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Víctor Gago

Otros “lazos de sangre” con Cuba

La protesta contra los nuevos crímenes de la dictadura congregó a apenas 80 personas a las puertas del Consulado de Cuba en Las Palmas de Gran Canaria, mientras que la prensa isleña ha prestado más atención a la venta de cuatro palcos en el nuevo estadio (una operación en la que el mismísimo presidente de la Comunidad Autónoma ha actuado, sin recato, como intermediario y promotor inmobiliario) que al hecho de que varias de las víctimas de la nueva remesa de encarcelamientos y asesinatos ordenada por el tirano de La Habana son descendientes directos de canarios. Una de esas víctimas es el periodista y poeta Raúl Rivero Castañeda. El director de Cuba Press tiene lo que la cursi y racista retórica de las relaciones canario-cubanas llama "lazos de sangre".

Los miembros del Gobierno y demás altos cargos de la región gustan de invocar los "lazos de sangre" para justificar sus frecuentes viajes a la "novena isla" (la octava circunscripción electoral, más que nunca para Coalición Canaria, es Venezuela). Hace dos semanas, una asociación denominada Periodistas por la Libertad, cuya constitución se ha producido alentada por el fragor de las manifestaciones contra el apoyo de España a la coalición internacional que ha combatido en Irak y depuesto el régimen de terror de Sadam Husein, se concentró ante el monumento a Juan Negrín para llamar "asesino" a Aznar por las muertes de José Couso y Julio A. Parrado.

La prensa, que entonces dirigió hacia sí misma sus propios focos, sus propias palabras y sus propios micrófonos para pregonar tan excelso servicio a la verdad y a la libertad, ha perpetrado un apagón casi total sobre los periodistas víctimas de la dictadura más sanguinaria y antigua de Hispanoamérica. ¿Corporativismo de la peor ralea? ¿Nauseabunda doble moral? Ninguna otra impostura habrá reconfortado tanto el espíritu herrumbroso de la estatua de Negrín; a él, héroe de la libertad para nuestros progres, que no dudó en hacer el trabajo sucio que ni siquiera el radical Largo Caballero se atrevió a realizar en las postrimerías de la II República: exterminar a los dirigentes de la izquierda no bolchevique, por orden directa del embajador de Stalin en España, y evadir a Moscú todo el oro que le quedase a España, antes de entregar Madrid.

Con tal estado de la opinión, y en una Comunidad Autónoma cuyo presidente dijo el 12 de mayo de 2000 en La Habana, antes de celebrar una de sus largas veladas de cena, copa, puro y conversación con Castro en el Palacio de la Revolución, que "el Gobierno de Canarias, en la medida de sus posibilidades, ha estado, está y estará del lado de este Gobierno, haciendo lo posible para que este pueblo tenga las mejores condiciones de vida", no es extraño que el exilio cubano organizado sólo consiga reunir a 80 personas, ni que funcionarios de la Embajada cubana en Madrid se muevan a sus anchas por Canarias y dispongan de cobertura logística y contactos para montar una contra-manifestación en la que provocaron e insultaron a las víctimas del dictador, a la misma hora y en el mismo sitio; si lo hicieron en Canarias, y no en Madrid, es porque sólo aquí pueden hacerlo. Los lazos de sangre de Canarias y Cuba son hoy más estrechos que nunca. Son lazos de complicidad entre el dictador que asesina, tortura y roba a su pueblo, y los políticos que, desde esta orilla, le dan abrigo moral e ideológico, y financian su régimen con ingentes donativos extraídos de los contribuyentes españoles.

Pero no son éstos los únicos lazos de sangre. También los hay en los que la sangre que sobra del festín de los tiburones y de los pelotones de fusilamiento del tirano se abraza con el dinero de empresarios canarios que, con todas las bendiciones del régimen de allí y del régimen de aquí, van a Cuba a sacar tajada carroñera de las propiedades confiscadas por el dictador y del sufrimiento, la opresión y la miseria de los ciudadanos cubanos.

Empresarios como el hotelero Enrique Martinón, miembro de una familia de tradición socialista, emparentado directamente con el candidato del PSC al Cabildo de Tenerife, Antonio Martinón; o como Enrique Hernandis, alto ejecutivo de la tabaquera CITA y uno de los "hombres de confianza" de Jesús de Polanco en Canarias, no estuvieron ni se les esperó en la manifestación junto a los exiliados cubanos. Tampoco pasaron por allí Román Rodríguez, presidente del Gobierno, quien el 2 de julio de 2001, después de otro de sus encuentros con Castro, dijo: "Fue una reunión agradable, absolutamente amigable y he encontrado al presidente de la República, como siempre, muy elocuente, firme en sus convicciones, claro y gran conversador". No estuvieron ni se les esperó, además, Marcial Morales, consejero de Empleo, que el 9 de agosto de 2001, después de entregar en La Habana distintos cheques al Gobierno cubano, destacó "el esfuerzo que este país viene haciendo por dar calidad de vida a la gente". Tampoco quiso saber nada de las víctimas de Castro el vicepresidente del Cabildo de Gran Canaria, Carmelo Ramírez, responsable de los fondos de solidaridad de esta institución, que se destinan, entre otras "mordidas" propias de los lazos de sangre, a becar la instrucción de niños saharauis en centros del sistema educativo castrista.

Carmelo Ramírez ha sido durante dieciséis años alcalde de una localidad del sureste de Gran Canaria, Santa Lucía, donde hay calles que se llaman "Ernesto Guevara", "Carlos Marx" o "Sandino", y cuyo teatro municipal se llama "Víctor Jara". El Gobierno de Canarias, presidido hoy por un político populista de izquierda, ha dedicado miles de millones de antiguas pesetas a financiar el régimen cubano, violando toda pauta internacional sobre el bloqueo a esta ominosa dictadura que mata y que roba, y favoreciendo a empresarios amigos para que medren a la sombra de los fondos públicos destinados a la cooperación, antes de que se desmorone el régimen de allí y el régimen de aquí. En este contexto, Maica Henríquez, portavoz del Comité de Solidaridad con la Disidencia Cubana, una de las dos organizaciones convocantes de la manifestación del sábado en Canarias, tiene toda la razón del mundo al considerar como "un éxito esperanzador" que acudiesen ochenta personas.


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