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Ricardo Medina Macías

Nuestro querido camino de servidumbre

Una y otra vez los habitantes de América Latina optamos por los viejos caminos del colectivismo. Se diría que, como conjunto y en promedio, nos aterra la libertad individual, nos repugna la propiedad privada y detestamos la competencia.

Lo insólito, en cierta forma, no es que triunfase el peronismo –esa excrescencia del fascismo del siglo pasado– en las recientes elecciones de la Argentina. Lo insólito es que un candidato libertario, como Ricardo López Murphy, haya obtenido el tercer lugar en las elecciones nacionales y el primer sitio en la capital, Buenos Aires.

Un segmento minoritario de la población en América Latina –generalmente el más ilustrado y el que ha estado expuesto a la influencia de la cultura anglosajona–, aprecia más la libertad individual que la pretendida seguridad que nos ofrecen esos entes colectivos, tan invocados por nuestros políticos: “el interés general”, “los valores nacionales”, “la idiosincrasia”...

Pero se trata de un segmento minoritario. Ese segmento liberal pocas veces se identifica con los grandes millonarios de la región. De hecho, la mayor parte de las fortunas fabulosas de América Latina se han forjado a la sombra del Estado y gracias a esos grandes mitos colectivistas, especialmente el nacionalismo, que les ha permitido a los negociantes disponer de mercados cautivos, legislaciones especiales y tratos privilegiados.

Se diría que la aversión a la libertad, el odio al individualismo, está troquelado en la médula de los hábitos, prejuicios, miedos, anhelos de la mayoría de los habitantes de América Latina.

Hace unos días, presenciamos el remedo de polémica entre un legislador mexicano, quien además es exitoso abogado en activo, Diego Fernández de Cevallos, y el señor Andrés López que gobierna la ciudad capital de México. La escaramuza en sí es poco relevante y más bien ilustra la pobreza del debate político en México.

Lo importante fue que uno de los contendientes, López, invocara como argumento incontrovertible para descalificar a Fernández que éste litiga “a favor de particulares y en contra del interés general”. López dijo esa salvajada, se quedó tan orondo y nadie –salvo algún par de excéntricos– respingó por esa inequívoca muestra de autoritarismo fascista en el argumento de López.

Para López cualquier alegato de un particular en contra de una decisión del gobierno es poco menos que una traición a la patria. Es toda una definición de la maldición colectivista que nos mantiene en la pobreza: los individuos tenemos sólo unos cuantos derechos otorgados graciosamente por el Estado, y aún esos pocos derechos se esfuman cuando “el interés general” –definido, desde luego, por el gobernante en turno– lo decide. Mussolini no lo habría dicho mejor.

Ese colectivismo encaja tan bien en la cultura ambiente de América Latina que López, por supuesto, es un político muy popular. López podría ser, ¡horror!, el próximo Presidente de México.

¿Y todavía alguien se pregunta por qué seguimos sumidos en la pobreza?

Ricardo Medina Macías es analista político mexicano.

© AIPE

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