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Carlos Semprún Maura

Los intereses creados

Ya está, ya estamos, se ha instalado el minicaos. Nada comparable a las históricas fechas que se citan para asustar: 1995, 1968; y ¿por qué no 1947? Cuando expulsados del Gobierno por los socialistas, los comunistas, que tenían mil veces más influencia que hoy, se lanzaron a una serie de huelgas insurreccionales (la guerra fría comenzaba a hervir) particularmente duras en la cuenca minera del Norte (hoy desaparecida, las minas cerradas), en las que se llegó hasta a dinamitar un tren, que presuntamente transportaba gendarmes, pero que en realidad transportaba viajeros tan peligrosos como amas de casa, y otros vecinos de a pie. Cuarenta muertos, de los que nadie habló, sólo 30 años más tarde se supo que no era un accidente, sino un atentado.

Nada de eso, por ahora, pero se perpetúan las huelgas “salvajes”, en todos los sectores, más o menos exitosas, pero el peor aquelarre es el de la Educación Nacional. Hay que saber que los sindicatos de enseñanza constituyen la espina dorsal del PS, el cual en su reciente Congreso de Dijon, les alentó a la lucha: “¡Adelante muchachos! ¡Estamos con vosotros! ¡A joder la marrana!” Pues lo están haciendo: boicot de los exámenes, colegios, liceos, facultades cerrados a cal y canto, por los sindicalistas, para que ni alumnos, ni estudiantes, ni profesores puedan entrar, dar clases, examinarse. Las reacciones de protesta son minoritarias, algunas asociaciones de padres de alumnos, algunos estudiantes manifestándose en defensa de su derecho a examinarse, algún grito de: “Y ¿el bachillerato de mi nene?” Poca cosa, y es la minoría organizada la que impone sus criterios, de forma totalmente ilegal, ya que impedir los exámenes constituye un delito, pero ¿qué más da? Puesto que el gobierno es “ultraliberal”, todo se justifica.

Además de protestar porque si se aprueba el proyecto de reforma de las pensiones, tendrán que cotizar más años, los sindicatos de enseñanza se oponen aún más rabiosamente a la descentralización. Y ello no porque la concesión de cierta autonomía a las Universidades de provincias pondría en peligro la calidad de la enseñanza, que de todas formas está por los suelos, y les importa tres cominos (hablo de los sindicatos, aún quedan bastantes profesores y maestros contaminados por el vicio reaccionario de la vocación de enseñar), sino sencillamente porque temen, con su visión jacobina y burocrática, que si se concede autonomía la Universidad de Montpellier o de Tolosa, pongamos, corran el riesgo de que también surjan sindicatos autónomos locales, y que su poder centralizado y estatal, se desmorone.

Mientras escribo estas líneas, el ministro, Luc Ferry, recibe de nuevo a los sindicatos para buscar un compromiso. No lo encontrarán. Lo que más asco me da es que en los medios informativos se insinúe cada vez más abiertamente que la solución no es la firmeza de la ley, en relación con los exámenes, por ejemplo, sino que se expulse a Luc Ferry, como se echó a Claude Allegre, del que Ferry era el director de programas en el Ministerio, dicho sea de paso. Por lo visto, una reforma de la enseñanza, para que algo se salve del naufragio, no interesa a nadie. Por lo visto, lo más importante es que cesen “los líos”, para poder planear las largas vacaciones de verano con tranquilidad. “Francia padece de demasiado estado y de ausencia de gobierno”, escribió Jean-François Revel, en tiempos del Gobierno Jospin. Pues todo sigue igual.


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