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Carlos Semprún Maura

Disturbios veraniegos

El cineasta Claude Sautet (q.e.p.d) me contaba que, una vez, ateniéndose a la ley, fue a cobrar su subsidio de paro a la Caja de los Oficios del Espectáculo, y que le dio tal vergüenza que jamás volvió. Vergüenza, porque entonces, a mediados de los ochenta, el paro real superaba el 10 % de la población activa, y él, como todos los directores de cine, tenía entre el rodaje de una película y la próxima, periodos que pueden durar meses, no de paro sino de preparación, de escritura, etcétera, y que al recibir como “parado” una fortuna, tuvo la impresión de robar sus subsidios a los parados de verdad. Protestó en privado, jamás denunció en público el sistema, y todos sus colegas cineastas millonarios se aprovechan de dicho sistema, que arruina, entre otras cosas, a la Seguridad Social.

Desde luego, no son ellos quienes se manifiestan estos días. Se limitan a alentar a “los de abajo”, particularmente a los afiliados al sindicato comunista, la CGT, que ocupan teatros, interrumpen Festivales, crean por doquier el espectáculo del antiespectáculo y una agitación en la que algunos quieren ver la rebeldía de los artistas contra un Gobierno de derechas. Debo reconocer que me han explicado veinte veces cómo funciona el sistema, sigo sin entenderlo del todo, tan complicado es. Parte de una idea sencilla: a los profesionales, actores, técnicos, directores, músicos, decoradores, etcétera, se les contrata para una película, una tele, una obra de teatro, un ballet, un concierto, y cuando ese trabajo se termina, no siempre enlazan inmediatamente con otro, de allí el término de “intermitentes del espectáculo”, y de allí los subsidios de paro, para aguantar hasta el próximo contrato.

Pero los cálculos de ese subsidio son tan complicados, y son tantos los despilfarros –como el que denunciaba en privado Sautet– y los abusos de toda índole (como éste, por ejemplo, que sí he entendido: cuanto más trabajas más cobras del paro, porque el subsidio se calcula según tu última paga, y si no has trabajado durante dos años, por ejemplo, o sea, cuando eres un verdadero parado, no cobras nada) que las cosas, francamente, no podían seguir así. La reforma del ministro de Cultura, Jean-Jacques Aillagon, se limita a realizar ciertos ahorros, pero no transforma el sistema, cuya primera reforma debería ser que todos los que declaran a Hacienda una suma confortable no tengan derecho a subsidios de paro, hayan trabajado tres o diez meses al año. Así, se aliviaría a la Seguridad social y se podría ayudar mejor a los parados de verdad. No nos hagamos la menor ilusión, en realidad, detrás de estas manifestaciones, lo que se desvela es la vieja y carca ambición de convertir a los artistas en funcionarios, como en la URSS.

Otro aquelarre previsto es el del referéndum en Córcega, que tendrá lugar este próximo 6 de Julio. Para el Gobierno, teóricamente, las cosas están claras: en el marco de la descentralización general, dan a la isla un estatuto de autonomía, pero nada más. Pero los nacionalistas corsos consideran que es un primer paso hacia la independencia, y los furibundos defensores de la unidad de la República, quienes consideran que Córcega es tan francesa como Normandía, piensan que es un paso que sobra y que es peligroso. De todas formas, los líos en Córcega no terminarán, triunfe el “si” o el “no”, el 6 de Julio. Porque lo que nadie dice es que a muchos les encanta que Córcega sea diferente, peligrosa, con sus leyes tribales, su “omerta”, y su folclore de pandereta, pero, sobre todo, de sangre.

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