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Adela Cortina, catedrática de Ética, habla del comportamiento cívico, en el que incluye en primer lugar “algo tan básico como el pago de impuestos”. La profesora Cortina, parece repetir la contradictoria consigna de la corrección política: ¡viva la libertad y viva la coacción!

Así es, en efecto, el pensamiento único: jamás brotará de sus labios una condena explícita a la libertad, al contrario; pero al mismo tiempo elude la consideración de que el Estado es la coacción, legítima pero coacción; además, no titubea en exhibirla como tal –sus ingresos, para mayor nitidez, se llaman “impuestos”.

Precisamente porque es la coacción, la doctrina liberal del Estado de Derecho se ocupa de limitarla. Por eso, es un disparate decir sin calificación ni matiz alguno que pagar impuestos corrobora el espíritu cívico. Eso será, doña Adela, sólo si el poder es limitado y, por tanto, los impuestos también. Si no lo aclara, se ve usted en la desasosegante tesitura de identificar el espíritu cívico con el pago de cualquier nivel de presión fiscal.

No vale, por supuesto, el ardid de recurrir a la democracia ilimitada, es decir, sostener que la presión tributaria establecida democráticamente es indiscutible, y su incumplimiento equivale per se a ignorar los deberes del ciudadano para con la comunidad. Eso sería así si el objetivo básico de los seres humanos fuera la democracia, si no hubiera derechos humanos y si la comunidad prevaleciera en todos los casos y circunstancias siempre sobre el individuo. Pero si tal objetivo es la libertad, que ninguna democracia puede quebrantar, entonces también resulta disparatado afirmar que en democracia el espíritu cívico se corresponde con el pago de cualquier nivel de presión fiscal.

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