Menú
Alberto Míguez

El síndrome argelino

Durante mucho tiempo se creyó que Marruecos sería la segunda ficha en el dominó integrista del Magreb por simple contagio con su vecino del Este, Argelia. Todo, en efecto, apuntaba en esa dirección: su alineamiento decidido a Occidente, un Islam ferreamente controlado por el poder, una situación económica y social delicadísima, la presencia comprobada de los “misioneros” saudíes wahabitas y de otras escuelas,etc, y cierta indiferencia de los países amigos y aliados del reino ya fuesen Francia, Estados Unidos o España.

Contra esta tesis se elevaban voces tranquilizadoras asegurando que el carácter especial del Islam marroquí (el rey, Emir Al Muminim, jefe de los creyentes) ajeno al integrismo sunnita, el rito malakita extendido hasta los últimos confines, etc, parecían salvaguardar al reino cherifiano de la locura criminal del FIS (Frente Islámico de Salvación argelino) y del GIA (Grupo Islámico Armado). Hay razones ahora para dudar de que estos siga siendo así en el futuro.

Durante el reinado de Hassan II, el poder a través del ministerio de Habús y de la policía política tenía controlados a los fanáticos islamistas aparentemente minoritarios. Las mezquitas no eran, como en Argelia, lugares de subversión y agitación. Por no haber, ni siquiera había un partido político islamista, entre otras razones porque el grupo más importante, Justicia y Caridad, del jeque Yassin, estaba prohibido y su líder en prisión domiciliaria.

Las cosas han cambiado mucho en los últimos tres años. El joven rey Mohamed VI ha sido incapaz de seguir el rumbo que le marcó su padre Hassan II y poco a poco, al socaire de una liberalización incompleta y la persistencia de las mismas estructuras de poder e influencia, los islamistas se han ido colando en la sociedad marroquí hasta el punto de que el Partido de Justicia y Desarrollo, islamista, es el segundo grupo político del país, aunque eso sí, no predica la violencia ni el exterminio de los infieles. Por ahora. Eso nos llevaría a una vieja cuestión todavía no aclarada de si es posible un islamismo moderado. Muchos creemos que no pero el tiempo lo dirá. O ya lo está diciendo.

Los atentados en Casablanca demuestran que en Marruecos hay grupos islamistas armados y dispuestos a cometer todo tipo de crímenes. No se trata obviamente de improvisadas bandas sin medios ni apoyo: los “comandos” que ejecutaron los atentados estaban perfectamente organizados y constaban de varias decenas de agentes. Meses pasados se descubrió una estructura presta a actuar en el estrecho de Gibraltar contra los buques de la marina americana que lo atraviesan. En la banda había marroquíes pero también saudíes, lo que prueba que la conexión con Ben Laden y Al-Qaeda no es una elucubración gratuita.

Pronto sabremos quién movió los hilos de los atentados de la noche del viernes dado que algunos de los actores están detenidos. Se podrá entonces saber con exactitud quién o quienes están detrás de estos hombres-bomba y qué apoyos externos e internos tienen. Pero a esta hora lo importante es señalar la gravedad de unos atentados que se producen a unos kilómetros de España y que afectan a instalaciones españolas (Centro Español y Cámara de Comercio). No fue así por casualidad.

Marruecos sigue siendo un puntal clave de la estrategia occidental y europea en el mundo árabe y en el Mediterráneo occidental. Lo peor que podía pasarle a Europa del Sur y, desde luego, también a Estados Unidos es que en Marruecos se reproduzca al síndrome argelino, una guerra civil que dura más de una década y que ha devastado a uno de los países más ricos de Africa. España, la UE y desde luego los USA deben evitarlo en la medida de sus fuerzas. Antes de que sea demasiado tarde.

En Opinión