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HISTORIA
La rendición del PNV en la guerra civil
El PNV pactó con Franco y dejó totalmente vendidos a sus aliados, que habían luchado a su lado en defensa de Vizcaya.

Pío Moa

Al caer Bilbao con muy poca lucha, el 18 de junio de 1937, el PNV aseguró con sus gudaris —y contra sus aliados izquierdistas— la entrega intacta a Franco de la industria pesada vizcaína, de inestimable valor bélico. Como observó Kindelán, pudo entonces Franco perseguir y destrozar a su enemigo en retirada, pero no lo hizo, probablemente porque esperaba, aunque no sin escepticismo, un acuerdo con el PNV que le permitiese una victoria cómoda y sin lucha. Y, en efecto, desde el día 25 los nacionalistas, entraron en negociación secreta con los fascistas italianos para rendirse por separado, a espaldas de sus aliados. La forma como esos tratos concluyeron en el Pacto de Santoña es bastante conocida, pero lo son menos otros aspectos que aquí resumiré.

Para justificar su desgana —pues así se presentó durante años la maniobra, mientras permanecieron ocultos sus entresijos—, el PNV sostuvo —como reproduce Steer, el oficioso y muy poco veraz periodista inglés— que "los vascos [o sea, los nacionalistas vascos] no estaban dispuestos a dejarse matar por Santander. Ya se habían apartado demasiado de su propio país". La justificación resulta grotesca en su evidente falsedad. Vizcaya estaba perdida, pero, ni mucho menos, lo estaba la guerra; y lógicamente, los nacionalistas debían aspirar a recobrar Euzkadi, o al menos debían pagar a sus aliados la ayuda y la sangre derramada en defensa de Vizcaya.

Además, el PNV hablaba al gobierno frentepopulista con un lenguaje muy distinto, sin duda para tenerle engañado. El 19 de julio, Aguirre explicaba a Azaña que los nacionalistas "no tienen más que una palabra", y que "hay que defender el País (Vasco) fuera de él". "Niega que se hayan pasado al enemigo batallones enteros. Mucha gente se ha pasado (…) pero unidades en masa, no". Si han impedido la destrucción de la industria es "porque pensamos volver a nuestro país". También le anunció: "Si los rebeldes consiguen dar un corte, por ejemplo, hacia Reinosa, se producirá un desastre incalculable". Precisamente ese desastre iba a negociarlo con los italianos.

No menos sentido cobra una propuesta cuyo trasfondo no captó Azaña, y que dio pie a un diálogo digno de los hermanos Marx: "Sacar del norte a los refugiados vascos (le dice Aguirre) es una necesidad, incluso para la guerra". "Me pregunta qué tal estaría traer unas divisiones vascas a Huesca, para emplearlas en esa zona. Sin pararme a examinar los motivos de la propuesta —si es que tales divisiones no hacen falta donde están, cosa poco creíble—, le opongo la imposibilidad de realizarla: "¿Por dónde iban a venir? Por mar, es imposible, y por Francia no lo consentirían" "¡Qué sé yo…! Como heridos…" "¿Heridos? También son combatientes, si no quedan inútiles. Y a nadie le haría usted creer que íbamos a transportar quince o veinte mil heridos de una región a otra". "Pues es lástima. El cuerpo de ejército vasco, ya reorganizado, rehecha su moral, se batiría muy bien poniéndolo sobre Huesca. Se enardecería en cuanto le dijésemos que íbamos a conquistar Navarra". "¿Navarra?", pregunta incrédulo el alcalaíno. Etc. Tres días más tarde, el escamado Azaña consigna: "No me ha dicho más que una mínima parte de lo que sabe, y nada de lo que verdaderamente piensa". En realidad, el PNV llevaba casi un mes en tratos con los fascistas con vistas a rendirse, si bien cuando hablaba con Azaña les estaba dando largas por alguna razón. Para Franco, "la entrega de los vascos, si se lleva a cabo, facilitaría la guerra grandemente".

Para comprender la situación debe tenerse en cuenta otro punto. A menudo se ha calificado de desesperada la situación en el norte, tras la caída de Vizcaya, pero no era del todo así. La intensa movilización permitió concentrar quizá 100.000 hombres (frente a 90.000 franquistas), de ellos unos 30.000 vascos, dotados de una respetable masa artillera y de carros. Su inferioridad era total en aviación (1 a 3), pero ésta perdía efectividad en un terreno muy escabroso, inmejorable para la defensa. La diferencia decisiva radicaba en la moral. En Vizcaya, gran número de soldados se habían pasado a los de Franco, y, señalaba el informe de un comandante citado por Martínez Bande, "una de las plagas más generalizadas en todos los Cuerpos, pero en el Vasco de notable modo, eran los certificados de inutilidad para el servicio de armas".

No obstante, durante julio el Ejército del Norte tuvo un respiro, gracias a la batalla de Brunete, y lo aprovechó para reorganizarse. Renació el optimismo, al punto de plantearse tres posibles contraofensivas: sobre Burgos, sobre el valle del Ebro o sobre Oviedo. El mando optó por la última, acompañada de un ataque menor en el frente vizcaíno, a cargo de las tropas nacionalistas. Pero ambas maniobras fracasaron entre los días 26 y 30, deprimiendo nuevamente la moral.

Franco, a su vez, lanzó su ofensiva a mediados de agosto, y en el curso de ella cobraron toda su relevancia los tratos nacionalistas de rendición. Gregorio Morán, en Los españoles que dejaron de serlo, reproduce documentos esenciales: el PNV rendiría a los suyos en tales condiciones que el frente se desmoronase. A tal fin presionó al general del Ejército del Norte, Gámir Ulibarri, para que los gudaris ocupasen el sector del frente más próximo a Vizcaya, y al mismo tiempo acordaron con los fascistas que "no lucharían, sino que se mantendrían en situación defensiva, sin abandonar tampoco el frente… o sea, sin prestar ninguna colaboración al Ejército del Norte". De esta manera dejaban totalmente vendidos a sus aliados, que habían luchado a su lado en defensa de Vizcaya.

La maniobra fue más allá. El PNV indicó: "El Ejército de Franco y las tropas legionarias italianas para tomar Santander no atacarán por el frente de Euzkadi", sino "por Reinosa y el Escudo, para ocupar Torrelavega y Solares, los dos puntos estratégicos de las comunicaciones con Santander y Asturias, y de esta manera copar al Ejército de Euzkadi en su demarcación territorial", es decir, en su sector del frente. La sugerencia no podía estar mejor calculada, porque al quedar así "copados", los nacionalistas podrían justificar su imposibilidad de luchar, o incluso culpar a sus aliados por no haber impedido el copo, cegándoles ante la traición de que eran objeto.

El 29 de agosto se consumaba la catástrofe de Santander. Las cifras más conservadoras estiman los prisioneros en 55.000, con 30.000 fusiles, 120 cañones, 22 carros soviéticos y buen número de blindados, cientos de armas automáticas y 7 aviones, con destrucción de otros 60. La rendición de los batallones nacionalistas se produjo entre el 25 y el 27 de agosto, y contribuyó a precipitar el desastroso final. Muchos gudaris pasaron al ejército de Franco, donde siguieron luchando de mejor o peor grado. Los izquierdistas no se percataron entonces, ni durante muchos años después, de toda la amplitud de la intriga peneuvista. La cual, por lo demás, no fue la única.