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Juan Carlos Girauta

Maragall, una psicología del fracaso

El concepto de "pensamiento grupal" viene apareciendo en los manuales desde que Irving Janis publicó Victims of Groupthink a principios de los setenta. Se trata de una distorsión selectiva de la realidad que puede conducir a la catástrofe al colectivo que la sufre. Si la psicología social tiene razón, eso es lo que le va a pasar al socialismo catalán, pues su cúpula está reproduciendo fielmente los rasgos definitorios del fenómeno. He aquí los más notables:

La ilusión de invulnerabilidad. El protagonismo de Maragall en los Juegos Olímpicos de 1992, que fueron un éxito indiscutible, y el hecho de sobrepasar en votos a Pujol en las elecciones autonómicas de 1999, que él interpretó como un triunfo electoral a pesar de perder en escaños, reforzaron su convencimiento de ser un elegido, un hombre cuyas acciones siempre son coronadas por la victoria. Esa conciencia de predestinación al éxito se refleja no sólo en el contenido de sus palabras, sino también en su particular prosodia, y se ha transmitido a la estrategia de comunicación de su partido, que alimenta la hipótesis, evidentemente falsa, de que el propio Pujol apuesta por él. El PSC incluye a Pujol en sus anuncios fingiendo un mundo en el que Artur Mas no existe, ni los partidos políticos. Existe sólo la continuidad de un espíritu que, tras agotar el envoltorio de Pujol, se dispone a encarnarse en Maragall.

La ilusión de unanimidad. Ahogar los desacuerdos latentes es necesario para mantener esta ilusión. Hace falta, por tanto, desconocer la obviedad de que a la inmensa mayoría de votantes del PSC (y a los catalanes en general) le trae sin cuidado la reforma del estatuto y el federalismo asimétrico. Maragall cree necesario dibujar nuevos horizontes y mostrarse más nacionalista que nadie. Ni la indiferencia ciudadana, ni la inviabilidad del proyecto, ni su vacuidad generan disensiones internas para no contrariar la estrategia personal del líder, un visionario que gusta prescindir de sus siglas y recrearse con la fantasía de encabezar un movimiento espontáneo de la sociedad catalana. El círculo del candidato filtra las informaciones de modo que sólo lleguen a discusión o análisis las que refuerzan sus esquemas.

La policía del pensamiento. Para eliminar la información que no se ajusta a dichos esquemas es preciso mantener la presión sobre los posibles discrepantes. Esa función de policía la cumple a las mil maravillas la parte del equipo socialista que procede de la vieja secretaría de organización de Sala, condenado por el caso Filesa. La mejor prueba de su eficacia es el silencio absoluto con el que un partido sustentado por la inmigración acoge un órdago antiespañol similar al Plan Ibarretxe y que despierta el aplauso de los independentistas.

La ceguera moral. Destaca en el pensamiento grupal una injustificada convicción de superioridad moral. Los jefes del socialismo catalán creen de verdad que el único aval ético que precisa un aserto, una propuesta o una crítica es provenir de ellos. Este mecanismo, construido unas veces sobre el vacío y otras (como es el caso) sobre una flagrante negación de la experiencia, les exime de sentirse avergonzados o culpables ante hechos imputables a su organización, como quedó claro durante la cleptocracia felipista.

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