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Rubén Loza Aguerrebere

Saramago, por fin

José Saramago ha roto con la isla del Dr. Castro diciendo “hasta aquí he llegado”. Lo que sorprende es que llegara tan lejos: demoró más de cuarenta años en darse cuenta de lo que alli sucedía. De todos modos, ha señalado que estará siempre con el pueblo de Cuba. Tampoco conozco a nadie que no esté con este sufrido pueblo cubano, que padece hambre, que mira de lejos a los turistas, que no sabe qué pasa en el mundo, que tiene un celador por manzana, donde aumenta la prostitución y, en fin, quien navega por la internet acaba en prisión varios años. ¡Como para no estar con ellos!

José Saramago lee poco, o sólo a los (ahora antiguos) compañeros de viaje, o nunca le creyó a sus colegas, como, por ejemplo, el ganador del ganador del Premio Cervantes, Guillermo Cabrera Infante, quien rompió con Cuba hace más de tres décadas, y, como desde entonces vive en Londres, sólo regresa a la isla del Dr. Castro con la imaginación, con sus personajes, o con la memoria y relatando aquellos tiempos en la isla. Así lo ha hecho, entre otros libros (quizá ahora Saramago se anime a leerlo), en “Vidas para leerlas”, título obviamente paródico de Plutarco.

Las historias verdaderas que cuenta en este libro son muchas y ciertamente tristes. Sólo me referiré a dos escritores, pues de ellos hablamos en esta columa. Tomo a dos, muy notorios: Lezama Lima y Virgilio Piñera. El primero nació en 1910; el segundo, el poeta, dos años después.

Lezama Lima, el autor de la famosa “Paradiso”, era un hombre grande, gordo y alto, que usaba traje y corbata y fumaba habanos. Virgilio Piñera, su contracara, vestía pantalones baratos, camisas de manga corta y fumaba cigarrillos (si le convidaban). Ambos publicaron tempranamente sus primeros libros. Lezama Lima, “La muerte de Narciso” en 1937; y Piñera, “Las furias”, en 1941.
“Era inevitable”, comenta Cabrera Infante, “que Lezama y Virgilio se encontraran en comunidad, era también previsible que se separaran con violencia. Virgilio era pendenciero, Lezama, sólido, pero los dos eran vulnerables en más de un sentido. Homosexuales los dos, sus intereses sexuales eran marcadamente diferentes: esto era visible aun en los atuendos respectivos”.

Lezama Lima vivió toda la vida, modestamente, en la misma casona familiar de la calle Trocadero. Piñera lo hizo, en cambio, perseguido por la pobreza, en diversas casas y pueblos. Cuando triunfó la revolución castrista ninguno de los dos tenía la menor idea de ella. “Para Virgilio siempre la insurrección era literaria (escribe el Premio Cervantes) y Lezama la entendía como una desobediencia estética”.

Piñera escribió en el periódico “Revolución”. Y Lezama Lima hizo carrera y llegó nada menos que a asesor literario de la Imprenta Nacional. Cuando el régimen castrista puso en marcha “La Noche de las Tres Pes”, es decir, “una operación moral/marxista dirigida contra prostitutas, proxenetas y pederastas habaneros”, cayó Virgilio Piñera. Cabrera Infante y su mujer, Miriam Gómez, lo sacaron de la cárcel. Y como “Paradiso” transparentaba la homosexualidad de Lezama, cuando a éste le dieron un premio en Italia, en 1971, no le dejaron viajar a Roma a recibirlo. Ni tampoco ir más cerca, a México, donde vivía su hermana, a quien le escribía pidiéndole que le enviara medicamentos para el asma.

Lezama Lima murió de una crisis pulmonar en una sala anónima en un hospital de la Habana. Y en cuanto a Virgilio Piñera, la última noticia que tuvo de él Cabrera Infante, fue una cartita que aquél le dictara a un amigo, porque “no puedo hacerlo por mí mismo por el estado de desmayo en que me encuentro”.

Esto, entre tantas cosas más, ha ocurrido en estos años, en esta isla de la que, ahora, se aleja (sin riesgos) el escritor José Saramago. Una isla que, como la del Dr. Moreau, de Wells, ya no alumbra, porque sólo relucen las ruinas.


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