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DISCURSO ÍNTEGRO DE JOSÉ MARÍA AZNAR

Por su interés informativo reproducimos íntegramente el discurso de José María Aznar en la Universidad Católica Argentina, Buenos Aires para presentar el informe "América Latina: Una agenda de libertad" de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES).

Excelentísimo Señor Rector de la Universidad Católica Argentina;
Excelentísimas Autoridades de la Fundación Pensar;
Señoras y Señores;
 
Quiero que mis primeras palabras sean para expresar mi más profundo agradecimiento por el honor de presentar “América Latina: Una agenda de Libertad” en la Pontificia Universidad Católica Argentina. Conozco desde hace años el trabajo excelente y los principios sólidos que sustentan el trabajo de esta Universidad.
 
También quiero agradecer a nuestros amigos de la Fundación Pensar el excelente trabajo en la organización de este viaje a Buenos Aires, una de mis ciudades favoritas, y la aportación valiosa y original que están realizando al debate de las ideas políticas en la Argentina.
 
Hoy nos convoca la presentación de un intenso trabajo cuyo norte es la Libertad. Un trabajo que ha sido fruto de la colaboración de muchas personas e instituciones en las dos orillas del Atlántico. Personas e instituciones que tienen un compromiso firme con la idea de libertad y con los principios y valores occidentales.
 
Este trabajo se basa en un dato de la historia: la libertad es el motor del progreso. Con esa premisa, “América Latina: una agenda de Libertad” plantea propuestas y sugerencias para superar los retos, amenazas y desafíos de Iberoamérica e ideas para aprovechar sus inmensas oportunidades.
 
Son ideas para el futuro.  FAES, Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, quiere contribuir a que las ideas de libertad, dignidad humana y democracia y progreso sean efectivas para todos.
 
En FAES creemos que la libertad es un valor universal. Que su extensión genera también prosperidad.  Y también pensamos que no hay ninguna razón para que las naciones de América Latina no ocupen el lugar que les corresponde entre los países libres, democráticos y prósperos más avanzados del mundo.
 
La falta de libertad y la falta de progreso son abrumadoramente mayoritarias en la Historia de la Humanidad. Durante siglos, millones de personas, en las distintas culturas, lugares y tiempos históricos, han vivido sus vidas con su capacidad de acción cercenada, con oportunidades muy limitadas. En definitiva, con su libertad mermada y en condiciones de bienestar que hoy nos parecerían inaceptables.
 
Pero también hay que señalar con la misma claridad que la aspiración humana a la libertad ha estado presente siempre. Y que, unida a ella, la concepción de la persona como un ser con una dignidad inalienable, libre y responsable de sus actos, se ha ido conformando a lo largo de los siglos.
 
Creo que esa concepción de la persona es la correcta. Y creo también que cualquier otra que niegue esa dignidad fundamental, sea cual sea la cosmovisión filosófica o religiosa que la sustente, ha producido en términos históricos niveles de sufrimiento y de miseria humana inaceptables.
 
Iberoamérica es una realidad incontestable, una comunidad de veintidós naciones soberanas y más de 500 millones de personas. Pero, sobre todo, Iberoamérica es una comunidad moral y cultural basada en esa idea de la persona.
 
Porque Iberoamérica forma parte de Occidente. América Latina es parte sustancial de Occidente. Sobre el sustrato precolombino germinó la tradición clásica grecolatina, desarrollada por el cristianismo e iluminada por la Ilustración. Una civilización que hoy prospera gracias a la economía de libre mercado.
 
La condición occidental de la realidad latinoamericana es la premisa fundamental de la propuesta que hoy presentamos.
 
Occidente no es una mera expresión geográfica. Occidente es un sistema de valores universales. Esos valores han permitido los mayores avances de la humanidad. Son valores que se basan en el concepto de la persona como ser libre y responsable, titular de una dignidad inalienable y de unos derechos fundamentales previos a cualquier sistema político. La democracia, el Estado de Derecho, los derechos humanos y las libertades individuales son los principios que se encuentran en el corazón mismo de la civilización occidental.
 
Los valores occidentales tienen una vigencia universal, aunque por desgracia veamos que en muchas partes del mundo son negados y pisoteados. Pero esa triste realidad no debe hacernos olvidar que la libertad no debe ser el patrimonio de unos pocos privilegiados.
 
Tampoco debemos olvidar que el progreso económico y la reducción de la pobreza están ligados históricamente a las sociedades en donde las personas que las componen disfrutan de más libertad e iniciativa y en donde sus derechos están reconocidos y garantizados.
 
Queridos amigos,
 
España, como el resto de Occidente, no puede entenderse sin América. La realidad iberoamericana se ha ido decantando a lo largo de la historia, uniendo dos continentes con lazos de identidad basados en valores compartidos y en vínculos humanos muy profundos. Son siglos vividos en común que han conformado un sentido de pertenencia a una misma comunidad.
 
Hoy cientos de miles de latinoamericanos viven y trabajan en España. Su contribución a nuestra sociedad es mucho más que una fría estadística. Es sobre todo una muestra de la historia compartida y de los proyectos humanos que nos unen por encima del océano.
América Latina, y la Argentina en particular, fue generosa con muchos españoles que a lo largo de la historia buscaron aquí una vida mejor. No nos extrañe que hoy el dinamismo de España ofrezca también una oportunidad a quienes forman parte de la Comunidad Iberoamericana y buscan un futuro en nuestro país.
 
Queridos amigos,
 
No creo en las maldiciones históricas. Y no hay ninguna razón para que América Latina no pueda alcanzar los niveles de bienestar y libertad de los países más desarrollados del mundo. No hay ninguna razón para que los países latinoamericanos, aplicando políticas adecuadas, no adquieran conciencia de su lugar en la comunidad occidental y reclamen su lugar entre las naciones más avanzadas.
 
Unas veces por conflictos internos, otras por utopías autoritarias y no pocas por prejuicios ideológicos, América Latina ha quedado al margen de la familia de naciones occidentales a la que pertenece. Pero eso es una anomalía que puede y debe superarse.
 
Creo que podemos decir que hoy ante América Latina se abren dos caminos opuestos. Un camino aleja de las sociedades abiertas, libres y prósperas. Tenemos suficiente experiencia histórica para saber cómo acaba esa ruta. Quienes proponen seguirla se nutren de ideas caducas: del populismo revolucionario, del neoestatismo, del indigenismo racista y del militarismo nacionalista. Ninguna de ellas es desconocida en Iberoamérica.
 
Quienes hoy las defienden declaran su pretensión de implantar el “socialismo del siglo XXI”. Algo muy preocupante, si recordamos la miseria y opresión que generó el socialismo real del siglo XX.
 
Vemos con inquietud que esas ideas vuelven a renacer, incluso con el aval de procesos electorales. Y que son apoyadas desde fuera de la región por quienes ni siquiera osarían defender eso mismo para sus propios países. Pero para algunos, América Latina y sus gentes pueden ser lugares para experimentos sociales inaceptables en Europa u otras zonas del mundo desarrollado.
 
Es necesario recordar ahora que el poder político constituido sólo puede considerarse legítimo si reconoce, respeta y ampara los derechos fundamentales y libertades individuales. Las sociedades son mejores, más libres y prósperas, cuando se basan en esos valores de libertad y de respeto a los derechos de la persona.
 
Los demócratas tenemos el deber de actuar de modo inteligente. Y para esto es fundamental la unión de los afines. Tenemos la obligación moral de aunar esfuerzos para enfrentar la embestida que sufre la libertad. Debemos unir nuestras fuerzas para que la libertad y la democracia triunfen ante quienes quieren acabar con ellas. Disfrutar de una sociedad libre y democrática tiene un precio, y ese precio nos exige estar siempre vigilantes, no bajar la guardia ante los desafíos de los enemigos de la sociedad libre y abierta.
 
Por eso hay que decir las cosas con claridad y firmeza. La libertad es el instrumento más poderoso que tenemos a nuestra disposición para cambiar el mundo, para transformar nuestra pequeña parcela de responsabilidad hacia mejor.
 
Hay una alternativa para el futuro de la región. América Latina puede avanzar por la vía que han recorrido los países que tienen éxito. El camino de la apertura al mundo, de la democracia, del respeto a las libertades individuales y de la vigencia efectiva del Estado de Derecho. Un camino que atrae inversiones, genera crecimiento, incentiva a los emprendedores, crea empleo y reduce la pobreza. Un camino de éxito, democracia y libertad.
 
América Latina no está destinada a la marginación ni a la irrelevancia. Puede formar parte, con todo derecho, del mundo de la libertad, del progreso y de la seguridad. Ésa es la ambición de la propuesta que hoy presentamos.
 
Queridos amigos,
 
América Latina necesita democracias estables que se apoyen en pilares sólidos. En eso no es original, no se distingue del resto del mundo. Las naciones libres y prósperas basan su progreso en consensos básicos que se mantienen vivos a lo largo del tiempo. Acuerdos sobre las reglas de juego democrático, sobre la viabilidad de la alternancia en el poder o sobre las grandes líneas maestras en lo político y lo económico. Eso es precisamente lo que proponemos en esta Agenda de Libertad para América Latina.
 
La garantía de la libertad y de la prosperidad está en un sistema de instituciones fuertes, sólidas y accesibles para los ciudadanos. Para conseguirlas hacen falta consensos básicos, reglas estables y claras, respetadas por el poder constituido, que hagan de la autoridad un producto de esas normas aceptadas por todos, y no al revés.
 
Sólo los países que cuentan con instituciones sólidas obtienen un crecimiento económico y un desarrollo sostenible en el tiempo. No hay ninguna razón para que esto no se alcance también en América Latina. 
 
No hay democracia que merezca tal nombre sin una efectiva división de los tres poderes del Estado. Las propuestas que hacemos para América Latina aspiran a reforzar y a hacer efectivo este principio.
 
Una Justicia independiente es la clave del Estado de Derecho. Sin ella, es ilusoria la garantía y la tutela efectiva de los derechos y libertades de los ciudadanos y la igualdad de todos ante la ley. Sin ella, es imposible la confianza necesaria para generar crecimiento y prosperidad.
 
La división efectiva de poderes y la independencia de la justicia es una de las claves del éxito de las naciones libres y prósperas.
 
Queridos amigos,
 
La buena salud de un sistema democrático reclama también partidos políticos fuertes y estables, que defiendan principios y valores. Que no sean meras plataformas instrumentales para acceder al poder, ni expresiones personalistas. Partidos que estén al servicio de la sociedad, y que no conviertan a los ciudadanos en sus clientes cautivos. Partidos políticos con una financiación transparente, procedimientos internos democráticos y disciplina partidaria que haga previsible el comportamiento de los elegidos.
 
La actuación política eficaz aconseja con fuerza la integración de los partidos afines que comparten los mismos principios, los mismos valores y las mismas convicciones, superando los personalismos y creando un proyecto atractivo y coherente para ofrecer a las personas.
 
Queridos amigos,
 
Sin duda alguna, el futuro de América Latina pertenece a los latinoamericanos. Pero también es importante que sus principales socios y aliados trabajen con ella para que la región se incorpore de forma plena al grupo de democracias avanzadas y libres.
 
Hay quienes se olvidan que el ideal de la nación de ciudadanos, el ideal de la nación liberal, el ideal de la nación democrática, también es de todas las naciones de Iberoamérica. Una idea que une profundamente a todo el mundo occidental.
 
Por eso somos partidarios de que América Latina estreche aún más sus lazos con Estados Unidos y con Europa.
 
Hay un rancio antiamericanismo, de larga tradición, que culpa de todos los males de la región a la democracia estadounidense.  No hay que negar que en el pasado se cometieron errores. Pero hoy los Estados Unidos deben ser un socio fundamental para garantizar el progreso de la región, su anclaje en el mundo democrático y pueden actuar como un garante activo de la libertad y los derechos fundamentales.
 
Por otro lado, desde su ingreso a la entonces Comunidad Económica Europea, España y Portugal han sido interlocutores esenciales entre América Latina y Europa. Creo que también la Unión Europea está en condiciones de ejercer una influencia positiva fundamental en esta región.
 
Además del apoyo y la apertura comercial y económica, Europa debe proporcionar apoyo institucional para recrear un modelo probado y exitoso de integración regional. Sobre todo, Europa debe usar su prestigio y su densa red de vínculos bilaterales con Iberoamérica para consolidar modelos de gestión occidentales y alejar las tentaciones de aventuras políticas excéntricas.
 
España tiene, como ningún país europeo, la doble condición europea y americana. El refuerzo de la proyección atlántica ha sido uno de los mayores logros de la política exterior española desde la transición democrática. Ese es el camino que proponemos en cuanto a la política exterior española con la región.
 
Hace casi medio siglo, había quien pensaba que España era diferente. Que, por algún misterio histórico, la democracia, la libertad y la prosperidad nos estaban negadas. Se equivocaban los que así opinaban. Y hoy se equivocan los que creen que América Latina no es ‘normal.’ Que América Latina está condenada a la pobreza y la marginación. Que América Latina, por alguna maldición telúrica, no puede ser una comunidad de naciones libres y prósperas.
 
El informe que hoy presentamos, “América Latina: una agenda de Libertad” sólo pretende decir que no hay maldiciones históricas. Que la libertad y el progreso son posibles y van de la mano. Que el éxito viene con el trabajo constante a favor de las ideas de apertura, democracia y libertad. Que no hay nada negado a Iberoamérica. Sabemos que aún queda mucho trabajo por hacer. Que no hay atajos para alcanzar la prosperidad.
 
Pero estamos convencidos de que es posible afrontar este desafío con éxito. Y nuestra propuesta está en este pequeño libro. La Fundación FAES sabe que las ideas necesitan de personas comprometidas para que puedan dar sus frutos. Por eso estamos determinados a trabajar con nuestros amigos, en especial con todos nuestros amigos argentinos, para que las ideas de libertad triunfen en toda América.
 
Muchas gracias.

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