El Washington Post anuncia la intención del Secretario de Estado norteamericano de no seguir en su puesto tras la previsible reelección de George W. Bush. Lo atribuye a razones personales. Es posible, pero también hay otras explicaciones.
Cuando fue designado Secretario de Estado por Bush hijo, nadie en Washington D.C. podía afirmar con rotundidad si el flamante general (el más joven en lucir su primera estrella y también el más joven Jefe de la poderosa Junta de Jefes de Estado Mayor) era un liberal, un demócrata o un republicano. La famosa doctrina Powell sobre cuándo y cómo intervenir militarmente, destilada en 1991, tan exigente en sus condiciones que prácticamente imposibilitaba a cualquier político inclinarse por una opción de combate, cuadraba bien con el ala derecha del republicanismo, la más aislacionista; sin embargo, sus filosofía social encajaba mejor con los demócratas.
Donde no tiene cabida alguna es en el círculo de peso de los llamados neoconservadores. Powell siempre se inclina por frenar cualquier recurso al uso de la fuerza (lo hizo en el 91 con Sadam, lo hizo ante los Balcanes y lo ha vuelto a repetir con Irak este mismo año) y prefiere el mantenimiento del status quo y la gestión de problemas a buscar una solución definitiva si ésta le parece arriesgada. Esto supone un choque frontal con los neocons, quienes ven en el cambio un valor positivo y están dispuestos a correr riesgos si ese cambio merece la pena.
En segundo lugar, Powell, un militar tradicionalista, ha entendido la función de las fuerzas armadas como un instrumento para el combate, ganar las guerras y volver al suelo patrio y siempre ha criticado el empleo de los militares en tareas de reconstrucción nacional. Esto también le enfrenta a personajes tan poderosos como el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, y a todos cuantos éste representa.
Por último, y en el corto plazo de la memoria política, el esfuerzo de Powell por gestionar la crisis con Sadam en Naciones Unidas, al final, se le volvió un boomerang político y muchas voces en Washington le criticaron por haber llevado a América a una situación peor que si se hubieran decidido por una salida al margen del Consejo de Seguridad. La dimisión hace semanas de Richard Haas, su director de planes, ya se interpretó como un augurio de lo por venir.
En Washington, las palabras y las decisiones acaban por tener sus lógicas consecuencias. Powell es un hombre de honor y sabe que en un segundo mandato de Bush hijo, jugar a la contra presumiblemente no le resultara tan fácil ni tan honesto. Si Bush quiere proseguir con su agenda, no le echará de menos.
GEES: Grupo de Estudios Estratégicos.
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