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EDITORIAL

Equidistancia, signo de inmadurez política

Aunque en política no es siempre fácil identificar los extremos, la Historia y la experiencia nos han enseñado lo suficiente como para saber que las tiranías y los totalitarismos –ya tengan su base teórica en la raza, en la clase, en la religión o en la nación– son la antítesis de la libertad individual; la cual, en nuestros días, sólo un verdadero Estado democrático y de derecho tiene posibilidades de proporcionar. Y, asimismo, la Historia y la experiencia también demuestran que los modelos “híbridos” entre democracia y totalitarismo suelen ser la antesala de crueles tiranías, sean del signo que sean.

Ninguna persona libre de prejuicios puede negar que, tras veinticinco años de gobierno ininterrumpido de los nacionalistas en el País Vasco, la mitad de los vascos no pueden disfrutar plenamente de todas las libertades reconocidas en la Constitución. Y si aún pueden gozar de alguna de esas libertades, siquiera precariamente, es gracias a que en el País Vasco todavía rigen las mismas leyes fundamentales que en el resto de España. Por ello, responder al desafío secesionista, marcadamente totalitario, del PNV –en el Euskorrico de Ibarretxe los no nacionalistas serían ciudadanos de segunda clase, candidatos permanentes al exilio– con reformas en la Constitución y el Estatuto para “profundizar en el autogobierno”, tal y como hacen los dirigentes del PSE y de PSOE, no es más que hacerles el juego a los nacionalistas; pues entre la plena libertad de conciencia y la servidumbre ideológica no existe ni puede existir término medio.

Si, en condiciones normales, la moderación en política suele ser signo de madurez y de responsabilidad, cuando se hallan en juego derechos y libertades fundamentales la madurez y la responsabilidad residen precisamente en huir de toda equidistancia y en nadar resueltamente hacia la orilla donde se defienda la causa de la libertad con más claridad; aun a despecho de que en esa orilla se halle también el adversario político por antonomasia. Como ya hemos repetido en muchas ocasiones, la causa de la libertad y la democracia en el País Vasco exige apartar hacia un lado cualquier diferencia política para defender junto al adversario aquello que, precisamente, hace posible que puedan coexistir pacíficamente esas diferencias políticas. Así lo entiende el PP, y así lo entienden también socialistas como Nicolás Redondo, Rosa Díez o Gotzone Mora y, en general, todos aquellos, socialistas o populares, que sufren a diario las consecuencias de la falta de libertad en el País Vasco.

El interés general justificaría sobradamente un hipotético perjuicio electoral del PSE si éste se alineara inequívocamente con el PP en la lucha sin concesiones contra el nacionalismo obligatorio. Pero es que, además, los hechos demuestran justo lo contrario: el PSE, con Redondo Terreros, logró el mayor éxito electoral de los socialistas vascos desde la transición. Por ello, acusar, como hace la dirección del PSOE por boca de Carmen Chacón, o la del PSE por boca de Javier Rojo o Rodolfo Ares, de “seguidismo” del PP a Nicolás Redondo o Rosa Díez por hacer hincapié en la necesaria unidad de acción de los demócratas en el País Vasco, es un disparate sólo compatible con una tremenda inmadurez política. Los actuales dirigentes del PSOE todavía identifican la defensa de la unidad nacional como una obsesión exclusiva de la derecha, cuando en realidad es el pilar fundamental sobre el que se asientan la libertad y la democracia en España. Así lo entiende la gran mayoría de los ciudadanos que, en lo que toca a madurez política y sentido de Estado, han demostrado estar muy por encima de los actuales dirigentes socialistas.


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