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EDITORIAL

Castro y el bloqueo moral de la izquierda

En lugar de una ciencia, como reivindicaba Marx, el socialismo es una religión. O, mejor dicho, una secta. Y, como toda secta, a imitación de las religiones, consta de un dogma y de una moral derivada de éste. Los dogmas son la parte del cuerpo doctrinal que, por definición, los sectarios no someten al análisis racional o al contraste con los hechos de la realidad. Y la moral es el conjunto de preceptos que guían y ordenan la conducta de los miembros de la secta hacia el fin último que marca el conjunto de dogmas. Desde este punto de vista, un acto es moral o inmoral en la medida en que contribuya o perjudique a los fines u objetivos de la secta.

El principal dogma del socialismo es que una sociedad organizada sobre la base de patrones colectivistas –donde el individuo está supeditado a la voluntad de la colectividad, cuya máxima expresión es el Estado, propietario de todos los medios de producción e intérprete indiscutible de los deseos y necesidades de los individuos– es superior, tanto en el orden material como en el espiritual, a las sociedades basadas en la libertad individual, en la propiedad privada y en el gobierno limitado. La moral socialista, pues, tenderá a juzgar inmoral cualquier acto individual o colectivo que cuestione o ponga en peligro el modelo colectivista. Y, lógicamente, el estado socialista reservará las penas más severas para quienes atenten contra él o contra los principios sobre los que se asienta. Puesto que, por su calidad de dogma, para los socialistas es incuestionable que su modelo garantiza el máximo bienestar material y espiritual al conjunto de los individuos, en los países donde el socialismo llega al poder el disidente es considerado como un enemigo del pueblo que, movido por sus egoístas intereses personales, está dispuesto a poner en peligro el bienestar de todos.

No cabe duda de que la extrema izquierda española responde casi exactamente a estos patrones sectarios. Y como no están dispuestos a cuestionar sus dogmas –ya que ello llevaría aparejada la “excomunión” por parte de los sumos sacerdotes de lo políticamente correcto–, la miseria, la represión y los crímenes, consustanciales a la creación y mantenimiento de un estado socialista nunca son culpa del socialismo o de los socialistas: ha de ser una causa exterior al modelo la que provoca su fracaso: unas veces es la excesiva burocracia, otras la corrupción o las traiciones, quizá la falta de “conciencia de clase” en las masas y, cómo no, EEUU.

Sólo así puede entenderse la abierta defensa de la represión y los crímenes de la tiranía castrista contra los disidentes, que para Izquierda Unida, al igual que para Castro, están justificados a causa del embargo que EEUU mantiene contra Cuba. Sólo desde la dogmática y la moral socialista es posible equiparar una pena de muerte, decidida por un jurado en cumplimiento de las leyes penales de un estado democrático y de derecho que reservan la pena capital sólo para los delitos de extrema gravedad, con las ejecuciones que perpetra una brutal tiranía apoyándose en una parodia de sistema legal, el cual trata con mucha mayor severidad a quienes se niegan a emplear su mente, su pluma y su palabra en loas al régimen –o a quienes, simplemente, quieren votar con los pies y abandonar el infierno– que a los reos de asesinato. Y sólo desde esa moral corrompida que exige la defensa de un modelo de sociedad inhumano puede compararse a los terroristas de Al Qaeda que EEUU mantiene encerrados en la base de Guantánamo con los casi ochenta disidentes que Castro encarceló por atreverse a soñar con un futuro de libertad y democracia para Cuba.

Es la moral que comparten, en mayor o menor medida, Llamazares, Madrazo, los Bardem y la gran mayoría de los artistas millonarios y de los “intelectuales” que forman parte de Cultura contra la Guerra, los grandes ausentes en la concentración del sábado en la madrileña Puerta el Sol –“¿dónde están los Bardem?”, coreaban los manifestantes–, quienes se hallan en guerra contra todo lo que significa y representa EEUU y en perfecta armonía con todo lo que significaba Sadam Husein, con todo lo que representa Fidel Castro y con todo lo que promete Hugo Chávez.

Y son precisamente las reminiscencias de esa moral comprometida con el Gulag, presente en toda la ética y la estética “progre”, lo que impide a los líderes del PSOE condenar abiertamente, sin excusas, paliativos o “contraargumentos” –como el del bloqueo de Estados Unidos a Cuba o la existencia de la pena de muerte en algunos estados norteamericanos–, los crímenes y la represión castrista. Zapatero, que tanto se prodigó en las manifestaciones y los conciertos-mitin contra la guerra de Irak, mandó a Caldera a la concentración del sábado contra la tiranía castrista, convocada por el exilio cubano, para cubrir el expediente con una condena retórica a las ejecuciones y los encarcelamientos y otra menos retórica al bloqueo de EEUU hacia Cuba.

Que Izquierda Unida defienda a Castro entra dentro de lo normal y lo comprensible, ya que sus líderes nunca han ocultado que la tiranía castrista es su “modelo referencial”, que anhelan ver aplicado en España. Pero que el PSOE, un partido que dejó de ser marxista-leninista hace ya treinta años, quiera buscar excusas para no unirse al exilio cubano en una condena sin paliativos a Castro, indica una preocupante flaqueza de sus convicciones democráticas –de la que ya dio muestras suficientes con su acoso al gobierno del PP durante la guerra de Irak– y una grave incapacidad para llegar a consensos que, entre demócratas, deberían ser poco menos que automáticos, independientemente de a quién parezcan beneficiar a corto plazo. Pero, por desgracia, en el PSOE, la moral socialista todavía “bloquea” a la moral democrática.

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