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Pedro Salinas

Gutiérrez y el Príncipe de Asturias

Gustavo Gutiérrez es el cuarto peruano en ganar el Premio Príncipe de Asturias, en sus 23 años de historia. Anteriormente se lo han concedido a Javier Pérez de Cuellar, Mario Vargas Llosa y al municipio de Villa El Salvador, una comuna emergente que ha salido adelante a pesar de las diferentes crisis económicas y los azotes del terrorismo comunista de Sendero Luminoso.

Soy también peruano y, por tanto, me alegro cuando a un coterráneo lo condecoran. Sin embargo, lo que no entiendo bien en este caso es el por qué del galardón a Gutiérrez. El acta del Jurado de Comunicación y Humanidades, presidido por el jurista Juan Luis Iglesias, destaca que el padre Gutiérrez es el “iniciador de la renovadora corriente espiritual conocida como Teología de la Liberación que propugna una atención especial a los desfavorecidos”.

A ver, vayamos por partes, como diría Jack el Destripador. ¿Quién es Gustavo Gutiérrez? El padre Gutiérrez es un sacerdote de casi 75 años (tiene 40 de sacerdocio), desde hace 2 que es dominico, vivió en una parroquia del Rímac, un distrito humilde de Lima y es autor de varios libros, entre ellos, “Teología de la Liberación” (TL). Yo no lo conozco personalmente, pero me dicen que es una buena persona, un tipo cálido y entrañable, y suele preocuparse por los pobres. Si lo han premiado por ello, me parece muy bien, aunque en la lista, me imagino, deben haber competido miles como él. Ganarle a todos los “buena gente” y de “emoción social” habla bien del clérigo peruano.

Empero, si el pensamiento político-religioso que se desprende de la obra de Gutiérrez es lo que se ha ensalzado, ahí tengo una modesta observación. Su ideología caló hondamente en América Latina hacia fines de los años 60, luego de la segunda Conferencia Episcopal realizada en Medellín, Colombia. El contexto en el que se desarrolla y prende es la América Latina luego del fracaso del Plan de Desarrollo de John Kennedy.

La TL se nutre directamente del análisis marxista y de la teoría de la dependencia. De la teoría de la dependencia asume la explicación de la pobreza como consecuencia del capitalismo, y del marxismo asume que el sistema capitalista es el mal de males, el principal obstáculo para la realización del Plan de Dios en la historia.

Juan Pablo II apenas inició su pontificado condenó las “desviaciones” de este pensamiento por considerarlas incompatibles con la doctrina social de la Iglesia, e incluso ordenó una investigación sobre la TL a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, encabezada por el cardenal prefecto Joseph Ratzinger, quien divulgó dos documentos en los que advertía los peligros que encerraba dicha “teología” (Instrucción sobre algunos aspectos de la TL, 1984, y Liberación y Libertad Cristiana, 1986).

Como consecuencia de ello, en septiembre de 1990, el Arzobispado de Lima hizo público un comunicado en el que señalaba que los escritos de Gutiérrez debían ser remitidos al Arzobispado antes de su publicación. A raíz de ello también su libro ha pasado por varias correcciones (en la versión original había, por ejemplo, 19 citas de Karl Marx versus 12 de Pablo VI y Juan XXIII juntos). Pero, claro, alguien me dirá que ese es un problema interno del clero, entre conservadores y progresistas. Puede ser.

No obstante, lo cierto es que la ideología política liberacionista, maquillada de teología, insistía en que no había manera de mejorar el destino de los pobres, salvo a través de la revolución y la eliminación del empresariado. Era una suerte de socialismo ensotanado, una especie de marxismo con alzacuello, para el cual el capitalismo no era sino el otro rostro de Lucifer, donde la Iglesia debe asumir un rol más político que espiritual.

Si eso es lo que se va a recompensar en Oviedo hacia fines de año, me da la impresión de que el jurado del Premio Príncipe de Asturias metió las cuatro. El condecorado debió ser Fidel Castro y no Gustavo Gutiérrez.

Pedro Salinas es corresponsal de la agencia © AIPE en Lima.

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