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"El terrorismo se combate teniendo alta la guardia", por José María Aznar

Reproducimos a continuación una traducción del artículo de José María Aznar publicado el pasado día 16 en el periódico italiano Il Messaggero.

Lo primero que hay que hacer ante un acto de extrema crueldad como el perpetrado en Londres el pasado 7 de julio es estar cerca de las víctimas. Nada puede justificar, y mucho menos racionalizar el dolor e la destrucción causados. Hablar de la decisión, tomada en Singapur el día anterior, de asignar a la capital inglesa los Juegos Olímpicos de 2012, o de la reunión del G-8, ese mismo día, en Escocia, es absurdo. Todo pretexto es bueno para Ben Laden –tenemos por desgracia más de una prueba- para golpearnos como quiere o, mejor, cuando puede. Obviamente los atentados de Londres me han traído a la mente aquellos sufridos por los españoles en Madrid el 11 de marzo de 2004: bombas simultáneas explotadas en los medios públicos, terroristas locales, decenas de muertos y centenas de heridos, una emoción inefable, conjeturas sin fin. Pero pese a todo esto, pese a todo el dolor y el sufrimiento, soy optimista acerca del fin de este conflicto: no hay alternativa a la victoria sobre el terrorismo. Diré más: aunque tengo aún el horror de Londres en los ojos, creo sinceramente que estamos ya venciendo la guerra contra aquellos como Ben Laden.
 
Para empezar, si nuestro objetivo es la victoria total sobre el terrorismo, ahora debemos saber con quién estamos tratando. Aquel que tenemos enfrente es un enemigo que nos ha declarado la guerra: más simplemente, lo ha dicho y lo ha hecho. Exactamente como Adolf Hitler en sus tiempos, Ben Laden ha escrito y repetido claramente cuáles son sus objetivos y cuál es su visión del mundo, repite que su teocracia puede reconstruir el Califato e imponer la ley coránica desde Al-Andalus (como los árabes llamaron a la Península Ibérica durante su larga dominación) hasta Filipinas. Ben Laden odia todo lo que es occidental, no sólo por motivos históricos, sino también por la visión que tiene hoy de lo occidental, una civilización que en lugar de la pobreza alimenta la prosperidad, que en lugar de la injusticia propugna la igualdad, que en lugar de la intolerancia reconoce los diferentes credos religiosos y la separación entre Iglesia y Estado. Nos odia, en definitiva, por aquello que somos. Por esto es irrelevante asociar los atentados de Londres con algo de concreto. El terrorismo islámico se basa en otros parámetros para medir sus tiempos y sus acciones. Al-Qaeda, nos guste o no, está en guerra con nosotros. Y cuando se está en guerra, se cambia el modo de pensar.
 
Londres es importante por dos motivos: el primero es que, mientras que nosotros somos plenamente conscientes de encontrarnos en estado de guerra, la vulnerabilidad de las sociedades democráticas, abiertas por su propia naturaleza, es muy elevada. Detener a un terrorista suicida es una misión prácticamente imposible si se espera al último momento, como sucede a menudo en las operaciones de policía. El terror islámico no es un problema exclusivamente policial, sino que va más allá precisamente por su radicalidad, por los medios de que dispone, por las estrategias, por sus objetivos. Por estas razones, pensar en eliminarlo con las fuerzas de policía es del todo inútil. Por el contrario contrario, Londres –como antes de ellos Madrid y aún antes Nueva York- pone el acento en la necesidad de actuar mucho antes de que los terroristas se decidan y estén preparados para inmolarse. Por ello, hace falta actuar concretamente a miles de kilómetros de donde vivimos. El terror no conoce fronteras y la lucha contra los terroristas debe ser guiada también a escala global de manera preventiva.
 
El segundo motivo puede parecer paradójico, pero no lo es. Los atentados de Londres inducen a pensar que el terrorismo islámico esté hoy más débil respecto a hace un año, por fijar una fecha. Es verdad, los terroristas esta vez han conseguido herir a una ciudad que además había empezado a protegerse desde hace meses, sabiendo que son uno de los objetivos prioritarios de los fundamentalistas. Y también es cierto que, si anteriormente algunas tentativas han sido frustradas, esta vez ninguno ha sido capaz de detener a los terroristas. Y lo que se demuestra es que la defensa pasiva no es una protección suficiente. Pero dicho esto, hay que reconocer que los atentados han perdido el factor sorpresa del 11 de septiembre y es altamente posible que puedan revelarse tan dañinos como aquellos del 11 de marzo. Y no es porque los terroristas no intenten superarse. Si Ben Laden aspira a continuar siendo descrito como el supremo inspirador de sus correligionarios, ahora debe ser capaz de infligirnos un daño o un shock cada vez mayor. Hasta ahora, ha obtenido victorias tácticas, como los atentados del 11 de marzo y el cambio de gobierno en España, pero la guerra la está perdiendo. Hoy no tiene la capacidad de repetir otro 11 de septiembre, ni en términos de sorpresa estratégica, ni, probablemente, en términos de destrucción.
 
Y hay que dejar clara otra cosa: si Al-Qaeda, a pesar de todo, es hoy más débil, ello se debe a la acción ofensiva y a la presión constante ejercida por los EEUU con el apoyo de la coalición internacional, en lugares tan remotos como Afganistán, Filipinas, Mauritania o Irak. Sí, también Irak. Las actividades de inteligencia, de los militares y de las fuerzas especiales han reducido substancialmente la capacidad de los hombres de Ben Laden para planificar y coordinar nuevos atentados. Sin duda, Al-Qaeda está hoy más débil porque no nos ha dejado en espera de un nuevo ataque. Irak es un pretexto que no tiene nada que ver con los planes de Al-Qaeda, salvo por el hecho de que la llegada de la democracia en ese país presupone un duro golpe para su organización. Por esto es absolutamente importante que las fuerzas de la coalición lleven a término con éxito la tarea comenzada. Dejar Irak antes de que suceda, significaría cometer un gravísimo error estratégico.
 
El aspecto realmente preocupante, común a los atentados de Londres y Madrid, es el uso, para estos actos terroristas, de elementos de nuestra sociedad. Es evidente que no todos los musulmanes que viven entre nosotros son terroristas; sin embargo una normativa sobre la inmigración que en la práctica equivale a una puerta demasiado abierta es, a la luz de los últimos sucesos, un acto irresponsable. El terrorismo ha tenido éxito cuando ha comprendido que, con sus atentados, doblega la voluntad de las personas. Ya he dicho que con Ben Laden estamos en estado de guerra y quien se niegue a verlo y prefiera dialogar y rebajarse a pactos con el terror, no produce nada sino más terror. Rendirse sin luchar sólo puede causar otros muertos porque el terror no acepta una rendición. El terrorismo islámico no quiere un diálogo entre civilizaciones, porque únicamente busca imponerse sobre la nuestra. No lo olvidemos.

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