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EDITORIAL

Sahara: un principio de solución

En el último día de la presidencia española, el Consejo de Seguridad de la ONU ha aprobado por unanimidad el nuevo Plan Baker, que contempla la autonomía del Sahara bajo administración marroquí. Durante un periodo de cuatro o cinco años, las autoridades saharauis, surgidas de unas elecciones autonómicas, tendrán competencias exclusivas sobre el gobierno local, los presupuestos territoriales y la fiscalidad. Asimismo, también tendrán competencias exclusivas en economía, educación, comercio, transporte, agricultura y –lo más importante– en materia de minería, pesca e industria. Y pasado ese periodo, deberá celebrarse el referéndum –basado en el censo de 1999– que debió tener lugar en 1992 –fue una de las condiciones del alto el fuego entre Marruecos y el POLISARIO– y que Marruecos ha estado obstaculizando con trabas legales y administrativas durante más de una década, con el objeto de “inflar” el censo con colonos marroquíes que garanticen un resultado favorable a la integración.

Es evidente que el nuevo Plan Baker –para cuyo estudio por las partes se ha acordado una nueva prórroga de tres meses de la misión de la ONU (MINURSO)– no es del agrado de Marruecos ni de Francia, su valedor en los foros internacionales. La anexión de iure de la ex colonia española ha sido siempre el eje de la política internacional de Marruecos. Primero, por sus fosfatos y sus riquezas pesqueras; y recientemente, por sus yacimientos petrolíferos. Y también, la principal válvula de escape que todos los regímenes autoritarios necesitan para aliviar tensiones internas. En el caso de Marruecos –en plena expansión demográfica– esas tensiones son fruto principalmente de la pobreza y el estancamiento económico provocados por una administración que, aun a pesar de las tímidas reformas democráticas, sigue siendo ineficaz y corrupta. Y la forma tradicional de aliviar esas tensiones han sido la exacerbación del nacionalismo –la costosísima guerra contra el POLISARIO y los encontronazos diplomáticos con España– y las promesas de abundancia asociadas a la anexión del Sahara..

Hasta el 11-S y la guerra de Irak, Marruecos ha sido el principal aliado estratégico de EEUU en la zona. La peculiaridad de que, en Marruecos, el rey, descendiente de Mahoma, es la autoridad suprema en materia religiosa, ha permitido hasta ahora a los sultanes marroquíes reprimir con autoridad cualquier brote de fundamentalismo. Y, a cambio, como ocurrió en 1975 con el Sahara, EEUU ha hecho la vista gorda con la política expansionista de Hassan II, la cual, por otra parte, contrapesaba la influencia en el Magreb de una Argelia entonces prosoviética.

Sin embargo, la caída del régimen comunista en Argelia, la creciente influencia del partido fundamentalista en Marruecos –que, como anteriormente en Argelia, aprovecha la asistencia social en las bolsas de pobreza para extender sus doctrinas incendiarias–, el 11-S y la guerra de Irak han variado enormemente las coordenadas de la política internacional de EEUU en el Magreb. La lucha del gobierno argelino contra los terroristas islámicos convierte a Argelia en un aliado tanto o más leal que Marruecos en un momento en el que la guerra contra el terrorismo es la prioridad de la política exterior norteamericana. Y, además, Argelia no tiene las molestas ambiciones territoriales de Marruecos que han conseguido enojar profundamente a sus vecinos del Magreb, especialmente a la propia Argelia y a Mauritania. Por otra parte, España, después del 11-S y especialmente después de la guerra de Irak, ha dejado de ser para EEUU un aliado de segunda fila, cuyos intereses han sido sistemáticamente sacrificados en el altar de la geoestrategia magrebí dictada por Francia –caída en desgracia ante EEUU por su oposición a la guerra de Irak– y Marruecos.

La aprobación por unanimidad –incluida Francia después de un largo forcejeo diplomático– del nuevo Plan Baker es el reflejo de esa nueva correlación de fuerzas e intereses en la que Francia y Marruecos han perdido influencia en favor de España –firme aliado de EEUU en la guerra contra el terrorismo– y Argelia –nuevo interlocutor de EEUU en asuntos del Magreb. La oposición de Francia al acuerdo del Consejo de Seguridad –reflejada en su insistencia en que el texto no obliga a Marruecos– no ha ido tan lejos como para arriesgarse a contrariar de nuevo a EEUU con un veto en un asunto que la administración Bush quiere liquidar lo antes posible para evitar una posible “palestinización” del Sahara –los saharauis, impacientes, amenazan con reanudar las hostilidades–... y, de paso, probablemente, para evitar que Francia acabe sacando la mejor tajada del petróleo del Sahara.

Puede que la solución al largo contencioso del Sahara todavía esté lejos, pero lo cierto es que el acercamiento de EEUU a Argelia, principal valedor de los saharauis, ha hecho que éstos acepten de buen grado considerar el nuevo Plan Baker como un principio de solución, el cual apoya España, la antigua metrópoli, y las potencias con derecho de veto en el Consejo de Seguridad. Aunque Marruecos insista en que sólo aceptará una solución que le otorgue la soberanía sobre el Sahara, y vuelva a amenazar e intentar chantajear a España; esta vez, sin el apoyo de EEUU, sus posibilidades de imponer sus intereses contra viento y marea, por mucho que Francia quiera patrocinarlos, tienen en realidad pocas oportunidades de prosperar con toda la comunidad internacional en contra.


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