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Encarna Jiménez

Los enemigos de la Ley

A este paso, el borrador del anteproyecto de la Ley General de Radio y Televisión no va a llegar al Parlamento. El Consejo de Ministros aún no le ha dado todavía salida y, conforme pasan los días, se multiplican los enemigos y la situación se hace más complicada para sacar adelante una “ley Piqué”, descafeinada y tortuosa, que lo único que tiene claro es que la televisión no es un servicio público.

Sobre este punto, toda persona sensata tiene que convenir que el universo de los Dinios y Pocholos, junto a los testimonios de gente corriente monstruosa, más que un servicio es un peligro público. El propio Aznar se ha manifestado horrorizado por los contenidos que hoy llenan las parrillas de las televisiones generalistas. En el “todo por la pasta” se ha llegado a una degradación de los contenidos impensable hace años.

La ley es necesaria, porque en estos momentos el sector se rige por medio de trece leyes que ponen parches a una realidad tecnológica y económica compleja. Sin embargo, es dudoso que se aclare mucho el panorama tras el paso por el Parlamento. Hay dos sectores muy vociferentes y poderosos, el del cine y el del fútbol que no querrán perder posiciones. Algunos grupos mediáticos pedirán la “flexibilización” de las incompatibilidades para meterse de tapadillo en la gestión de cadenas autonómicas o locales que sean privatizadas, y a RTVE nadie le quiere hincar el diente.

Encima, está ese proyecto de Consejo del Audiovisual nombrado por el Gobierno que parece bastante inútil. Los consejos, tanto si son a dedo como elegidos por el Parlamento, como quiere la oposición, suelen ser unos organismos bastante inoperantes en los que se colocan figurones o representantes de partidos que no suelen saber de lo que hablan, salvo en términos de sectarismo político.

La única gracia de esta ley es que va a reverdecer el tiempo de Calviño, en el que la televisión era una continua batalla política. Cuando llegue a las Cortes, pueden ocurrir dos cosas, que acabemos pidiendo a gritos la muerte de la tele, o que sus señorías acaben configurando un plató de televisión que se parezca a “Crónicas marcianas”.

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