Fue aquel mismo sábado, en el que unos pocos españoles, poquísimos diría yo, nos unimos al grupo de cubanos que, concentrados frente a su embajada, protestaban por las detenciones, condenas y fusilamientos cometidos por el régimen de Castro, cuando escuché por primera vez ese argumento tan indignante como falaz de que “también en Estados Unidos hay pena de muerte”.
Reconozco que mi primera reacción fue de sorpresa, ¿cómo es posible que alguien crea comparable el asesinato caprichoso de un dictador con el mantenimiento de la pena de muerte en un régimen democrático?. Sin embargo son ya tantas y tan variopintas las personas a las que oído utilizar tan increíble comparación que empiezo a pensar que lo que verdaderamente ocurre es que entre los españoles no sólo reina una peligrosa confusión entre legalidad e ilegalidad sino que, además, me temo que muy pocos sabrían defender racionalmente las ventajas de vivir en un régimen democrático.
Pero es que, desde la estupidez que un día soltó Zapatero diciendo que “quien tiene alergia a las manifestaciones es que de la democracia sólo le gusta el poder” hasta las mucho más graves consideraciones de que la guerra de Irak era ilegal, de que Estados Unidos estaba cometiendo crímenes contra la humanidad y de que el mismísimo Aznar era un vil asesino de niños y periodistas, todas las expresiones escuchadas a los políticos de la oposición en estas ultimas semanas han contribuido a sembrar la confusión en el espíritu de los españoles.
Cada vez que un nuevo ciudadano, ya sea de a pie, periodista o político, en cuanto se habla de la represión castrista saca a relucir que también Bush envía individuos a la silla eléctrica me confirmo más en la idea de que realmente Fidel ha sido muy hábil aprovechando la ola de antiamericanismo que ha invadido la vieja Europa durante la guerra de Irak para cometer sus fechorías y demostrar a los cubanos que todavía puede, si quiere, cerrar más el grifo de la libertad.
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