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Ramón Villota Coullaut

La Constitución europea

En sus orígenes, 1951, fue la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, para después ser conocida como Comunidad Económica Europea, desde 1957, y ahora como Unión Europea, desde el Tratado de Maastricht o Tratado de la Unión Europea. Primero fueron 6 países, ahora 15 y en el futuro pueden llegar a ser 25 sus miembros.

Pero la estructura orgánica de la UE sigue siendo, con el tiempo, incomprensible. Existen tres Tratados constitutivos, el Tratado CECA (carbón y acero), CEE y Euroatom (Energía Atómica); el primero de 1951 y los siguientes de 1957. Con el Acta Única Europea y posteriormente el Tratado de Maastricht, seguido del de Niza, se empieza a vislumbrar que el plano económico de origen se queda corto, y que la integración política empieza a ser una realidad.

La existencia de esta pluralidad de Tratados, con sus respectivas modificaciones, ha ocasionado que el organigrama de la UE no se asemeje a ninguna institución internacional, por su complejidad. Y si realmente se quiere dar el paso a una mayor integración, este organigrama debe ser perfectamente entendible por los ciudadanos de la Unión sin necesidad de ser unos expertos en Derecho Comunitario.

A día de hoy, el Consejo de Ministros es el máximo poder decisorio de la Unión Europea, reside en él el poder legislativo y se encarga de elaborar el Presupuesto. Está compuesto por los representantes de los Estados miembros, generalmente los ministros de Asuntos Exteriores. Institución distinta y no recogida por los Tratados es el Consejo Europeo (creado en 1974), se reúne semestralmente y acuden los Jefes de Estado de los países miembros y el presidente de la Comisión. En estos encuentros se decide el rumbo de la UE.

La Comisión es el órgano que representa a la Unión Europa y tiene competencias de carácter ejecutivo y de iniciativa de la política comunitaria. Sus miembros son elegidos por los Estados, dos por cada país grande (como el caso de España) y uno por el de los pequeños. Tiene un complejo sistema de mayorías, que es el que está resultando más difícil de cambiar. Por último, el Parlamento Europeo, cuyos miembros son elegidos por los ciudadanos de los países integrantes de la UE en elección directa. Sus competencias, a partir del Tratado de Maastricht, no se corresponden con las de un verdadero parlamento, sino que es un órgano codecisor en ciertas normas comunitarias y de control de la Comisión. Otros órganos son el Tribunal de Justicia, el Tribual de Cuentas, el Banco Central Europeo, el Comité de las Regiones, el Comité Económico y Social o el Defensor del Pueblo.

Con la existencia de una única Constitución se quiere, primero, resolver la cuestión referente a la existencia de distintos Tratados y reconvertirlo todo en una unidad perfectamente articulada, lo que a día de hoy no está hecho. A su vez, y mucho más importante, se quiere hacer una división competencial más lógica, con un presidente ya fijo (y no rotatorio) durante un plazo de 2 años, con una Comisión que se reducirá —en esto parece que ya hay acuerdo— a 15 miembros y que mantendrá sus competencias, y con unas funciones legislativas repartidas entre el Parlamento Europeo y el Consejo de Ministros.

En el plano legislativo lo más importante es la existencia de la denominada ley europea, obligatoria y general para todos los Estados miembros, y la ley marco, que deja a los Estados miembros la capacidad de decidir sobre su forma de aplicación, con lo que se suprime la anterior división entre directivas, reglamentos, decisiones y recomendaciones.

No se pretende llegar a un “germen organizativo” de un Estado, pero sí acercarse a la idea de una “unión de Estados”. La estructura actual es casi la misma que cuando la CEE estaba formada por sólo seis miembros; el requisito de la unanimidad se ha ido modificando paulatinamente hasta llegar al de la mayoría cualificada. Ahora ha de variarse hacía un sistema mayoritario donde una minoría de bloqueo no pueda paralizar la vida de la UE. Y esto es lo que se va a discutir a partir de la cumbre de Salónica, los mimbres de lo que será una Unión Europea con 25 países y con unas fronteras que van desde el Atlántico hasta más allá de la antigua Unión Soviética, desde el Polo Norte hasta África. Una UE con unos intereses que en algunos supuestos pueden ser contradictorios, pero que habrá que vencer si se desea que, con el tiempo, desemboque en una realidad no sólo económica, si no también política. Por eso es tan importante la existencia de un ministro de Asuntos Exteriores que sea la voz de la UE en los foros internacionales.


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