con la experiencia totalitaria: la planificación de cualquier contingencia surgida de la liberad. Obama, pues, es un personaje surgido del mismo proceso de selección del proceso electoral americano. Esa es su grandeza. Su esplendor. Por supuesto, ahí hallará también su decadencia, pero eso ahora poco importa, entre otros motivos, porque el mundo entero es visto a luz de su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos y, sobre todo, de su triunfo electoral.

Nada ni nadie, en efecto, pueden ser contemplados sin la antorcha que porta Obama: el triunfo de la política. Lo público es lo que convierte a todos los seres humanos en auténticamente humanos. Sin el resplandor del pueblo de los Estados Unidos, de esa nación unida, todo queda en la sombra. La lección de lo sucedido es sencilla: de la oscuridad de lo privado, de lo individual, y de la lucha por la mera supervivencia, sólo se sale a través de lo público, del reforzamiento de los vínculos humanos, en fin, a través de la lucha pública, solidaria a veces y brutal otras, por una vida mejor. Eso es exactamente la política. Eso es lo que está detrás de la victoria de Obama y, cómo no, del grandioso discurso de despedida de McCain. Eso es lo que nos acerca a la democracia americana. Por eso, sí, todos desearíamos ser americanos. Sólo un obtuso renunciaría a un nuevo y flamante comienzo.

Si antes de las elecciones muchos mirábamos con respeto a Estados Unidos, ahora, después de los resultados electorales y de los magistrales discursos postelectorales de Obama y McCain, todos los demócratas miramos este país con sana envidia. Nos entusiasma. ¿Significa eso que el nuevo presidente de los Estados Unidos será capaz de acabar con los graves problemas mundiales? No; ni tampoco creo que sea esa pregunta el principal asunto de estas elecciones. Lo decisivo es el entusiasmo, la vida, que ha creado el mismo proceso político. Eso significa, obviamente, que ha sido un acto genuinamente democrático y repleto de invención. Y, en verdad, nadie decente puede negar que en esta campaña política, en estas elecciones, no haya existido creatividad política. La principal está a la vista: Obama. Aunque haya gente que se resista a mirar de frente, es obvio que la democracia, o mejor, el proceso democrático ha inventado, nada más y nada menos, a alguien que es más que un candidato. Es un presidente in pectore de los Estados Unidos. No se le puede pedir más a la democracia americana.

Sin embargo, cientos de analistas políticos seguirán diciendo "no era nadie, pero ya es presidente", o peor, seguirán "prediciendo" que Obama defraudará al mundo, porque no podrá satisfacer tantas ilusiones y expectativas como él ha despertado. Quizá tenga razón, pero ese planteamiento, hoy por hoy, carece de importancia, desde el punto de vista estrictamente político, porque olvida lo fundamental: Obama en particular, y los Estados Unidos en general, han conseguido que el resplandor de lo público sea la bandera del mundo democrático. Las elecciones americanas han conseguido impregnar al mundo entero de que la política en general, y el propio devenir de este proceso electoral en particular, además de ilusionar a millones de seres humanos, puede hacer a los hombres verdaderamente humanos.

La política es, pues, lo determinante. El resto es miseria. La política, sí, la lucha sin desmayo, e incluso a veces con ferocidad, entre dos candidatos, entre dos adversarios, termina siempre en abrazo o no es política democrática. Sólo los auténticos adversarios, como nos enseñó el viejo Hegel, se abrazan. Están Unidos: "Nunca hemos sido simplemente una colección de individuos ni una colección de estados rojos y estados azules. Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América". Son palabras de Obama. Son singulares palabras que lo resguardan de odiosas comparaciones. Son palabras de un genuino político. De alguien que tiene "una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación".

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