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Fernando Saiz

Trichet, el gran “chef”

La Europa financiera está de enhorabuena. Tras muchos meses de incertidumbre, el francés Jean-Claude Trichet ha sido absuelto de los cargos que se le imputaban en el ‘caso Credit Lyonnais’ y será el seguro sucesor de Wim Duisenberg al frente del Banco Central Europeo (BCE). Conocí a Trichet en una cena organizada hace un par de años por BBVA. Apenas habló y no recuerdo que dijera nada interesante, lo cual es un buen síntoma de cara a su futuro cargo. En efecto, los presidentes de los bancos centrales deben decir pocas cosas y a ser posible con escasa trascendencia periodística, según reza el libro de estilo no escrito de la profesión.

De todas formas, Trichet, a pesar de su apellido –‘triche’ en francés significa trampa o engaño–, goza de buena reputación. Los expertos y los mercados le tienen en alta estima, en especial por su manejo de la política monetaria de Francia durante los años noventa y por su probada independencia de los poderes políticos. El BCE parece, pues, que quedará en buenas manos. Menos probable es que la sustitución del presidente suponga también un cambio significativo de la política monetaria. Trichet es, como Duisenberg, un ortodoxo defensor de la estabilidad financiera y de la lucha contra la inflación, por lo que no cabe esperar que bajo su presidencia el BCE flexibilice los criterios de la política monetaria y prime el impulso al crecimiento económico frente a la preocupación por el aumento de los precios. Además, la propia estructura del banco –en la que están presentes los influyentes gobernadores de los bancos centrales nacionales y que se articula en torno a un comité ejecutivo muy activo en la formación de decisiones– garantiza una inercia continuista, al menos en el corto plazo. Trichet sí podrá modificar sustancialmente la política de comunicación del BCE, que ha sido el talón de Aquiles de Duisenberg, pero el timón del banco seguirá un rumbo similar al actual.

En realidad, la buena noticia de la sucesión de Duisenberg no lo es tanto por la calidad y profesionalidad de Trichet como por el hecho de que se ha cerrado un capítulo poco glorioso, acaso el menos glorioso de todos, de la historia de las instituciones del euro. Las sucesivas incógnitas que han rodeado las vicisitudes del BCE –apaños en la elección del presidente en 1998, dudas sobre la fecha de la marcha de Duisenberg, acusaciones judiciales contra Trichet– han ido corroyendo su credibilidad. Ahora, Trichet, sobre el que no pesa en apariencia hipoteca alguna, tiene la oportunidad de restaurarla.


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