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EDITORIAL

El PSOE necesita su Aznar

Tras la debacle de la UCD y la larga travesía del desierto de Manuel Fraga, la derecha española encontró en José María Aznar al líder que necesitaba para convertirse en una alternativa real de gobierno. Del mismo modo que Felipe González en Suresnes sacó al PSOE del marxismo-leninismo que había mantenido desde la guerra civil, convirtiéndolo en un partido socialdemócrata homologable a los de Europa Occidental, Aznar consiguió refundar en Sevilla el gran partido de la derecha sobre principios liberales, homologándolo con los grandes partidos liberal-conservadores de Occidente y liberándolo de la imagen de rancio conservadurismo con tintes nostálgicos heredada de la época de Fraga.

Rodríguez Zapatero accedió a la secretaría general del PSOE como la gran esperanza de renovación del socialismo español que, tras más de veinte años de felipismo, ya había agotado toda idea y programa que no fuera perpetuarse en el poder a cualquier precio, incluido el de la corrupción al por mayor y el del crimen de Estado. Zapatero prometió una oposición leal y constructiva, y un partido al servicio de España. Y como prueba de ese impulso renovador inicial, quedó el Pacto Antiterrorista, la mayor aportación de la izquierda a la democracia española.

Sin embargo, Zapatero, al contrario que Aznar, en los tres años que lleva al frente del PSOE no ha sabido imponer su liderazgo frente a la vieja guardia y frente a los personalismos regionales, ni tampoco ha sabido “renegociar” con ventaja las hipotecas políticas que le impusieron quienes le prestaron su apoyo. Tras unos pocos meses de esperanza, Zapatero acabó sucumbiendo a las presiones de la vieja guardia felipista congregada en torno a PRISA, que se fijó las elecciones vascas de mayo de 2001 como el principio del acoso sistemático al nuevo y bisoño líder del PSOE. Aun a pesar de que los resultados de esas elecciones fueron más que aceptables para el PSOE y para el PP, PRISA y González acabaron “convenciendo” a Zapatero de que fueron un desastre achacable al “segidismo” del PP; por lo que era preciso prescindir de Redondo Terreros y abandonar la política de pactos con el PP para dar comienzo a la oposición de patada en la rodilla que tan buenos resultados le dio al PSOE contra la UCD.

Aceptada la tutela de Polanco y González en Vista Alegre, Zapatero renunció definitivamente a su proyecto de renovación del PSOE para convertirse en brazo ejecutor de la línea de opinión y de los intereses de sus tutores, como se puso de manifiesto en la huelga general de hace un año, en la catástrofe del Prestige y en la guerra de Irak. Aliado con la extrema izquierda antisistema a instancias de sus mentores, a Zapatero ya no le queda un ápice de esa oposición constructiva, serena y leal que prometió en 2000. Y fracasada en las urnas la estrategia de acoso y derribo contra el PP, al alimón con Izquierda Unida, Zapatero contempla el desolador paisaje de un partido dividido en taifas –Cataluña, País Vasco, Galicia– que no acata su liderazgo y que ni siquiera –como ha ocurrido en Navarra– se aviene a respetar los términos del Pacto Antiterrorista si para ello ha de renunciar al cargo, a la prebenda y al coche oficial largo tiempo codiciados.

Para colmo de males, la alianza con Izquierda Unida también está dividiendo al sector que todavía le reconoce como líder. Las fantasmagóricas tramas inmobiliarias que acaban volviéndose contra quienes las diseñan no pueden ocultar las verdaderas causas del episodio de la Comunidad de Madrid, más acordes con lo que alegan Balbás, Tamayo y Sáez que con las acusaciones de inveterada corrupción inmobiliaria a las que, al dictado de PRISA, se aferran Zapatero, Caldera y Blanco. Quienes, por cierto, parecen no darse cuenta de que en última instancia serían ellos los responsables de incluir en sus listas a esos supuestos “despojos humanos” que les ayudaron a llegar a la cumbre.

El PSOE es hoy un partido sin programa y sin ideas claras en cuestiones fundamentales de la política española, como son la lucha contra los nacionalismos separatistas, la política económica y la política exterior. Y no estará en disposición de elaborarlas con un líder que no ha sido capaz de neutralizar personalismos disolventes como los de Maragall o Elorza ni de imponer disciplina en sus filas. Votar hoy al PSOE en Cataluña o en el País Vasco no significa lo mismo que hacerlo en Castilla-La Mancha. Y en estas condiciones, es muy difícil ganar unas elecciones generales, donde los ciudadanos votan en función de las alternativas existentes en materia de política nacional, y no en virtud de personalismos regionales. El PSOE necesita su Aznar, un líder capaz de reconducir a su partido por los senderos de la sensatez política, de marcar distancias con Izquierda Unida y, sobre todo, de cortar el cordón umbilical que le une al poder fáctico más influyente de España. Y Zapatero, por lo que ha demostrado hasta ahora, no es ese “Aznar” ni parece que pueda serlo ya en el breve plazo que queda hasta las próximas Elecciones Generales.


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