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Armas, mentiras y cintas de vídeo

La política contemporánea parece construirse sobre la lógica de la guerra: se toman posiciones psicológicas al igual que, en el campo de batalla, se ocupan colinas. Sólo que en política la realidad no importa o importa menos que las apariencias. El tema de las armas de destrucción de masas de Saddam es un caso paradigmático al respecto. La oposición a la guerra busca presentar un gran escándalo para probar que los gobiernos americano, británico, australiano y español, mintieron y están dispuestos a tergiversar cualquier noticia si creen que eso les favorece. Caso claro es el de las supuestas compras de uranio a Nigeria por parte de Sadam, hecho que según los coros antiguerra fue utilizado como prueba irrefutable por el pérfido George W. Bush a sabiendas de que no se sostenía, en lo que ven una clara manipulación. La Casa Blanca ha admitido esta semana que no se debió citar esas supuestas compras en el discurso presidencial sobre el estado de la Unión, lo que ha avivado aún más los gritos críticos contra el derrocamiento de Saddam.

Poco importa que lo que la Casa Blanca haya dicho realmente es que no se debía haber mencionado porque las supuestas compras o intentos de compra estaban sujetas a controversia en la comunidad de inteligencia americana. Pero tampoco parece importar lo que de verdad dijo Bush en su discurso, que “según fuentes de inteligencia británicas Sadam podría haber intentado hacerse con uranio en Nigeria”. Eso, para demócratas en Norteamérica, radicales laboristas en Londres o socialistas en España, nada importa.

Como a nadie parece importarle rebobinar un poco la película de la crisis con Irak y recordar qué es lo que cada uno dijo y sostuvo. La amnesia es otro rasgo de la política contemporánea. Y, sin embargo, ahí están las videotecas. Así, por ejemplo, a un Zapatero que no tiene más iniciativa que denunciar a Aznar por mentiroso y demandar que ningún soldado español se despliegue en Irak para no correr riesgos, convendría refrescarle que nadie, ni franceses ni alemanes, incluyendo sus servicios de inteligencia, pusieron nunca en duda los desarrollos armamentísticos de Sadam, sino que discutían cómo desarmarlo y con qué medios.

Que, en segundo lugar, el énfasis, salvo en las primeras horas de la guerra, donde los soldados tenían que cargar con sus equipos de protección personal, se ponía no en los stocks de munición existentes, sino en la capacidad del régimen de Sadam de mantener programas y de poder fabricar armas en poco tiempo. Igualmente, igual atención se prestaba a la base de conocimientos científicos y técnicos. En suma, como el Presidente Aznar señaló a lo largo de la crisis, el problema de fondo era la ambición de Sadam, lo que podía llegar a tener, no lo que en esos momentos tenía guardado.

Es más, a tenor de lo descubierto por los inspectores tras la guerra del 91, era bien sabido que las armas químicas de Sadam decaían rápidamente. Por tanto, esperar toparse con decenas de miles de cabezas y obuses repletos de tabún, sarín u otros agentes, era poco probable. Lo más, dar con precursores y componentes con los que poder fabricarlos. Los trabajos de búsqueda apenas acaban de comenzar y el personal americano sólo ha podido visitar 62 instalaciones de las 700 que se habían fijado los inspectores de la ONU. La situación de inseguridad no favorece esta búsqueda. De ahí que sea urgente estabilizar el país. Tal vez el PSOE no quiera que esto se produzca pronto porque así no se tendrá que lamentar cuando se desentierren los programas que Sadam tenía prohibidos.

GEES: Grupo de Estudios Estratégicos.

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