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Discurso íntegro de José María Aznar

Este viernes la Asociación Víctimas del Terrorismo "Verde Esperanza" ha hecho entrega del II Premio Nacional "Voces contra el Terrorismo" al ex presidente del Gobierno, José María Aznar, por su "apoyo constante a quienes han padecido la barbarie del terrorismo". Reproducimos a continuación su discurso íntegro.

Queridas amigas y amigos,
 
Es un gran honor recibir este premio. No quiero andar con ningún rodeo para afirmar desde el principio mi gran satisfacción por esta distinción que me habéis concedido y  que me permite estar hoy en tan buena compañía y en tan buena ciudad.
 
Sé, además, que no sois pocos los que habéis hecho el esfuerzo de estar hoy aquí, viniendo desde varios puntos de Andalucía. Os lo agradezco por contribuir con vuestra presencia  a este acto que tan grato me resulta. Pero permitidme que salude muy singularmente a todos los que han venido desde el País Vasco, con el afecto especial que a todos nos produce y con esa admiración profunda que merecen.
 
Queridas amigas y amigos:
 
Recibo este premio como una muestra de generosidad que agradezco sinceramente. Hablo de generosidad vuestra, y no de merecimiento mío, no por ninguna falsa modestia sino porque soy yo, como tantos españoles, los que en estas ocasiones nos damos cuenta de nuevo de que somos nosotros los que estamos en deuda.
 
Estamos en deuda por el ánimo que hemos recibido de vosotros; por vuestro ejemplo y vuestra constancia en la defensa de una causa  noble que ha unido a los españoles en la defensa de los mejores valores de una sociedad libre. Lo que nos permite afirmar sin ninguna reserva que, desde que los españoles alcanzamos ese gran acuerdo de convivencia que es la Constitución, nuestros logros más valiosos, nuestro impulso más firme en defensa de la libertad, se han producido gracias al valor de las víctimas, y con las víctimas. Esa deuda compromete a toda la sociedad que ha encontrado en las víctimas del terrorismo no sólo una referencia de valores humanos sino un ejemplo cívico.
 
Me uno a todos los que hablando legítimamente en nombre de las víctimas recuerdan que  éstas han renunciado a la venganza por su confianza en la justicia. Me uno a ellos, repito, pero me parece preocupante que las víctimas tengan que recordarlo porque ya no tendría que ser necesario.
 
En las víctimas está una de las claves fundamentales, sin duda la más poderosa, que explica la fortaleza de la sociedad española para enfrentarse al terror con determinación, con determinación de vencer y con una voluntad firme de restablecer la justicia brutalmente rota por la agresión de los terroristas. Y esto no son palabras. Esto se llama decencia, dignidad y valentía. Se llama memoria y solidaridad.
 
Queridas amigas y amigos.
 
Al recibir esta distinción, estad seguros que, para mí, el tiempo de estos valores no ha pasado. El compromiso forjado con las víctimas del terrorismo no puede ser abandonado. No sólo porque les traicionaríamos a ellas, sino porque nos traicionaríamos a nosotros mismos. Negaríamos  todo aquello  que hemos tenido por valioso. Todo aquello que ha merecido el esfuerzo y la movilización de tantos. Todo aquello que nos ha conmovido cada vez que hemos compartido el sufrimiento de una viuda, de un hijo huérfano, de una familia angustiada.
 
Romper ese compromiso con las víctimas, escamotearles el reconocimiento en justicia que merecen, nos debilita. Debilita la causa de la libertad de todos; debilita la ley y el derecho; debilita ese entramado de solidaridad en el que se apoyan las mejores causas.
 
No podemos olvidar que las víctimas, además de objeto de una violencia injusta e ilegítima, han sido también víctimas de una humillación.  Y hay que decir, con toda serenidad pero con toda convicción, que no puede volver a haber víctimas humilladas. Que bajo ninguna circunstancia será admisible que las víctimas sufran la humillación del silencio, del olvido o de la descalificación. Y sería todavía peor, si cabe, que las víctimas fueran estigmatizadas, señalándolas como obstáculo para la paz, o para un perdón que sus verdugos nunca han pedido.
 
Hemos llegado hasta aquí en la lucha contra el terrorismo gracias en buena medida a las víctimas, no a pesar de ellas. Y convendría que eso lo tuvieran presente los que ahora quisieran reinventar la historia, que es la historia de un empeño de todos por derrotar a los terroristas. Nadie me negará conocer de primera mano el extraordinario esfuerzo que ha desarrollado el Estado de derecho para que la derrota del terrorismo no fuera simplemente una intención sino un compromiso real, efectivo y alcanzable.
 
Apostamos por la eficacia de la ley, por la fuerza de la movilización social, por la importancia de sumar fuerzas para derrotar a los terroristas. Y nos pusimos a ello, sin complejos, sin reservas, con toda la ley pero sólo con la ley. Una política de Estado bajo la cual el terrorismo no podía esperar ni legitimación ni impunidad, ni para los verdugos ni para sus cómplices.
 
Una política de Estado dirigida al desmantelamiento de la trama operativa, política y social del terrorismo con un claro mensaje de que no habría, en ningún caso, precio o retribución política que los terroristas pudieran esperar ni por matar, ni por dejar de hacerlo. Detrás de ese esfuerzo hubo muchos hombres y mujeres que en la judicatura, en las fuerzas de seguridad, en los movimientos y plataformas cívicas. Y por supuesto, ese esfuerzo habría sido inimaginable sin las víctimas, sin su razón, sin su fuerza moral.
 
Alguien ha escrito con gran acierto descriptivo que "los terroristas piensan que la experiencia de la sangre hace que la sociedad, o las personas individuales que la componen, dejen a un lado los principios para lograr la supervivencia, miren, en fin, hacia otro lado que no sea el del perseguido". Es tanto como decir que el triunfo de los terroristas es el triunfo del miedo. Pues bien: se equivocaron.
 
Se equivocaron los terroristas. Tanto como se equivocaban entonces, y se equivocan ahora, los abogados de experimentos fracasados. Se equivocan porque la razón está siempre del lado de la ley y de la defensa sin transacción de los derechos de los ciudadanos.
 
Porque no hay otro final para el terrorismo que su derrota, la reconozca o no. Es decir, no hay otro final posible y real para el terrorismo que  la frustración de todas sus expectativas, la evidencia política e histórica de su fracaso y la expulsión del miedo de allí donde el terrorismo ha permitido que arraigue destruyendo, el tejido social y las libertades.
 
Pero sobre todo, ese único final posible y digno, será aquel que se convierta en el homenaje definitivo a la memoria de las víctimas, a la permanencia de su recuerdo y del sentido de su sacrificio; a la satisfacción, en suma, de las exigencias de justicia que, como una voz más, con vosotros, también quiero reclamar.
 
Muchas gracias.

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