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CIENCIA

La materia con la que se teje un año

Fue 2011 el año de las redes sociales y el frenesí tuitero. El de las leyes contra la cultura y el desplome de la inversión científica. Fue el año en el que el mayor accidente civil con energía atómica de por medio sirvió para demostrar cuán seguras son en realidad las centrales y cuán presto está el demonio antinuclear a solazarse en la desgracia.


	Fue 2011 el año de las redes sociales y el frenesí tuitero. El de las leyes contra la cultura y el desplome de la inversión científica. Fue el año en el que el mayor accidente civil con energía atómica de por medio sirvió para demostrar cuán seguras son en realidad las centrales y cuán presto está el demonio antinuclear a solazarse en la desgracia.

Fue también el año del descubrimiento de un trío de planetas similares a la Tierra que orbitan soles lejanísimos (600 años luz nos separan de ellos), lo que invita a pensar en lejanísimas formas de vida alienígena; el año del adiós al programa de transbordadores de la NASA, lo que nos aleja un poco más de la conquista del espacio; el año de las primeras imágenes recibidas desde la superficie de Mercurio.

Pero sobre todo ello fue el año de la materia. Nunca antes la divulgación científica se había centrado tanto en un asunto tan desabrido, lejano e inhóspito para el común de los mortales como la física de partículas. Y, sin embargo, ahí nos han tenido, a unos cuantos cientos de miles de curiosos, pegados a la pantalla del ordenador, al aparato de radio o a la tele para tratar de comprender algo sobre palabras y conceptos que hace unos años ni siquiera hubieran despertado nuestra curiosidad. Neutrinos, bosones, física de partículas, aceleradores... ¡Uf! El otro día, una famosa periodista me aseguraba que estaba fascinada por el tema de los neutrinos. ¡Por fin un tema serio de conversación en las tertulias!

Sí, la adusta física, la asignatura que nos hace palidecer en el bachillerato, el hueso que ayuda a comprender de qué están hechas las cosas, ha consumido en este 2011 un pedacito de la tarta de la actualidad, quizás arañándosela a un titular sobre la prima de riesgo o a algún que otro gol de Messi.

Así, resulta que las dos noticias que más atención han concitado en el terreno de la ciencia han tenido lugar en ese minúsculo rincón donde se teje la materia: el mundo subatómico. ¿Recuerdan los inhumanos esfuerzos que hicieron los presentadores de los telediarios para explicarnos por qué es importante que un neutrino viaje o no más rápido que la luz? ¿Y las portadas dedicadas a la cuasi detección del Bosón de Higgs?

Más curioso aún es que ambas noticias fueron, en realidad no-noticias. Los veloces neutrinos saltaron a la fama cuando un equipo de científicos del experimento Opera aseguró haber detectado que estas partículas podían viajar a más velocidad que la luz. Como sabemos, para que las leyes de la física se mantengan en pie y Einstein pueda seguir siendo una referencia en el confeccionado de camisetas es necesario asumir que nada que no sea la luz puede viajar a la velocidad de la luz. Los neutrinos, que son partículas subatómicas procedentes en su mayor parte de desintegraciones físicas en el seno de una estrella como el Sol, tampoco deberían ser capaces de superar esa barrera. Y eso que son capaces de muchas cosas. Como tienen una masa muy pequeña (hasta hace poco se pensaba que no tenían masa), apenas interactúan con el entorno. Pueden escapar del núcleo solar como agua entre los dedos de la mano y atravesar todo aquello que encuentren a su paso (incluyendo la Tierra). Sí: ahora está usted siendo atravesado por un río de neutrinos que no le hacen ni cosquillas. ¿Cómo es posible? Imagine una cola de chicas que quieren pedir un autógrafo a Mario Casas. Las adolescentes se apiñan en torno al cordón policial, cuerpo contra cuerpo. No hay espacio para una más. Cualquier otra de tamaño medio que llegue chocará con la fila y empujará al resto, dejando así a unas cuantas fueras de juego (porque es muy masiva), o rebotará y se verá obligada a esperar. Son partículas interactuando, sí.

Pero al rato llega una niña mucho más pequeña, que es capaz de agacharse, colarse entre las piernas de todas y, sin rozarlas, plantarse la primera justo en el momento en que su ídolo empieza a firmar. Esta pequeña neutrina no ha interactuado con el resto de la materia: la ha atravesado.

Jugando con neutrinos, en concreto, lanzando haces de neutrinos entre el CERN de Ginebra y el laboratorio del Gran Sasso (Italia), distantes 730 kilómetros, los físicos comprobaron que los susodichos podían realizar ese largo viaje en un tiempo menor que el empleado por la luz. Y, claro, el susto fue mayúsculo. A día de hoy no podemos, sin embargo, asegurar que haya razones para seguir estándolo.

Pocos físicos quieren creer que los resultados del experimento Opera sean correctos. Esperan en secreto que se haya cometido un error. De lo contrario, si se confirman los resultados una y otra vez, habría que cambiar los cimientos de la física, volver a la escuela y borrar algunos premios Nobel de la lista. Mal asunto. Lo malo es que, un cuarto de año después de realizado el experimento, nadie le ha encontrado el fallo. Estamos a la espera de que se pueda repetir con herramientas más refinadas y datos más fiables, aún. Por eso la no-noticia (porque solo será noticia cuando se confirme) es tan importante.

Como lo fue la no-noticia de la no-detección del Bosón de Higgs. La mal llamada "partícula de Dios" (¿qué habrán hecho los pobres electrones, neutrones y protones para no merecer ese nombre?) es un esquivo corpúsculo responsable de que la materia tenga masa. Sabemos que existe porque sin ella no funcionaría el modelo estándar de explicación del mundo físico. Es necesario que todos los cuerpos masivos interactúen unos con otros a través de algo. El físico Peter Higgs demostró sobre el papel que ese algo es un campo cuántico que hoy conocemos como Campo de Higgs.

Imaginemos que tenemos un frasco de miel en nuestras manos e introducimos en él una cuchara. Al girar la cuchara, la miel ejerce resistencia, tanto mayor cuanto más grande sea la cuchara –o más espesa la miel–. El Campo de Higgs es a la miel lo que la cuchara a cualquier cuerpo. Todas las partículas que forman la materia son frenadas por el Campo de Higgs en mayor o menor medida. A esa interacción la llamamos masa. Y debe nacer de una partícula capaz de generar ese campo (como todos los campos conocidos). Sólo hay una partícula que no es afectada por él: el fotón. Por eso puede viajar a la mayor velocidad posible, la de la luz. A ella, la miel no se le pega.

El problema es que nadie ha detectado aún esa partícula de Higgs. A ello se dedican los científicos del CERN en el experimento LHC. ¿Cómo lo hacen? Utilizando el mismo truco que emplearía un niño para saber de qué está compuesto su nuevo cochecito de juguete: lo escacharra contra el suelo y le busca las piezas internas. Eso hacen en el acelerador de partículas más importante jamás construido: colisionar partículas, esperar que se descompongan y medir en su descomposición el rastro de alguna aún no detectada, candidata a ser Higgs.

A finales de año se anunció a bombo y platillo que los científicos estaban más cerca que nunca de lograrlo. Su rueda de prensa fue seguida por miles de periodistas y los resultados, publicados en todos los medios generalistas al día siguiente. Pero fue otra no-noticia. En realidad, lo que nos contaron tan eminentes doctores es que estamos muy cerca de conseguir aislar a Higgs y que, probablemente, la prueba definitiva de su existencia se obtenga en verano de 2012.

Esperaremos entonces al resumen del año que viene para contarlo. Eso, si lo mayas se han equivocado y el mundo no se acaba antes.

 

twitter.com/joralcalde

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