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La guerra contra Al Qaeda y el papel de Irán

En los últimos tiempos, la guerra contra el terrorismo de Al Qaeda ha ido generando noticias que daban lugar, alternativamente, a comentarios optimistas y pesimistas. La victoria contra los talibanes en Afganistán, pocos meses después del 11 de septiembre, representó un primer motivo de optimismo: Al Qaeda perdía su refugio más seguro y los campos de entrenamiento en los que se habían formado miles de terroristas. Pero muy pronto hubo razones para la preocupación: Osama ben Laden y sus principales colaboradores habían logrado escapar y miles de militantes de Al Qaeda se habían esparcido por el mundo. Atentados como el de Bali sugirieron a muchos comentaristas la posibilidad de que la organización terrorista de ben Laden no se hubiera visto realmente dañada por la pérdida de sus bases afganas, ya que podía actuar "virtualmente" en un mundo caracterizado por la facilidad de las comunicaciones y los viajes.

En vísperas de la guerra de Irak, la inquietud se acentuó. Una nueva intervención occidental en un país islámico, en un momento en que el conflicto palestino-israelí se había exacerbado, ¿no iba a generar una ola de indignación que se tradujera en la incorporación masiva de nuevos militantes a Al Qaeda? Sin embargo, en contra de lo que se temía, no hubo atentados durante la guerra. De nuevo un motivo de optimismo... que los recientes atentados de Riyad y Casablanca pusieron en cuestión.

Ahora, la sensacional noticia de que han sido detenidos en Irán varios destacados dirigentes de la organización, entre ellos el doctor Al Zahahri, el número dos, renueva las esperanzas de que la guerra se esté ganando, pero cabe temer que el próximo atentado cause un nuevo desánimo. Conviene pues alejarse de la noticia de cada día y evaluar en términos generales lo que está pasando.

En primer lugar, es indudable que la pérdida de Afganistán ha sido un golpe muy duro para Al Qaeda. Sus militantes han tenido que dispersarse por el mundo y es cierto que están operando en muchos países, con atentados terribles, pero país tras país están recibiendo también duros golpes.

En Europa se han desmantelado muchas células y se ha evitado que se materialicen atentados. Ello ha llevado a que los ataques se produzcan fundamentalmente en países musulmanes, desde Indonesia hasta Marruecos. Pero esto ha generado perjuicios a Al Qaeda en dos sentidos fundamentales. Por un lado gobiernos como el de Indonesia, que no se tomaban en serio la amenaza del terrorismo islamista o preferían minimizarla, han comenzado a tomar medidas enérgicas. Es de esperar que lo mismo ocurra en Arabia Saudí. Y por otro lado, la opinión pública reacciona negativamente contra atentados en su propio suelo. Una cosa es para los marroquíes simpatizar con los atentados dirigidos contra Israel y otra muy distinta es cuando las víctimas son también marroquíes.

Y finalmente el caso de Irán viene a demostrar la eficacia de la presión dirigida contra los gobiernos que se muestran reacios a cooperar. No es de suponer que Al Zawahri y compañía hayan entrado ayer en Irán, ni que su presencia haya sido solamente ahora detectada. Más bien ocurre que el régimen iraní se ha encontrado con una firmísima presión de los Estados Unidos, tanto por sus inquietantes planes nucleares como por su, antes supuesta y ahora revelada, permisividad ante la presencia de terroristas en su suelo. Es un ejemplo de que, frente a amenazas peligrosas, la política de firmeza da resultados.


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