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El correo publicitario que asola nuestros buzones de correos corre a cuenta de los anunciantes. En cambio, los correos electrónicos publicitarios no solicitados (conocidos como spam) los costes son pagados principalmente por los receptores. De ahí la persistencia en enviarnos mensajes en que se nos recomienda alargarnos el pene, probar las excelencias de la viagra, contemplar la webcam de alguna señorita ligera de ropa o adquirir la celebérrima baraja de cartas con los dirigentes iraquíes más buscados. Estos mensajes suponen una invasión de nuestra propiedad privada, nuestro buzón electrónico, y la imposición de un gasto no deseado, ya sea a través del gasto telefónico o de tarifas planas más caras.

Existe en estos momentos un intenso debate en Estados Unidos sobre la conveniencia de legislar a nivel federal contra esta plaga. Grandes empresas del sector se declaran a favor. En España, Yahoo ha declarado un día contra el correo basura y ha organizado supuestas manifestaciones donde los quejicas eran sus propios empleados. Desgraciadamente, toda iniciativa legislativa, incluyendo nuestra LSSI, padece el grave defecto, o virtud, de no poder actuar fuera de sus fronteras. Por tanto, se impone estudiar medidas tecnológicas y de libre mercado.

La primera son los programas que detectan los mensajes no deseados y los filtran. Desafortunadamente, son muy difíciles de depurar de modo que no den falsos positivos, ocultándonos mensajes que sí queremos leer. Mozilla ha incorporado el prometedor enfoque de probabilidad bayesiana pero los resultados, según he podido comprobar personalmente, padecen de los defectos del enfoque clásico de bloqueo por palabras. Otra propuesta aún peor, y ya en funcionamiento, son las listas negras de direcciones IP, que son algo así como los números de teléfono de los ordenadores conectados a Internet. Este enfoque resulta muy criticado porque resulta muy difícil corregir errores, que pueden ser fatales para algunos proveedores, hasta el extremo que ha provocado la aparición de algunas teorías conspirativas al respecto.

Una opción que barajan teóricos como David Friedman es el de franqueo electrónico. Cada usuario podría imponer un precio a los usuarios desconocidos que quieran enviarle un mensaje. Si quien lo envía lo paga y el mensaje es aceptado, pasará a una "lista blanca" que ya no requiere pago, y se le devuelve el importe del sello. Desafortunadamente, esto requeriría de un núcleo inicial suficientemente grande de usuarios para que mereciera la pena apuntarse al invento. Ese mismo problema afecta a una alternativa en la que, en lugar del pago, el ordenador que envía el mensaje se ve obligado a resolver un problema complicado que le lleve unos 5 o 10 segundos completar. Eso no supondría ningún quebradero de cabeza a los usuarios normales, pero sí a los profesionales del correo basura.

Otro esquema consiste en la petición de confirmación a las direcciones de correo no conocidas por el receptor. Algunos usuarios ya te obligan a visitar una página web para confirmar que eres una persona humana y no un malvado sistema automático, ya sea publicitario o vírico. Un sistema de este tipo, razonablemente personalizado por cada usuario de modo que no se pueda automatizar la confirmación, puede ser la línea más fructífera.

Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.


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