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Google ha sido una de las pocas compañías que no ha recibido sino elogios desde su puesta en marcha por parte de los internautas. La razón es que su buscador es una herramienta excelente, que ha procurado siempre ser, sobre todo, útil para sus usuarios. El hecho de no tener anuncios gráficos y de simplificar el diseño, por ejemplo, permite al navegante realizar sus búsquedas con la menor espera posible, empleando Google como lo que es, un buscador, y no recargándolo de cosas que los usuarios no desean aunque puedan resultar lucrativas para la compañía.

Desgraciadamente, ya no todo es vino y rosas. En los últimos meses, sobre todo a raíz de los cambios en su algoritmo en septiembre pasado, las críticas al otrora intocable han ido creciendo en la red. Para muchos es una simple cuestión de tamaño: el porcentaje de búsquedas que se realizan a través suya es tan grande que para algunos "Google empieza a significar para Internet lo que Microsoft es para el PC". El 75 por ciento de los visitantes de muchos sitios web que acuden a través de enlaces desde otras páginas o buscadores vienen de Google. Todos los creadores de páginas procuramos hacerlas de modo que a Google le parezcan bien. Cualquier decisión que, hecha por otra empresa, resultaría inadvertida, puede convertirse en una catástrofe para muchos pequeños empresarios de la red si es este nuevo gigante quien la toma.

Pero el verdadero problema es, a mi modo de ver, que los fundadores de Google decidieron no solo hacer una buena herramienta, sino un sitio web que cayera bien a los usuarios y que tomara las decisiones que ellos tomarían si fueran los propietarios del invento. No sólo en términos de usabilidad sino también morales. Google, por ejemplo, no admite anuncios de vendedores de alcohol o tabaco, aunque sí pornográficos. Google decidió eliminar de sus archivos a una página crítica con la Iglesia de la Cienciología a petición de ésta, y sólo tras un aluvión de críticas rectificaron. Google muestra distintos resultados en algunos países y parece haber colaborado con China y Arabia Saudí en sus intentos de censurar Internet, algo a lo que Altavista se negó. Medidas que han llevado a algunos a pedir la creación de agencias regulatorias específicas para los buscadores.

El mezclar churras con merinas lleva a decisiones muchas veces arbitrarias y otras realmente criticables. Pero es el mezclar la moral con el negocio lleva a que muchos les critiquen por criterios morales propios, que pueden no coincidir con los del encargado de tomar este tipo de medidas, Sergey Brin. O a que los políticos empiecen a pensar que, en fin, si es cuestión moral lo de la búsqueda en Internet, nadie mejor que ellos que son los ungidos por el público.

Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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