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Juan Manuel Rodríguez

Jugando al fútbol como lo haría un niño

Uno tiene la sensación de que algo diferente va a suceder cuando Tote recibe el balón. Y esa sensación no tiene precio. Los directivos, dependiendo del rival, la situación de la localidad o si es el día del club, le ponen uno, pero en realidad no lo tiene. Y los aficionados al fútbol pagan precisamente por eso, por sentir ese cosquilleo de lo que "puede ser" cuando futbolistas como Tote tienen el balón pegado al pie. Cuando, por ejemplo, quien lo recibe es el brasileño Flavio, todo el mundo sabe que ese balón irá como un canto rodado invariablemente en sentido horizontal o, como mucho, quizás sea valiente por una vez y trate de guerrear él solito metiéndose en la boca del lobo. Tote no tiene nada que ver con esa concepción futbolística porque es un artista, y la gente paga dinero por presenciar arte. Puede que el problema resida en que cada vez hay menos aficionados al (buen) fútbol, y por tanto existen cada vez menos buenos aficionados. Y esa batalla sí que la tiene perdida Tote.

El otro día falló un gol de rabona en el partido contra el Recreativo de Huelva. El mismo sábado charlé con él y en ese instante no se me ocurrió que aquello tuviera la más mínima importancia, pero hoy un compañero me ha dicho lo siguiente: "¿Por qué no le preguntaste por la rabona?". Me ha dejado patidifuso. Es cierto, ¿por qué no le pregunté?... Y he llegado a la conclusión de que no le pregunté por la rabona que falló porque me niego a convertir en (mala) noticia lo que constituye un gaje habitual del oficio de futbolista. Tote hizo lo que él creyó que tenía que hacer. Lo hizo con sus habituales descaro, individualismo y arrogancia, características que suelen adornar a los mejores futbolistas del mundo. El público que aquella tarde decidió pasar por taquilla lo hizo para ver jugadas como las que intentó Tote. Falló, pero ¿y si hubiera acertado?

Llegados a este punto no le extrañará a nadie que confiese que yo soy "totista". Prefiero mil rabonas falladas a un sólo pase en horizontal que llegue a su previsible destino. Tote es un jugador estético pero también ético. Esta mañana he oído al chaval predicando a los cuatro vientos que no variará un ápice –¡faltaría más!– su forma de interpretar ese deporte. Esa es la personalidad que le hará triunfar fuera del estadio Santiago Bernabéu. ¿Que por qué no le pregunté? Porque no se lo merecía. Y ahora recuerdo una frase de Pablo Picasso que le viene a este caso como anillo al dedo: "He tardado toda mi vida en aprender a dibujar como un niño". Tote juega al fútbol en el estadio Santiago Bernabéu como me hubiera gustado hacerlo a mí (que era muy malo) en el patio de mi colegio. Y que dure.


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