Menú
Lucrecio

La estupidez

Catastrófica, al cabo, para el PSOE, la comisión de investigación en la Comunidad Madrileña ha ido cobrando un tinte enigmático, a la medida misma en que Tamayo primero, luego Sáez, Balbás al fin, iban pulverizando inmisericordemente a aquellos a quienes se suponía iban a ser sus ejecutores.

Todo se ha ido sumando en esa extraña ceremonia. Primero, y aplastantemente, la sonrojante incompetencia de los portavoces de PSOE e Izquierda Unida. ¿Cómo dar razón de que, tras el sonoro rifirrafe esgrimido para promover la rendición de cuentas de los dos tránsfugas, nadie se haya tomado el esfuerzo siquiera de preparar un interrogatorio coherente? La imagen de Tamayo desmintiendo, con secas negativas cargadas de burla, baterías de preguntas socialistas claramente erradas, ha hecho, en lo electoral, más daño al PSOE madrileño que la ahora ya evidente corrupción entre clanes gangsteriles de la FSM. A fin de cuentas, el elector puede hasta tolerar a los políticos que roben. Siempre que lo hagan dentro de las reglas de juego y del modo más discreto posible. Pero el ridículo exhibido es, de necesidad, letal para un político. El espectáculo del portavoz socialista, estrellándose, una y otra vez, no tanto contra el muro de Tamayo cuanto contra el de su mala documentación y su nula inteligencia, es de los que difícilmente dejan esperanza a recuperación alguna.

El PSOE entró muy enfermo en la comisión. Sale de ella en estado terminal. Todas y cada una de las acusaciones de personajes tan turbios como Tamayo o Balbás –turbios, sí, pero también peligrosos– han quedado, en lo esencial, confirmadas. Implicando de hecho –hasta entonces, era sólo una firme sospecha– a José Luis Rodríguez Zapatero en el reparto del pastel inmobiliario entre los distintos gangs de la FSM. Ha sido terrible ver desmoronarse cualquier credibilidad de partidos sobre los cuales reposa la alternancia política de la España del último cuarto de siglo. Para aquellos que aún sigan creyendo en la política –no es mi caso– ha tenido que ser una experiencia demoledora.

Y ése es el enigma. Cada vez más asombroso, para mí. Todo el mundo en la dirección del PSOE –y, en especial, en la de Madrid– tenía necesariamente que saber lo que Balbás y Tamayo sabían y podían contar. Todos podían calcular el coste que eso iba a tener sobre el Partido Socialista en general y sobre el difunto Zapatero de un modo especialmente cruento. ¿Por qué se metieron en semejante callejón sin salida, lanzados hacia el ridículo a tumba abierta?

Habría la respuesta conspirativa: alguien –un tal X– habría movido hilos perversos para liquidar a un heredero del cual ya estaba harto. Es tentadora la hipótesis. Pero no la creo. Puede que sea peor. Puede que ni siquiera esta locura sea fruto de una maldad refinada. Que, al fin, sólo haya habido estupidez: lo más imperdonable.


En Opinión