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Encarna Jiménez

Duelo y banderas

Pocas veces una ceremonia tan sobria como los funerales por los 62 militares muertos en accidente al regresar de sus ta-reas humanitarias en Afganistan ha producido tal emoción. Los espectadores que siguieron en directo la retransmisión de TVE tuvieron que contener las lágrimas ante una tragedia que llegaba hondo. No fueron las palabras de Urdaci, jefe de los Servicios Informativos de TVE, las que conmovieron el ánimo de los españoles que siguieron un acto de dos horas, y menos los comentarios de un ayudante que no tenía ese tono institucional y profundo que suele darle Lombao, sino, sobre todo, la identificación con la Familia Real que, como suele ocurrir en circunstancias extraordinarias, consiguen que el pueblo se reconozca en ellos.

El saludo del Rey a los familiares de las víctimas, seguido por las muestras de cariño y condolencia de Doña Sofía, de negro riguroso, y del Príncipe Felipe fueron un ejemplo, y una representación, de lo que hubieran hecho millones de es-pañoles que sentían dolor a la par que orgullo por la labor de los militares muertos. Los titulares de los periódicos podrán subrayar los gritos de los familiares indignados por las causas del accidente, o el “tirón de orejas” del Rey a Federico Trillo pero, en televisión, lo que se percibía era la contención de las lágrimas y la ira de uniformados y fa-miliares como un ejemplo de disciplina bajo el símbolo de la bandera española.

Cuando cinco aviones sobrevolaron la base de Torrejón dejan-do la estela rojigualda, pocos dejarían de sentir lo que significa la transformación de unos ejércitos convertidos en instituciones solidarias. Más que cualquier reportaje sobre la labor de los militares que, como en el caso del especial que dedicó TVE dos días antes, fue superado en audiencia por Hotel Glam –así estamos-, las 62 banderas españolas que cu-brían los féretros y los ojos del Rey y la Reina lo decían todo.

Unas horas más tarde, en “La 2”, Carlos Dávila entrevistaba a Jaume Matas, un triunfador de las pasadas elecciones. La vida continúa, la democracia también, pero las palabras del próximo presidente de Baleares quedaban como un ejercicio discreto que no podía apelar al triunfalismo en unas cir-cunstancias que obligan a contener el llanto.

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