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Saúl Pérez Lozano

La entrega a Fidel Castro

La historia se repite. Antes fue el Chile de Allende. Tampoco se salvó de la voracidad castrocomunista la isla de Granada bajo el mandato del premier Bishop, ni la Nicaragua sandinista. Angola también pagó su precio. El turno es de Venezuela, pero con una diferencia no precisamente pequeña.

Los objetivos del dictador cubano tanto ayer como hoy obedecen a una estrategia definida; sin embargo, lo que nunca imaginó es que en su senectud Venezuela caería en sus manos dócilmente, gracias al teniente coronel Hugo Chávez. De independiente y soberana, Venezuela ha pasado a ser territorio castrista. Cuba es la metrópoli y su embajador en Caracas un procónsul. Cuba es el gigoló de Venezuela. No paga los 53.000 barriles diarios de petróleo que recibe. En su intermediación de alimentos que Venezuela importa de otros países, como China e Italia, nos recuerda las prácticas monopolísticas de la odiosa Compañía Guipuzcoana en la época colonial. Muchos de esos alimentos los importaba Venezuela directamente y otros se procesaban aquí, pero el afán de Chávez de arruinar a los empresarios privados deja sin empleo a legiones de venezolanos. Esas importaciones se hacen sin control, en no pocos casos son de inferior calidad y sin duda que la corrupción hace de las suyas. Chávez atenta contra los valores y razón, con el objetivo de implantar una segunda Cuba y cínicamente, como Castro en el pasado, anda chillando que no es comunista, sino bolivariano y nacionalista.

No hay estrato ni segmento de la sociedad venezolana que haya escapado a las burlas de Chávez. Sus víctimas primarias han sido los más pobres, engañándolos con poses altruistas que no se hacen realidad y un populismo barato. Pero también es víctima toda una sociedad arrastrada por una economía colapsada, el aparato productivo arruinado y PDVSA, la empresa petrolera hecha guiñapos. A Chávez no le trasnocha el desempleo, tampoco que no haya comida, que los indigentes se hayan multiplicado, que la delincuencia se haya incrementado y que el poder adquisitivo esté por el suelo.

Como su maestro, Chávez repite en sus interminables y vacías peroratas que no importa pasar hambre ni andar andrajoso porque la revolución exige sacrificios y sangre, porque sin sangre derramada no hay revolución. El, entretanto, recorre el mundo en uno de los aviones más costosos y modernos, un Airbus 319, que nada tiene que envidiar al de un jeque árabe, viste costosos trajes de confeccionistas famosos, zapatos de cara piel y prendas que no ocultan el resentimiento acumulado y no olvidado. Chávez y su entorno son opuestos a lo que es ser venezolano. Pretende el cacareado igualitarismo, ya fracasado en el mundo, pero hacia abajo.

Mientras el venezolano es tolerante, pacífico, emprendedor y progresista, el régimen chavista pretende dogmatizarlo y regimentarlo bajo un subterfugio constitucional y el origen democrático. Los venezolanos son conscientes de que son ellos los que tienen que solucionar su problema, pero es innegable que la comunidad internacional, especialmente la de este hemisferio, los ha maltratado, les ha dado la espalda. Quienes manejan los asuntos hemisféricos en el Departamento de Estado aún etiquetan a Chávez de democrático. No es la primera vez que se equivocan.

Los venezolanos no reclaman gratitud por las manos que tendió en el pasado a los perseguidos del gorilismo militar que campeaba en América mientras Castro, con el apoyo soviético, pretendía exportar su revolución e invadir nuestro territorio, pero fracasó ante unas fuerzas armadas resueltas a defender la integridad y soberanía nacionales. Hoy, una cúpula militar, dócil y sumisa permite que Chávez entregue el país al sátrapa cubano.

Los intereses mercantiles de cada nación, la compra de conciencia a gobernantes que entregan sus principios por las dádivas que les otorga este gobierno, le dan la espalda a un pueblo que quiere recuperar el derecho de vivir en paz, sin odios, a recobrar su prosperidad y las libertades pisoteadas, que quiere vivir decentemente producto del trabajo creador, que las generaciones futuras reciban un país regido por la tolerancia y el entendimiento.

El régimen chavista aprieta el puño porque sabe que no le será fácil doblegar a los patriotas que reclaman soluciones pacíficas y democráticas. Apela Chávez a la violencia y el terror, a la toma de Venezuela por activistas cubanos, pero se equivoca el teniente coronel si piensa que no encontrará resistencia y, como en 1992, será nuevamente derrotado.

© AIPE

Saúl Pérez Lozano, periodista venezolano, es coordinador general editorial del Bloque DEARMAS.

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